Autor: Eduardo Abel Gimenez

Diseño

[16/2/2003]

Me gustaría que las carpetas de Windows fueran más expresivas. Por ejemplo, sería bueno que indicaran de algún modo si están vacías, llenas a medias o a punto de reventar. Estoy seguro de que sería fácil que los íconos fueran cambiando, mostrando papelitos que asoman, hinchazones y cosas así. Por supuesto, también sería bueno que adoptaran algo de la iconografía de la historieta y la caricatura, por ejemplo cambiando de color: la carpeta más llena, esa gorda, redondeada, de la que saltan papeles y está a punto de reventar podría ser de color rojo oscuro.

También me gustaría que las carpetas de Windows envejecieran. Tengo archivos que han cumplido quince o más años. Las carpetas que los contienen deberían estar ajadas, remendadas, mostrando la edad de distintas maneras. Esto en combinación con el grosor que dicte el volumen de su contenido.

Así, sería otro el aspecto del Windows Explorer, más humano y en realidad más útil, si a simple vista me informara todo eso de mis carpetas, como lo hace el viejo archivo de papel que tengo a un metro de mí, sobre una cajonera.

Y no estaría mal que las carpetas más usadas (o más queridas) tuvieran alguna preponderancia sobre el resto, se situaran más arriba, o adquirieran esa cualidad diferente de lo que ha sido tocado y vuelto a tocar por manos humanas. Y que otras carpetas simplemente desaparecieran de la vista hasta que sean necesarias o yo mismo exija verlas, como algunas monstruosidades llamadas “adobeapp”, “biling”, “corelcd”, “kpcms”, “mps”, “mpx”, “ncdtree”, “pm”, “psfonts”, cuya utilidad ignoro (o quiero ignorar) y no es asunto mío, que diversos programas se han tomado la libertad de crear en mi directorio raíz sin consultarme.

Hablo de una computadora que uso para trabajar y para jugar, donde escribo, leo, escucho música, gano mi dinero, y con la que en general paso una buena parte de mi vida. No es mucho pedir, sólo una cuestión de diseño, cosmética, para la que existe tecnología de sobra. Eso sí, sólo se trata de una punta entre muchas de un ovillo muy enredado, muy complejo, y en todo caso muy insatisfactorio.

[16/2/2013]

Diez años después, con mucho desarrollo de interfaces en el medio, se puede seguir diciendo lo mismo.

Ventilador

[16/2/2003]

Señas particulares: cicatriz en la sien izquierda, tres centímetros de largo, a dos centímetros del ojo, resultante de la herida provocada por un ventilador de techo, en un vagón de ferrocarril.

Tenía diecisiete años. Volvíamos de un campamento en el Parque Nacional Los Alerces. Después de unas cincuenta horas de tren llegábamos a Buenos Aires cansados y felices, pero más que nada sucios. Me trepé a un asiento para bajar la mochila del portaequipaje. Algo como una mariposa traída por el viento me tocó la sien. Aparté un poco la cabeza, terminé de sacar la mochila y la puse sobre el asiento. Entonces noté que algo me bajaba por el costado de la cara: sudor, seguramente. Me lo saqué con la mano y apareció roja.

No sé qué habré dicho, o tal vez gritado. Recuerdo poco, excepto una especie de foto fija en que estoy en otro asiento, en el fondo del vagón, y a mi alrededor hay un grupo de gente: tanta que se ve todo oscuro. Hablan, me hacen cosas en la cabeza, me preguntan cómo estoy. No sé cómo estoy. Alguien, creo que un estudiante de medicina, me limpia, detiene la hemorragia y me pone una venda que termina abarcando toda la cabeza.

A mis diecisiete años todavía me esperaban mis padres en Constitución. Se dieron un susto que nunca terminaron de describirme. Me llevaron a una sala de auxilios, o la guardia de un hospital, donde me cosieron la herida. Esta parte es más difusa que la anterior, como si ya no tuviera importancia. La herida cicatrizó. Todavía se ve.

No fue tanto el daño que sufrí en ese momento como el que vino después, el que todavía sufro a veces, cuando sin proponérmelo vuelvo a pensar en la escena y me veo acercando el ojo izquierdo, lentamente, silbando alguna canción de los Beatles, a un ventilador invisible.

Piso blanco

[16/2/2003]

Es un error tener piso blanco en la casa: se ven todas las partes que se nos van cayendo.

Aliento

[15/2/2003]

Ando corto de aliento. Me esfuerzo todo lo posible, busco energías donde casi no las hay, me concentro, trato de pensar en una cosa por vez, fijo la mirada en un punto vacío para que nada me distraiga, y no hay caso, no consigo escribir más de diez líneas.

Segundos

[15/2/2003]

Lo que todavía anda muy mal en las computadoras, si se las compara con el viejo mundo analógico, es eso de abrir un libro, un diario, una agenda, y que las letras tarden largos segundos en aparecer.

[15/2/2013]

Ya no es así. En estos años, el universo de computadoras móviles (lectores de libros, teléfonos, tablets) cambió algunas cosas.

Libros

[15/2/2003]

Hilera tras hilera de lomos de libros, con distintos colores, intensidades de uso, alturas, anchos, pesos. Años de lectura, décadas de vida. Están ahí, algunos frente a mí, otros tras una puerta del placard, otros más dando un espectáculo parecido en la casa de mis padres. El paisaje en conjunto significa tan poco. Hay que acercarse, olvidar el bosque y mirar árbol por árbol (o, en este caso, resto de árbol) para encontrar viejas complicidades, diversiones, aburrimientos, hallazgos, fracasos, desconciertos, iluminaciones, fastidios. Y también, lomo por medio al menos, la pregunta fatal: ¿en qué rincón de la memoria tendré algún rastro de haber leído eso?

Pasillo de hotel

[14/2/2003]

Un pasillo de hotel. Como el de los Coen en Barton Fink, o el de Kubrick en El resplandor. Decadente, tenebroso.

O como el de un dibujo animado, plano y colorido, donde los personajes se persiguen entrando y saliendo de las habitaciones, se cruzan, se pierden, se duplican, se triplican, cierran puertas para luego atravesarlas, gritan, bailan, nos divierten.

O como el de Iguazú, una noche de 1997, cuando saqué a un Gabriel de año y medio a pasear en el cochecito para que se durmiera. Allá íbamos, yo empujando y él farfullando palabras, de ida, de vuelta, de ida otra vez, por esa larguísima alfombra, tangentes a los universos de las otras habitaciones, durante media hora, cuarenta minutos, a la espera de que mi hijo encontrara todo tan aburrido que no tuviera nada mejor que cerrar los ojos y dormirse.

Aforístico

[12/2/2003]

Qué aroma sentencioso, aforístico, tiene el post de acá abajo. No es bueno ver las cosas de ese modo, pero mucho peor es escribirlas de ese modo. Algo me pasa, y creo que tengo una explicación: estoy trabajando demasiado.

Fragilidad

[12/2/2003]

Asusta un poco pensar en las cosas sorprendentes de que dependemos para sobrevivir: oxígeno, agua, alimento, en orden creciente de fragilidad. Pero lo más frágil de todo es esa capa delgadísima de civilización que nos recubre.

Cajas

[12/2/2003]

Estoy sentado en una caja de zapatos, dentro de un contenedor de cajas de zapatos. Las paredes de cartón dejan pasar ruidos accidentales, así que hay otra gente en cajas vecinas. Cuando sea de día voy a salir, porque nada lo impide, pero hasta donde sé es igual en todas partes.