Categoría: Correo de Imaginaria

Expreso 36

Séptima entrega del Correo de Imaginaria. Revista Expreso Imaginario N° 36, julio de 1979. Ilustraciones de Resorte Hornos. Abajo va el texto digitalizado.

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7 Expreso 36 Tapa
Foto de tapa: Uberto Sagramoso

Los significados

Entre las muchas regiones de Imaginaria hay una, muy pequeña, a la cual se le suele llamar (…). Esta palabra, imposible de escribir y pronunciar, se dice levantando los hombros y poniendo el labio inferior un poco por encima y contra el labio superior, mientras se abren mucho los ojos. No se le conoce equivalencia oral, aunque muchas veces significa lo mismo que la frase “vaya uno a saber”.
Ocurre que ni los mismos habitantes de esa región tienen un nombre fijo para darle, por más que a lo largo de los años la hayan llamado de diez mil maneras diferentes. Es que su idioma conserva (a veces) los significados, pero nunca las palabras. Las palabras cambian todos los días.
Nadie sabe cómo consiguen entenderse, pero se entienden. Si hoy uno de ellos saluda con “Pies fríos” y otro contesta “Es tarde”, mañana el diálogo será: “Todo blanco” y “Mejor no”, mientras que ayer fue “Tengo miedo de la oscuridad” y “Tos”. El saludo es siempre el mismo, pero las palabras pueden ser éstas u otras que no se les parezcan en nada.
Cuando se pregunta a un habitante de (…) si esta rareza del idioma le trae algún tipo de dificultades, contesta algo incomprensible.
Se sabe, eso sí, que la sola idea de compilar un diccionario que contenga las palabras de su idioma los pone enfermos, los marea, les hace caer el pelo, estornudar, pedir agua para no ahogarse. Ni siquiera son capaces de imaginar un diccionario de significados, porque para escribir significados hacen falta más palabras, y allí las palabras envejecen tan rápido como los diarios.
Una vez, sin embargo, un grupo de científicos trató de pasar a la historia creando el primer diccionario de (…). Comenzaron reuniéndose muy temprano, para que las nuevas palabras estuvieran más frescas y así tener más tiempo para compilarlas. Pero apenas llegaban a la tercera página cuando ya había que empezar todo de nuevo. Entonces pensaron que tenían que encontrar un sistema mucho más rápido para procesar los datos, y recurrieron al gran Computador Central de Imaginaria.
Con mucha paciencia, alimentaron al Computador con significados puros, sin usar una sola palabra, apretando botones, moviendo perillas, construyendo teclas especiales, llenando cintas y cintas de memoria con todos los significados que fueron capaces de descubrir. No les preocupó el hecho de que este trabajo les llevara muchos años ya que los significados variaban muchísimo menos que las palabras, y estaban bastante seguros de que cuando terminaran todavía se conservarían sanos y frescos.
Finalmente movieron la última palanca, apretaron el último botón, y el computador procesó todos los datos en una décima de segundo, y los imprimió en una cinta de papel de varios kilómetros de largo.
Cuando vieron la cinta, los científicos se desesperaron. Estaba llena de los símbolos y ausencias de símbolos que el computador sabía usar, y en esos símbolos, y en esas ausencias de símbolos estaban todos los significados presentes en el idioma de (…), pero en realidad lo único que habían conseguido era inventar nuevas palabras. Palabras un poco diferentes de las comunes, pero palabras al fin. Al día siguiente, el primer diccionario de (…) era tan incomprensible como una novela de cualquier escritor de la región.
–Lo que necesitamos –dijo uno– es un resultado que sea inequívoco.
–Absoluto –dijo otro.
–Invariable –agregaron los demás.
Entonces estuvieron mucho tiempo pensando, hasta que encontraron la solución. Empezaron con la tarea de descubrir qué significados no variaban nunca, desechando aquellos que podían desaparecer con el tiempo, unificando los que en realidad decían lo mismo de diferente manera, eliminando los que podían resultar confusos, ambivalentes, parciales, tendenciosos, subjetivos, pasajeros o contradictorios, en la seguridad de que la existencia de tantos significados prescindibles era lo que complicaba las cosas. De este modo, y después de ocho años más de trabajo, llegaron a la conclusión de que con un solo significado englobaban a todos. Mejor dicho, que ese Significado en realidad era todos los significados, y alcanzaba para todo lo que un habitante de (…) pudiera percibir o imaginar.
Los científicos se abrazaron, hicieron un brindis, y uno de ellos, el más anciano, se acerco al gran Computador Central de Imaginaria y apretó una sola tecla. Casi instantáneamente, el Computador dejó caer un cuadradito de papel en cuyo centro había un punto.
–¿Qué cosa es más invariable que un punto? –dijo uno.
–¿Qué cosa es mas absoluta? –dijo otro.
–¿Qué cosa es más inequívoca? –agregaron los demás.
Inmediatamente, los científicos guardaron el cuadradito de papel en un cofre cerrado con varias llaves y regresaron a (…).
La noticia de su hazaña llegó a (…) varios días antes que ellos y los festejos fueron continuos. Todos los habitantes de la región estaban contentos, y nadie se puso enfermo, ni se mareó, a nadie se le cayó el pelo, nadie estornudó ni pidió agua para no ahogarse.
Al final de su viaje, los científicos encontraron una ciudad muy distinta de la que conocían, llena de banderas y gente que les daba la bienvenida. El alcalde organizó una fiesta en la plaza principal, después de la cual, ante la presencia de todos los habitantes de (…), los científicos sacaron las llaves y abrieron el cofre.
El más anciano tomó el cuadradito de papel, y se lo dio al alcalde. El alcalde lo miró, lo dio vuelta, lo pesó ante la mirada de todos, lo dobló, lo desdobló y lo entregó otra vez al científico más anciano, diciendo la palabra imposible de escribir y pronunciar. Desde lejos se podía ver que estaba muy nervioso. El científico más anciano miró el papel, lo dio vuelta, lo pesó, lo dobló, lo desdobló y lo entregó a los otros científicos, repitiendo: “(…)”. Los otros científicos, uno por uno, una y otra vez, hicieron exactamente lo mismo, llenos de angustia.
En el papel había sólo un punto, que como todos saben no significa nada.

[Nota de 2018: Quien quiera encontrar algún parentesco con The Hitchhiker’s Guide to the Galaxy y la computadora que llegó al número 42 como la respuesta a la vida, el universo y todo, tenga en cuenta que la novela se publicó por primera vez unos meses después que este texto. Los primeros seis episodios del programa de radio son del año anterior, aunque no sé si incluían eso del 42. En cualquier caso, podemos pensar tranquilos que ni Douglas Adams se inspiró en mí, ni que yo me inspiré en él.]

Expreso 35

Sexta entrega del Correo de Imaginaria. Revista Expreso Imaginario N° 35, junio de 1979. Ilustraciones de Resorte Hornos. Abajo va el texto digitalizado.

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Foto de tapa: Jorge Gorosito

Calendarios

En Imaginaria se conoce un calendario por cada estrella del cielo. Por lo tanto, no sólo hay muchos calendarios en un mismo lugar, sino que además los calendarios del hemisferio sur son totalmente diferentes de los calendarios del hemisferio norte, y hay que ver lo que pasa cuando un imaginariano viaja de uno a otro, y quiere que sus domingos sean domingos, cuando se han reducido a lunes.
En realidad, este es el menor de los problemas que trae tanta abundancia de calendarios, y ni siquiera hablamos de sus ventajas. Pero es un tema por el cual no vale la pena preocuparse, a menos que uno sea imaginariano.
El espectador

En Imaginaria hay un oficio más antiguo que todos los oficios, tan antiguo que el primero que lo ejerció fue el primer imaginariano que se sentó a mirar a su alrededor.
Se trata del oficio de espectador.
Por ser el más antiguo, es también el más perfeccionado, el más respetado por todos, y el que menos maestros verdaderos reconoce. Es difícil encontrar un Auténtico Espectador, de esos que tienen tras sí padres, abuelos y veinte generaciones más de Auténticos Espectadores. Cualquiera puede ser aficionado, y casi todos lo son, porque parece fácil, pero adentrarse en el arte de Mirar y Recibir requiere más de una vida.
La visita de un Auténtico Espectador se anuncia en los pueblos de Imaginaria con semanas de anticipación, para que nadie se lo pierda, y es así que el Espectador debe ir cuatro, cinco y hasta diez veces a un teatro, de modo que todo el mundo tenga la oportunidad de ser visto por él.
El Auténtico Espectador se sienta y adopta una actitud tal que nadie repara en él. Si uno no sabe que está presente, puede pasarse días a su lado sin notarlo. Pero es tanta la publicidad que lo rodea, tanto el dinero que gana, que la tentación de quedarse frente al punto (casi vacío) que él ocupa es irresistible, tan irresistible como la tentación de transformarse en espectador del Espectador.
De ese modo, los músicos, los actores, los ilusionistas, los bailarines, ceramistas, poetas, prestidigitadores, pintores, dibujantes, escultores, atletas, se amontonan a las puertas de donde él se encuentra, discuten, pelean, muestran sus trucos, sus obras o sus cuerpos para conseguir una entrada. Y aquellos que obtienen un aplauso, o una mirada de aprobación, y hasta una palmada en el hombro, del Espectador, vuelven a sus casas con el corazón apurado y las piernas temblorosas.
Después, los espectadores aficionados del pueblo los persiguen a la busca del detalle que el Auténtico Espectador supo ver, el detalle que una vez descubierto pueda transformarlos también en Auténticos Espectadores.

Leyenda

Se dice que en Imaginaria vivió un animal sin nombre que tenía un espejo en el lomo y pasaba los días y las noches viendo el cielo en sí mismo. Pero el cielo cambiaba muy poco y casi siempre mostraba las mismas cosas, de modo que el animal se aburría, y sólo quería encontrar nuevas cosas que reflejar, y vagaba por muchos países. Era difícil verlo dos veces en un mismo lugar.
Se dice también que por aquel entonces había un pájaro cubierto por las más hermosas plumas, tan hermosas que donde el pájaro aparecía no salía el arco iris. Además, se lo veía hacer piruetas que ningún pájaro era capaz de imitar, subía y bajaba de las nubes a la tierra en un segundo, se dejaba caer hasta la altura de un pelo y después trepaba otra vez, volando con un ala, volando hacia atrás, hacia los costados, dejando figuras geométricas en el aire.
Sin embargo, no se veía que el pájaro fuera feliz, aunque todos los admiraran, aunque se reunieran multitudes de animales para presenciar su vuelo.
Ocurría que el pájaro quería verse a sí mismo, porque hasta ese momento era el único que se había perdido tan grande espectáculo. Había probado ya el ver su reflejo en un lago, pero el agua se movía y le mostraba alas deformes y juegos absurdos.
Fue así que el pájaro y el animal que tenía un espejo en el lomo no tardaron en encontrarse, y desde entonces anduvieron juntos por todas partes.
El pájaro volaba sobre el animal y se veía a sí mismo, y de ese modo perfeccionó aún más sus piruetas, y el color de sus plumas fue más brillante, porque las cuidaba más que nunca. El animal no se cansaba de verlo y reflejarlo y ver su reflejo como si el pájaro volara dentro de sus entrañas.
Para muchos la historia termina aquí, y ambos vivieron felices, cada vez más perfectos, el uno para el otro y el otro para sí mismo. Pero parece que mucho tiempo después empezaron a extrañar el mundo y las cosas que había hecho uno y reflejado el otro, y así volvieron a ir por distintos caminos.
Del animal que tenía un espejo en el lomo se sabe poco. Hay quien supone que encontró a otro de su misma especie, y entre amor y amor se reflejaron entre sí, enfrentaron sus espejos y miraron el infinito.
El pájaro volvió a su lago, al reflejo de alas deformes y juegos absurdos. Allí se reunió otra vez la multitud que lo admiraba y que tanto lo había esperado, y tuvo la comprensión y el amor de todos.
Pero en poco tiempo perdió toda su belleza y la belleza de su vuelo. Murió antes de lo esperado, a la orilla del lago, un puñado de plumas arrugadas, porque el amor y la comprensión de los otros no reemplazaron la comprensión y el amor de sí mismo.

Expreso 34

Quinta entrega del Correo de Imaginaria. Revista Expreso Imaginario N° 34, mayo de 1979. Ilustraciones de Resorte Hornos. Abajo va el texto digitalizado.

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Foto de tapa de Juan Castagnola

La isla que no existe

En Imaginaria hay una isla que no existe, pero que todos los imaginarianos visitan una vez por año.
Para cualquiera es muy fácil ver que la isla en realidad sí existe, porque si no existiera no podría ser visitada. Sin embargo, un imaginariano es capaz de discutir una hora seguida, hasta convencerte de que la verdad es otra.
Así y todo, no vale la pena ponerse a pensar si el imaginariano miente o no, si tiene razón o está equivocado, porque la isla es muy hermosa, y no es cuestión de desperdiciar el tiempo en razonar si A y B, la playa y los bosques, alfa y beta, cierto y falso, mientras rompen las olas y el viento mueve las hojas y lo que ahora existe está creciendo para crear lo que no existe pero existirá mañana.

El médico de torres

En Imaginaria, las torres son un problema. Suben y bajan como la temperatura, y no hay manera de impedírselo (aunque a nadie se le ocurriría hacer semejante cosa).
Hay quienes piensan que, igual que un termómetro, con su movimiento indican algún cambio de algo en algún lugar. La cuestión es que nadie sabe qué cambio de qué cosa en qué lugar. Si las torres pudieran hablar sería distinto, pero hasta ahora nadie fue capaz de enseñarles.
Para resolver estos inconvenientes, los imaginarianos crearon una profesión nueva, la del médico de torres. Que los inconvenientes no hayan sido resueltos no es motivo de preocupación para los imaginarianos, que están muy satisfechos con sus intenciones.
El médico de torres se parece al filósofo en que se ocupa de las grandes cosas y no llega a ningún resultado apreciable; en tanto, resuelve sin quererlo muchas cosas pequeñas, por lo cual es muy aplaudido.
La rutina de un médico de torres puede parecer monótona, cuando todo se reduce a cimientos doloridos o cúpulas frías. Pero no es nada fácil cuando hay que internar una torre, o mandarla a pasar unos días en las montañas, sobre todo si tiene miedo a las alturas. Entonces es posible ver a muchos médicos de torres discutiendo en una plaza, mientras simulan tomar sol, seguros de que el suyo es el mayor de los problemas.
El resto de los imaginarianos los observa, los respeta y está de acuerdo, mientras camina por sus días llenos de obstáculos que, comparados a estos, nada significan.

Nostalgia de las rocas

Los habitantes de Imaginaria suelen sufrir una enfermedad llamada Nostalgia de las Rocas.
Si vas caminando por una calle de Imaginaria y ves a un imaginariano preocupado, con los ojos hundidos, queriendo meterse en una pared o una vereda, tal vez queriendo arrancar un adoquín para estudiarlo e imitarlo; si eso te ocurre, no dudes que estás ante un caso grave de Nostalgia de las Rocas.
Es una peculiaridad de su memoria lo que trastorna tanto a esa gente por otra parte apacible. Sucede que todo imaginariano recuerda, como si hubiese sido ayer, la época en que las estrellas y los mundos se formaban, cuando los volcanes no tenían forma propia, sino que estaban un poco en cada sitio, y todo lo que existía era roca, o materiales que subían, bajaban y se buscaban entre sí para formar rocas.
Todo lo demás, el origen de la vida, los amaneceres de millones de años, las guerras, los antepasados, los eclipses y lluvias y sequías de tantos siglos, todo eso no lo recuerdan. Hay un vacío muy grande en la memoria de los imaginarianos.
Pero lo que importa no es eso. Lo que importa es que las montañas están llenas de imaginarianos quietos desde hace siglos, que junto a los árboles petrificados hay imaginarianos petrificados, y que cada vez son más los que quisieran ser roca, porque el mundo que habitan y la vida que los habita les parecen demasiado frágiles.

Expreso 33

Cuarta entrega del Correo de Imaginaria. Revista Expreso Imaginario N° 33, abril de 1979. Esta vez, las ilustraciones de la página son de Resorte Hornos. Abajo va el texto digitalizado.

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Foto de Farrell Grehan

Buenas noticias

Cuando un imaginariano recibe buenas noticias, se siente obligado a visitar a su vecino y darle buenas noticias también a él. Esto les pasa a todos los imaginarianos, de modo que la cadena se forma enseguida, y no termina jamás.
El problema más grande es que las buenas noticias deben ser siempre diferentes: cada imaginariano se alegra o se entristece con diferentes cosas; además, si se repitiera lo mismo todo el tiempo, pronto las buenas noticias morirían de viejas.
El esfuerzo que esta renovación continua requiere es fácil de comprender. Día a día, minuto a minuto, ay que estar pensando, inventando, fabricando, encontrando buenas noticias, hay que descubrirlas, crearlas, adaptarlas, redondearlas. Y la cadena de buenas noticias no es una sola, hay muchas, casi tantas como imaginarianos en Imaginaria.
Se puede decir que este ritual consume la mayor parte de las energías del lugar. Sin embargo, tanta actividad tiene su recompensa. Y hay que ver con qué alegría escucha el imaginariano cuando llaman a su puerta, y cuántas cosas ocurren en una sola cuadra cuando, al atardecer, la ronda de buenas noticias se instala en las casas y transforma el universo.

Aire

Cuando una chimenea empieza a echar humo, el aire de Imaginaria se va.
Sabiendo esto, los imaginarianos piensan mucho antes de quemar algo. Hay que tener cuidado con lo que se quema, no porque haya leyes que lo prohíban, o porque se produzcan accidentes. Si uno no tiene cuidado, el aire se va, y después hay que esperar días y días hasta que se decide a volver.
Los incendios son una excepción. Sabiendo cuánto se divierten los imaginarianos con un incendio, el aire se queda.
La cuestión es que los imaginarianos están tan acostumbrados a no quemar nada que ya no necesitan hacerlo, y a nadie le molesta la actitud del aire. No es una actitud egoísta, dicen. Si el aire no se cuidara tanto, Imaginaria tendría muchos más problemas de los que tiene.

Cartas

A los imaginarianos les encanta escribir cartas. Le escriben a todo el mundo. Uno de sus mayores orgullos es mostrar sus colecciones de cartas al no iniciado, sepultarlo bajo toneladas de papel, aplastarlo con palabras en tinta negra y letra prolija.
Se escriben cartas a sí mismos y después las contestan, les escriben a sus vecinos, a habitantes de países que no existen, a los pájaros, le piden al cielo que llueva y a las semillas que crezcan, se cuentan chistes, inventan historias, seudónimos, personajes, le envían poemas al árbol de su jardín, recortes de diarios al mar, usan idiomas que nadie entiende, y todo lo hacen con la mayor seriedad, porque es un pasatiempo nacional.
A veces ocurren accidentes, y es necesario evacuar un edificio de correos o mover con topadoras los trenes repletos de cartas, para aliviar las vías sobrecargadas. Hay días en que los aviones correo eclipsan al sol; y cuando los ríos de papel desbordan, ciudades enteras quedan inundadas, y no hay otro remedio que recurrir a las brigadas de polillas.
Pero los imaginarianos aceptan felices estos riesgos, porque para ellos nada es más importante que poseer un sobre recién llegado, en cuyo dorso se lea: el Mar, el Aire, la Montaña, o Dios.

Expreso 29

Tercera entrega del Correo de Imaginaria. Revista Expreso Imaginario N° 29, diciembre de 1978. Abajo va el texto digitalizado.

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Las sombras de los árboles

En Imaginaria, las sombras de los árboles tienen vida propia. Claro, no cualquier sombra, ni cualquier árbol. No podemos pretender mucho de un árbol sin personalidad, un árbol que lo único que quiere es crecer hasta donde se espera que crezca, vivir hasta donde la vida no traiga sorpresas.
Pero los otros árboles, las otras sombras, tienen mucho que decir, mucho que hacer.
En Imaginaria, uno puede ser amigo de un árbol o no. Si se es amigo del árbol se es amigo de su sombra. O mejor, la sombra se hace amiga de uno, y lo cubre cuando hace calor, o se corre a un costado y se hace chiquita cuando uno quiere sentarse al sol. Y cuidado con engañarla, cuidado con pedir algo de mala manera.
Como decía, eso pasa solamente con los árboles que saben qué vale la pena.
Si no se es amigo, mejor quedarse en casa. Esto no es mucho problema, porque los que no son amigos de los árboles suelen ser amigos de las paredes, los papeles y las sillas.
La ayuda se extiende también de árbol a árbol. Curiosamente, en Imaginaria no hay árboles que crezcan unos encima de los otros. Jamás vas a encontrar dos troncos que estén demasiado cerca. Vigilan mucho su suelo, saben cuánto necesitan para vivir.
En cambio, las ramas se mezclan en lo alto. Es muy lindo ver, los días de brisa, cómo las hojas de diferentes árboles bailan juntas, murmuran en acordes justos, y cómo las sombras de las hojas te hacen cosquillas en los pies y juegan a esconderte del sol.
Las sombras conocen bien el terreno. Están todo el tiempo explorándolo, y se pueden pasar hasta seis horas tocando una hoja de hierba.
–Todos los días hay cambios –dicen las sombras– y muchas veces en un solo día hay millones de cambios pequeños pero significativos.
Uno se pregunta qué ciencia desarrollan, qué raros fines persiguen con tanto tocar y tocar. A veces parece que estuvieran jugando, nada más.
Se dice que entre juego y juego, las sombras hacen acuerdos con las hormigas, charlan, comparan observaciones y experiencias. Pero no esperes que una sombra te hable de eso, por grande que sea tu amistad con ella. Y una hormiga tampoco, porque hasta ahora nadie descubrió cómo hacer que una hormiga haga lo que uno quiere, ni siquiera en Imaginaria.
Con todo esto, a uno se le podría ocurrir que las sombras se dedican solamente a las cosas pequeñas y que la pasan bien casi todo el tiempo.
–Bueno, sí –contestan–, es lo que nos gusta.
Lo mejor de todo tiene al anochecer. Las sombras se estiran, hacen los últimos ejercicio del día, llegan a los bordes de las plazas y los parques, abrazan todo lo que encuentran. Es su saludo. La alegría las lleva a cansarse mucho, pero no importa, porque entonces ya es de noche. Cuando el sol de Imaginaria se esconde, las sombras se acuestan todas juntas y se ponen a dormir.

Sentido del orden

Lo primero que aprende un imaginariano es a comparar espejos y nadar río arriba. Nadie puede dudar de la utilidad que tiene para cualquier persona, especialmente para una persona de Imaginaria, saber comparar espejos y nadar río arriba. Pero sí se puede preguntar por qué eso primero, en vez de otras cosas.
–¿Y por qué no? –dice el imaginariano común.
–Porque hay cosas más importantes que aprender: hablar, pensar, caminar, elegir…
–Estoy de acuerdo con que son cosas más importantes, pero ¿por qué aprenderlas antes? –y el imaginariano te mira como si le estuvieses proponiendo sembrar nubes o criar lluvias (dos cosas que en Imaginaria no se tienen por posibles, como puede verse).
No trates de convencerlo. Lo que pasa es que en Imaginaria no hay un sentido universal del orden, o de los órdenes. Por lo menos no hay un sentido reconocible. Los imaginarianos no se guían por ninguna ciencia para establecer qué va antes, y qué va después. Ni siquiera se ponen a pensar en eso. Tienen un orden propio, dicen, y no están dispuestos a discutirlo. Tienen su abecedario, su manera de levantar una casa, su manera de educar a los hijos, su manera de no educarlos, su método científico, su idea acerca de qué importa y qué está de más.
Esto vale para cada uno de ellos, y los aleja de sus vecinos, los aleja unos de otros, y a veces hace que sus vidas resulten incomprensibles. Pero ellos dicen que la pasan bastante bien. Y nadie compara espejos mejor que ellos, mientras que la natación (río arriba) es su deporte nacional.

Expreso 28

Segunda entrega del Correo de Imaginaria. Revista Expreso Imaginario N° 28, noviembre de 1978. Abajo va el texto digitalizado.

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Foto de tapa de Arturo Encinas

Caminos

En los caminos de Imaginaria se puede encontrar cualquier cosa. Es famoso el caso del camino que va en línea recta y sin embargo vuelve sobre sí mismo, de modo que una vez que entraste no te deja salir. O el caso del camino que tiene un puente para armar y desarmar si uno se aburre. Hay caminos que nunca están en un mismo lugar, y caminos que no se mueven por más que se les ruegue. Hay caminos que no llevan a ninguna parte y caminos que no traen de ninguna parte y caminos que se empecinan en llevarte siempre hacia atrás.
Los mapas de Imaginaria se adaptan a las actitudes más extrañas de los caminos, pero no siempre. Es común ver a un imaginariano discutiendo con un camino que no acepta razones.
–El mapa dice que por allá.
–Y yo digo que por acá.
Lo peor es en verano, cuando los caminos se van de vacaciones. Entonces las playas y las montañas se llenan de caminos, y no es difícil ver caminos en el mar o en las pistas de nieve. La confusión que esto produce no se parece a ninguna otra cosa.
La verdad es que si los caminos se atreven a tanto es porque los imaginarianos también se atreven a mucho. Una vez un viajero contó que en mitad de un camino (por lo demás, un camino muy respetable) había un barco anclado, y no se quería correr por nada del mundo.
–¿Por qué tendríamos que corrernos? –decía el capitán.
–Porque el camino no está hecho para que los barcos naveguen.
–No estamos navegando –y el capitán señalaba las anclas, clavadas en tierra.
–Entonces, porque están cortando el paso.
–Usted también nos corta el paso a nosotros, si decidimos ir hacia allá.
–Entonces porque sin agua, haga lo que haga, el barco no se va a mover.
–¿Que no? –dijo el capitán, y ordenó levar anclas y poner proa a los campos de trigo.
Cuando el barco salió del camino, el viajero pudo seguir viaje.

El atraso del mar

Algo que los imaginarianos no consiguen resolver es el atraso del mar.
El mar llega tarde, y por más que se le hable, que se lo empuje, que se quiera entrar en razones con él, vuelve a llegar tarde, y así siempre.
La explicación más común dice que el mar se cansó de ir y venir, después de tantos millones de años. Pero nadie cree en ella.
–Lo que pasa es que tiene muchas ocupaciones –dicen algunos, mientras caminan por la playa vacía. Pero ¿en qué puede estar ocupado el mar?
No es raro que los imaginarianos prefieran ir a la montaña cuando salen de vacaciones.

Saludos

Este año, en Imaginaria hay novecientas dieciocho palabras distintas para decir hola. La razón es muy sencilla: una palabra para cada estado de ánimo, una palabra para cada relación. No es cosa de saludar del mismo modo a un amigo, un hijo, un vecino o alguien que recién se conoce, y menos si uno está más triste que ayer, o más alegre.
Si uno quiere inventar nuevas palabras, adelante. El único requisito es que sean necesarias.
En cambio, no hay palabras para despedirse. Se supone que si uno se despide es que está todo dicho, y entonces lo mejor es ir y saludar a otro.

Expreso 27

Empecé a escribir en el Expreso Imaginario en el número 4 (noviembre 1976). Mi primera nota fue sobre Philip K. Dick, de quien todavía era posible escribir en presente. Dos años después, en el número 27 (octubre 1978), salió por primera vez el Correo de Imaginaria, una página con breves textos de ficción que tendría 17 entregas en total, hasta el Expreso 48 (julio 1980). (De Correo de Imaginaria vendría, por supuesto, el nombre Imaginaria para la revista online que hice con Roberto Sotelo entre 1999 y 2014.)

Tengo digitalizados los textos del Correo de Imaginaria, pero ahora prefiero ponerlos como aparecieron en la revista. La foto se puede agrandar (click!) y es legible. Igual, abajo va el texto digitalizado.

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Dibujo de la tapa: Patrick Woodroffe

Incendios

En caso de incendio, el imaginariano pone una boletería y cobra entrada.
Se juntan muchísimos imaginarianos en un incendio. Llevan ropa de colores, instrumentos musicales, y bailan y cantan y cuentan cuentos alrededor del fuego. Así se divierten. Al mismo tiempo, los bomberos evitan que el fuego pase a otras casas, o queme el jardín, pero no lo apagan hasta que la fiesta termina.
Lo recaudado le alcanza al dueño del incendio para comprarse otra casa.
La forma del mundo

Una vez un imaginariano subió a la montaña más alta con un par de largavistas. Después de bajar dijo:
–El mundo es plano.
A todo aquel que discutiera lo invitaba a subir con él a la montaña y verlo con sus propios ojos. Pero como la montaña era de verdad muy alta nadie quería subir, y terminaban dándole la razón.
Con los años, la idea de que el mundo era plano se fue extendiendo. Un día empezaron a ponerla en libros, y a enseñarla en las escuelas.
Viendo esto, el imaginariano que había subido a la montaña, mucho más viejo y más sabio, empezó a decir:
–Fue una broma. No quería que se lo tomaran en serio.
Pero nadie lo escuchó, tal vez porque se había quedado casi sin voz, o porque a todos les parecía demasiado viejo para pensar con lucidez, o porque el presupuesto no alcanzaba para cambiar los planes de educación, o porque no querían escucharlo.
El tiempo pasó, y no se habló más del asunto.
No sabemos si el imaginariano mintió la primera vez o la segunda, o ambas, o ninguna de las dos. Cuando, varios siglos más tarde, alguien se atrevió a subir a la montaña y vio la verdad, no dijo nada.

La torre de hacer ruido

En Imaginaria hay una torre que se llama La Torre de Hacer Ruido. A ciertas horas del día los imaginarianos pueden subirse a la torre y hacer todo el ruido que se les ocurra.
Para eso la torre cuenta con muy buen equipo: bocinas, motores, platillos, máquinas enormes que no hacen nada más que un ruido descomunal. Allí los imaginarianos tienen planchas de acero, martillos, tambores, yunques, trompetas, máquinas estampadoras, sala de gritar, sirenas y pulidoras. También pueden llevar su propio equipo, si lo tienen, o sugerir nuevas ideas para hacer ruido en un libro que hay en la planta baja.
Sin embargo, no hay ninguna ciencia que estudie el ruido ni cómo mejorarlo. Por lo general, los imaginarianos están bastante conformes con el ruido que ya consiguen hacer, y no quieren saber nada con progresos técnicos o científicos que sólo servirían para aumentar sus necesidades.
Por supuesto, la torre es tan alta que desde la ciudad no se oye nada. Y nadie hace preguntas cuando un imaginariano entra con un paquete a la espalda, toma el ascensor y sube más allá de las nubes.
En todo lo demás, los imaginarianos son gente muy tranquila.