Autor: Eduardo Abel Gimenez

La pregunta maldita

Alguien trepa por la fachada del edificio de enfrente. No tiene cuerdas ni arneses ni herramientas. En este momento va por el segundo piso. Usa las puntas de los dedos, las puntas de los pies. Se pega a la pared como insecto, estira un brazo, levanta una pierna y se iza a sí mismo como un espárrago que escapa del agua caliente.

Lo miro desde mi balcón, en el quinto piso. También lo miran varias personas que están en la vereda de enfrente, más o menos bajo el sitio donde el escalador busca otro punto de apoyo para seguir subiendo.

Se va a caer, es lo que pienso. Se va a caer y se va a romper las piernas, o se va a perforar los pulmones con todas y cada una de las costillas. Pienso si la gente de abajo reaccionará a tiempo para escapar del golpe, y se me ocurre que sí, siempre que todos estén atentos.

Es de día. La avenida está llena de autos. El policía de la esquina también debe estar mirando, al menos de a ratos porque no deja de tocar el silbato a quienes quieren estacionar frente al banco. Esto no asegura que lo que hace el escalador sea legal, pero al menos queda legitimado. Como el malabarista de la otra esquina. Me pregunto si él también pedirá limosnas cuando termine su hazaña.

El hombre que trepa lleva un casco anaranjado, un mameluco color gris ratón medio azulado, y zapatillas rojas. Podría ser un obrero de la construcción, si es que los obreros de la construcción visten así. Sube por una pared angosta entre dos columnas de balcones. No usa los balcones para trepar, aunque sí las ventanitas opacas que ocupan el centro de la pared y que seguramente dan al baño de cada piso. Las bases de las ventanitas son lugares excelentes para un pie, o eso me hace creer el escalador, y los topes de las ventanitas tienen la medida justa para calzar la punta de los dedos de una mano convertidos en garfios.

El escalador tantea la pared con el pie derecho y calza la zapatilla en una muesca de la pared que un momento antes parecía una mancha oscura. ¿Cuál es su objetivo? Es más que llegar al tercer piso, cosa que acaba de lograr y todavía sigue subiendo. ¿Querrá subir hasta la azotea, por encima del piso once? No estoy seguro. Me imagino que lo que busca es alcanzar cierto balcón de cierto piso, para abrir la ventana desde afuera o romper el vidrio, y entrar a una casa a la que es imposible acceder de otra manera. ¿Será un cerrajero que sólo está dispuesto a violar una cerradura desde adentro? ¿Será el amante de alguien que viene a rescatar a su amada? ¿Será un dueño de casa que perdió las llaves y tiene una puerta de seguridad tan buena que nunca, pero nunca más, va a poder abrirla?

El trepador es hábil, es rápido, se lo ve firme. Ya va por el cuarto piso. Sólo verlo me hace temblar las rodillas. Ahora sí que tiene prohibido caerse, aunque sea por el bien de quienes presenciamos su peligro. Los de abajo señalan y hablan fuerte, lo suficiente para que yo oiga sus voces pero no para entender lo que dicen.

Los curiosos no son siempre los mismos: al principio había una mujer con su hija pequeña de la mano, y ahora ya no están. Supongo que una buena madre debe evitar a sus hijos la lección contundente de ver cómo alguien se rompe la cabeza a pesar de llevar casco. En lugar de las dos hay un viejo que se venía acercando lentamente, y que ahora se apoya con ambas manos en el bastón, curva la espalda de costado y con un movimiento en tirabuzón levanta la cara hacia el lado izquierdo para mirar de reojo hacia arriba. Se me ocurre que, si el trepador cae, el viejo será el único que no podrá alejarse a tiempo.

Los conductores de autos a veces disminuyen la velocidad para enterarse de lo que pasa, si es que llegan a ver al hombre de mameluco. Tampoco deben verlo los que vienen atrás y, con la impaciencia aprendida en las calles, tocan bocina de inmediato.

Pero todo esto apenas lo veo, porque tengo la vista fija en el hombre que trepa. Me pican los ojos de no parpadear. Estoy como hipnotizado. Sostengo al escalador con la mirada. Si desvío los ojos se va a equivocar, se le va a cansar un dedo, va a confundir una mancha con un soporte, y entonces…

Suena el teléfono, mi teléfono, en el living, al otro lado de la ventana abierta que está a mi espalda. No voy a atender, por supuesto, ahora no, pero el timbrazo me sobresalta lo suficiente como para distraerme un segundo. Doy vuelta la cabeza, y enseguida, de veras enseguida, instantáneamente, como en un rebote, vuelvo a mirar al frente. Pero ese instante, menos de un segundo, ha sido suficiente. El escalador ya no está.

No ha tenido tiempo de entrar a un departamento, estaba lejos del siguiente balcón y no hay señales de que haya abierto alguna ventana o roto algún vidrio. Tampoco ha caído, porque no lo veo deshecho sobre las baldosas.

El teléfono sigue sonando. La gente de abajo se empieza a dispersar con lentitud. Están todos tranquilos, como si no hubiera pasado nada. Ahora mismo yo podría bajar y preguntarles, si llego a encontrar a alguno cerca. Pero no, para cuando venga el ascensor y me lleve a la planta baja, para cuando yo salga a la calle y cruce la avenida, todos los testigos estarán lejos. Y además debería decidirme ya mismo, en vez de acercarme un poco más a la reja del balcón e inclinarme hacia adelante como si así pudiera distinguir algo, como si el hombre de casco, en vez de desaparecer, se hubiera hecho pequeño y yo pudiera verlo desde veinte centímetros más cerca, escondido en una de las ventanitas o camuflado entre las irregularidades de la pared.

Aflojo los puños. Me froto los ojos. El teléfono se cansa de sonar. Pero el policía no se cansa de su silbato. El viejo acaba de acomodar la espalda mientras da otro paso en dirección al malabarista que repite su acto treinta metros más allá.

Arriba, la pared sigue llena de ventanitas y vacía de hombres de mameluco. Y entonces se me ocurre la pregunta maldita, la de siempre, como cada día de mi vida.

Hola, adiós – Yo soy la morsa

Lado A – Hola, adiós (Hello, goodbye)

Lado B – Yo soy la morsa (I am the walrus)


Traductions

Estoy harto de algunas malas traducciones, que abundan en los blogs pero también aparecen en los diarios. Ojalá hubiera un método mágico para eliminarlas, así como quisiera un método mágico para eliminar los bocinazos.

Algunas palabras y frases que, aunque se entiendan, me molesta mucho ver mal traducidas:

  • Release: Cuando se trata de software o hardware, equivale a “lanzar” o “lanzamiento”, no “liberar” o “liberación”. “Google anunció la liberación de Android 2.2”, ¡puaj!
  • Report: No es “reportar”, “reporte”, es “informar”, “informe”. Sí, de verdad.
  • Break the law: “violar la ley”, no “quebrar la ley”. (Es como decir que alguien “hace” un error en vez de cometerlo. Hay unos cuantos verbos así de los que conviene cuidarse.)
  • Controversial: Aunque existe “controversial” en castellano, es mejor “polémico”.
  • Around the world: “De/en todo el mundo”, no “alrededor del mundo”.
Hay un montón más. Ensucian la lectura. Muchas de estas cosas no son por completo incorrectas, pero el tema no es sólo la corrección formal, sino el tono, la calidad de la escritura. La traducción literal, palabra por palabra, casi fonética, es fácil y tentadora, sobre todo si uno pasa mucho tiempo leyendo en inglés. Pero por favor, mantengamos el buen gusto en nuestro idioma.
(Sí, hacia 2020 lo más elegante va a ser lo que ahora no me gusta. El idioma evoluciona. Pero a veces la evolución duele.)

La historia verdadera de Candelaria y Arandela

Candelaria y Arandela eran dos hermanitas que vivían en un bosque. Su casita estaba en la copa del roble más grande. Subían por una escala de cuerdas, que izaban cada noche para protegerse de los animales que salían a cazar al ponerse el sol.

Candelaria era la más hermosa. Arandela tenía cara de tonta. Candelaria iluminaba el bosque con sus ojos dorados de elfa. Arandela abría muy grande la boca para hacer honor a su nombre. Candelaria sabía encontrar las manzanas más grandes y los hongos más deliciosos. Arandela se distraía aplastando insectos entre las manos: paf, otro puré de mosca.

Una mañana, a fines del invierno, Candelaria y Arandela bajaron de su casita y se internaron en las profundidades del bosque. Iban al río, que en los últimos días había acabado de descongelarse. Cada una cargaba dos recipientes para el agua. Los de Candelaria eran de cristal, puros como el aire del amanecer, limpios como la frente de su portadora. Los de Arandela eran de barro mal cocido, y encima uno se le cayó a mitad de camino y se hizo mil pedazos.

Cuando llegaron al río, ambas se inclinaron hacia el agua para llenar sus recipientes. Fue entonces que el ogro del bosque, que hacía tiempo las venía siguiendo, corrió hacia ellas y las empujó a la corriente.

Candelaria gritó, se sacudió, intentó por todos los medios mantener la cabeza por sobre el agua, pero su esfuerzo fue inútil: al poco tiempo, la bellísima niña se alejaba corriente abajo, el cuerpo ya sin vida.

Arandela, en cambio, sabía nadar.

Boleto para pasear – Sí, esto es

Lado A – Boleto para pasear (Ticket to ride)

Lado B – Sí, esto es (Yes it is)


Nombres

Nombres para tu bebé terminados en “sio”:

  • Alesio
  • Ambrosio
  • Anastasio
  • Cesio
  • Dionisio
  • Disprosio
  • Gervasio
  • Gimnasio
  • Gomasio
  • Hortensio
  • Magnesio
  • Malasio
  • Melanesio
  • Nemesio
  • Nicasio
  • Polinesio
  • Potasio
  • Simposio

Nombres para tu bebé terminados en “cio”:

  • Amancio
  • Anuncio
  • Aparicio
  • Batracio
  • Beneficio
  • Benicio
  • Bonifacio
  • Calcio
  • Comercio
  • Constancio
  • Crediticio
  • Dalmacio
  • Despacio
  • Desperdicio
  • Desprecio
  • Ejercicio
  • Estropicio
  • Fabricio
  • Ficticio
  • Florencio
  • Fulgencio
  • Gentilicio
  • Horacio
  • Hospicio
  • Ignacio
  • Indalecio
  • Indicio
  • Inocencio
  • Juicio
  • Lucio
  • Mauricio
  • Menosprecio
  • Natalicio
  • Negocio
  • Occipucio
  • Orificio
  • Pancracio
  • Paramecio
  • Patricio
  • Poncio
  • Prepucio
  • Propicio
  • Prudencio
  • Reacio
  • Resquicio
  • Silencio
  • Soponcio
  • Tercio
  • Terencio
  • Tiburcio
  • Trapecio
  • Venancio
  • Vitalicio

Es otro servicio público de Ximenez2.blogspot.com.

Nene, eres un hombre rico – Todo lo que necesitas es amor

Lado A – Nene, eres un hombre rico (Baby, you’re a rich man) (sí, en la Argentina esta canción salió como lado A del simple)

Lado B – Todo lo que necesitas es amor (All you need is love)


Hey Jude – Revolución

Lado A – Hey Jude

Lado B – Revolución

(Click en cada imagen para verla más grande.)

Frutillas – Penny Lane

No voy a abundar en la traducción de “Strawberry Fields Forever” como “Frutillas”. En cambio, como bonus tracks, al pie del post va el escaneo de las deliciosas letras en castellano que escribió Ben Molar para las dos canciones de este simple. (Fue sarcasmo, eh.)

En la Argentina, “Frutillas” apareció como lado A y “Penny Lane” como lado B. Sin embargo, en el Reino Unido aparentemente ambas canciones eran A (lo dice la Wikipedia). Y en el disco 1, que reúne las canciones de los Beatles que llegaron a ese puesto en ventas, aparece “Penny Lane” y no “Strawberry Fields Forever”.

Todo se puede ver mucho más grande con respectivos clicks.

Lado A – Frutillas

Lado B – Penny Lane

Bonus track – Letra de Ben Molar para “Frutillas”, según un cancionero de la época (del que hablé más en la Mágica Web)

Otro bonus track – Letra de Ben Molar para Penny Lane, según el mismo cancionero

Jimmy y Colleen irrumpen en el show de Stan Star & The Overheated

A las doce en punto de la noche, Jimmy y Colleen se abrieron paso como pudieron hasta la última puerta que llevaba al escenario. Hasta ellos llegaba el estruendo de la música de Stan Star & The Overheated, que hacía vibrar el piso y las paredes. A su alrededor se amontonaba un sinfín de managers, asistentes, hombres de seguridad, groupies y demás integrantes de la fauna que rodea a las bandas exitosas. Tras ellos, a los tropezones, venía el reportero del Daily Views, dos policías, el padre de Colleen, seis perros afganos y la bruja de Charlotte, que por alguna razón los seguía a todas partes.

A todo esto, la actividad solar seguía en aumento. En el lado diurno de la Tierra regiones enteras se declaraban en emergencia, mientras el amanecer llevaba en su avance una ola de tormentas, cortes en las comunicaciones y otros desastres. Una sonda posada en Mercurio, achicharrada por el creciento flujo electromagnético, dejaba de transmitir.

A pesar de los esfuerzos del personal de seguridad para protegerla, la puerta cedió a la presión de tanta gente que empujaba, y de pronto Jimmy y Colleen se encontraron en el extremo izquierdo del escenario. Todo era un caos, como solía suceder en los shows de Stan Star, pero peor que de costumbre. Mientras la música seguía a todo volumen y las luces se desorbitaban para crear efectos cada vez más espeluznantes, un técnico luchaba contra una gigantesca máquina de humo que no quería dejar de arrojar su nube blanca sobre el bajista. En una fila continua, los fans trepaban a los parlantes y desde allí se echaban de cabeza sobre la multitud. Alguien se balanceaba de aquí para allá en una cuerda que colgaba de las alturas, y a cada vuelta, con los pies por delante, hacía una nueva perforación en la enorme pantalla que cubría la parte posterior del escenario. El propio Stan Star, con el soporte del micrófono entre las piernas y el micrófono aferrado con los pies, giraba sobre sí mismo en el piso y cantaba “One step closer to hell” con su característico aullido rasposo.

Más allá, la multitud que colmaba el estadio saltaba, arrojaba gorras y zapatillas al aire, gritaba en sintonía con Stan Star y se dejaba atravesar por los focos de luz ardiente como si fueran rayos X.

A pocos pasos de Colleen, la cantante de coros, que venía agitando su melena roja y saltando sobre un pie como si bajo ella el infierno estuviera realmente cerca, se quedó inmóvil de pronto, y empezó a caer hacia adelante. Alguien alcanzó a atraparla antes de que golpeara el suelo, y entre dos la arrastraron fuera de la vista de la multitud.

Colleen, que no había dejado de correr, descubrió que la inercia la llevaba al puesto que había ocupado la cantante de coros, y se encontró imprevistamente bajo un foco azul que le iluminaba la cara. Siguiendo un impulso, acercó la boca al micrófono y se puso a cantar, apenas un instante después de que la verdadera cantante abandonara su misión.

Desde mucho antes de su investigación actual, antes de que los acontecimientos la trajeran a este improbable lugar, Colleen era fan de Stan Star. Sabía todas las canciones de memoria. De manera que no le costó nada asumir el rol, y pareció que nadie de la banda se daba cuenta.

Mientras tanto, Jimmy se echó a un lado de la puerta que acababan de atravesar y sacó el Control del bolsillo trasero del pantalón. Lo encendió, desplegó la antena y lo empezó a apuntar a los integrantes de la banda, uno tras otro.

El reportero del Daily Views le dio una trompada a uno de los policías, que intentaba arrebatarle el teléfono móvil. El otro policía saltó sobre el padre de Colleen para impedirle que entrara al escenario, y los diversos empleados de la banda luchaban por mostrar que tenían las cosas bajo control, aunque ni ahora ni nunca eso hubiera sido cierto. Los perros afganos iban detrás de los fans que trepaban a los parlantes; tal vez les ladraran, tal vez los mordieran, pero el nivel de ruido y adrenalina impedían que alguien se diera cuenta. La bruja de Charlotte, que esquivaba todo con notable habilidad, estiró una mano en dirección a Colleen, pero como estaba a varios metros de distancia no tenía la más mínima posibilidad de alcanzarla.

Lejos del estadio, todos los canales de televisión y los sitios de noticias mostraban la ola gigante que se acercaba a París, por sobre la tradicional campiña francesa. En esa región acababa de amanecer., con lo que el agua de la ola adquiría una tonalidad casi pasional Lo más espectacular era el video en directo de un avión de acrobacias, cuyo piloto maniobraba enloquecidamente entre los techos de las casas, donde a veces era posible distinguir la cara desesperada de un granjero, y la cima de la ola, que a doscientos metros de altura avanzaba sin que nada la pudiera detener.

La canción terminó, y casi sin pausa empezó a sonar “Let’s go down below”. Stan Star, ahora de pie, corría de un lado al otro. Colleen, más segura en su nuevo rol de cantante, se puso a bailar como para que nadie se extrañara tanto de verla allí.

Jimmy, acurrucado en un rincón, terminó de chequear al tecladista, a los dos guitarristas y al baterista. Entonces apuntó el Control a Stan. Colleen, que lo miraba de reojo, quiso decirle que no, que Stan Star no podía ser quien buscaban, ¡justo él!, pero entonces notó que Jimmy se quedaba tieso y levantaba la mirada con horror.

Colleen miró hacia Stan Star. En la tela de su camisa negra, en medio de su espalda, había aparecido un agujero, y de allí salía una nubecilla de humo rojo, que contrastaba salvajemente con el humo blanco de la máquina descarriada. Colleen gritó, pero no porque la canción lo exigiera.

El reportero del Daily Views, que había logrado librarse del policía, empezó a sacar fotos con su teléfono. El flash, que en realidad era apenas distinguible en medio de las luces del show, pareció enfurecer a Stan Star. O tal vez fuera otra cosa. La cuestión es que Stan arrojó el micrófono por el aire y saltó en dirección al reportero. El reportero retrocedió un paso, con lo que fue a dar contra el padre de Colleen, que repartía puñetazos a un lado y al otro y exigía a los gritos que le devolvieran a su hija, aunque nadie pudiera oírlo en medio del estruendo. Charlotte, aún de pie, seguía señalando a Colleen, pero ahora miraba en dirección al público, como si temiera que algo fuera a pasar.

Ni Colleen ni su padre, ni Jimmy ni el reportero, ni los perros afganos, tenían forma de saber que, justo en ese instante, la primera bomba nuclear destruía Ciudad del Cabo. Otros misiles atravesaban océanos, llanuras y cordilleras en una trama siniestra que en cuestión de horas se cobraría millones de vidas.

Ahora también salían nubes de humo rojo de los hombros de Stan, de sus orejas, de las rodillas. Jimmy se aferraba al Control. Colleen gritaba de espanto. La banda seguía tocando, como si todo fuera normal. La multitud de espectadores redobló la energía con que saltaba y festejaba.

Al fondo del estadio, justo donde la bruja de Charlotte estaba mirando, una tribuna gigantesca, que contenía más de diez mil personas, cedió ante la presión extra y cayó al suelo. El tecladista, que por algún motivo también miraba hacia allí, dejó de tocar y se quedó como congelado. Pero nadie más en el escenario se dio cuenta de lo que ocurría. Stan Star se dedicaba a estrangular al reportero del Daily Views, que había perdido el teléfono bajo el cuerpo del segundo policía, cuya cabeza el padre de Colleen pateaba una y otra vez como si esperara respuesta. Las personas de seguridad parecían hipnotizadas por lo que ocurría con Stan, y no atinaban a hacer nada.

Pero Jimmy no había soltado el Control, de manera que la transformación de Stan seguía avanzando. La estrella de rock, o quien había sido la estrella de rock, tenía la ropa hecha jirones, y por todo el cuerpo la piel le estallaba en nubes de un escarlata fosforescente. Por último soltó al reportero y saltó hacia el borde del escenario, donde abrió los brazos y se dejó caer hacia la multitud.

Ahora sí, la banda en pleno abandonó los instrumentos. El estruendo se apagó de pronto, como si alguien hubiera quitado el aire. Todo el mundo estaba gritando, pero los oídos, tras la repentina disminución en la cantidad de decibeles, lo interpretaban todo como un silencio profundo.

Jimmy dejó caer el Control y corrió hacia Colleen, pero en su camino se interpuso el bajista de la banda, quien se había dado cuenta de que Colleen no era la cantante habitual y la estaba aferrando por el cuello con ambas manos. El padre de Colleen, con agilidad poco característica, dio un salto hacia adelante y empezó a lanzar puntapiés hacia las rodillas del bajista.

La acción pareció hacerse más lenta, como si la atmósfera, tras haberse ido con el estruendo, acabara de ser reemplazada por mercurio. Los espectadores ya no saltaban ni miraban al escenario, sino que corrían unos sobre otros buscando una salida. El policía vivo disparaba su pistola reglamentaria en todas las direcciones. Los perros afganos habían desaparecido de la vista. La bruja de Charlotte abría los brazos en cruz y se elevaba por sobre el escenario. Si esto hubiera sido una película, la cámara también habría empezado a alejarse lentamente hacia arriba, desde el punto de vista de la bruja de Charlotte, mostrando de a poco el resto del escenario, luego el estadio con la tribuna caída y el pantano de cadáveres, la ciudad donde se iban apagando las luces y, kilómetro a kilómetro, el lado oscuro de la Tierra, hasta encontrar el primer rayo de sol en un horizonte lejano.

A la mañana siguiente, el planeta ya estaba en poder de los zombis.