Categoría: Desorganizador

No se entiende

No se entiende por qué habla así. Es diferente de nosotros. Dice cosas raras. Molesta, realmente. Al final, hay que ponerle un marcapasos en la lengua.

El avión sube

El avión sube, baja, da vueltas, echa humo, lo absorbe, despliega un paracaídas, lo suelta, mueve las alas, mueve la cola, acelera, frena, se sostiene en el aire sin manos, grita y se ríe como un chico, trepa más allá de la atmósfera, da una vuelta a la luna, se convierte en bala, en cigüeña, en pingüino volador, en barrilete, en mariposa, vuelve a ser avión y sale de la pantalla.

Pasa un auto gris

Pasa un auto gris, pasa un auto rojo, pasa un auto blanco, pasa otro auto rojo pero más oscuro que el segundo, pasa otro auto gris pero más claro que el primero, pasa una camioneta celeste, pasa un auto medio turquesa (el color de los azulejos del baño en la casa de mi infancia), pasa un taxi amarillo y negro, pasa otro auto gris pero más oscuro que los anteriores, pasa un auto bordó, pasa un auto verdoso (antiguo, de esos que tienen el techo revestido de algún plástico negro), pasa otro auto gris medio oscuro aunque ya no lo puedo comparar con los de antes, pasa un auto amarillento (el color que mi madre suele llamar “marfil”), pasa el auto violeta que suelo ver cuando vuelvo de llevar a mi hijo a la escuela, pasa otro auto de un rojo más puro y claro que los anteriores, pasa otro auto blanco, pasa un auto negro o tal vez gris muy oscuro, pasa un colectivo de varios colores entre los que domina el celeste, pasa un auto gris como tantos otros, pasa un auto azul recién salido del mar, pasa otro auto bordó, pasa otro auto bordó más, pasa un auto gris claro con un parche más oscuro en el guardabarros delantero izquierdo, pasa un auto verde, y en cada auto hay alguien que sigue de largo.

Es carnaval

Es carnaval, de manera que la gente se pone pelucas anaranjadas para salir a arrastrar los pies por la calle, carga pitos y matracas para ir a discutir con los parientes y pelearse con los hijos, ensaya una sonrisa en el espejo para mejorar la expresión de hartazgo cuando llega al trabajo.

Lo distinguen de otros artistas

Lo distinguen de otros artistas, aunque tal vez no tanto como quisiera darnos a entender, la elegancia del trazo curvo, la acentuación de los pómulos, la soltura en la composición cromática, la calvicie prematura, el desenfado en la elección de temas, el saco raído, la innata capacidad de síntesis, los dientes amarillos, el uso novedoso del claroscuro, las rodillas huesudas, la aparente simbiosis entre forma y fondo, las orejas sucias.

El agua resbala

El agua resbala por la pared y cae en la escalera que debo bajar. Todo es blanco menos yo. A mi espalda queda un reguero de talco y madres que tratan de limpiarlo con trapos húmedos. Hay muchas cosas inútiles, pero el día que haga la lista empezaré diciendo que a mi tacho de basura le falta el fondo.

Siempre supe

Siempre supe que la escalera tenía trece escalones. Hasta que debí subir, y entonces tuvo dieciocho.

Te devuelvo el libro que me prestaste

Te devuelvo el libro que me prestaste, con el valor agregado de las horas de insomnio, la mancha de chocolate en la página 147, la estadía entre Expiación y Milenio negro, la mirada de la chica del subte que quería adivinar, el descubrimiento de que doblás las hojas para marcar por dónde vas, el tiempo perdido, el tiempo ganado, el tiempo que empatamos.

El pueblo está preocupado

El pueblo está preocupado por la falta de frío, el árbol que se seca, los perros sin patas, la mezcla de nubes que tuvimos ayer, el color de los zapallos, la humedad que sale por las paredes de la iglesia, el celofán, la malaria, el molino de viento, la suba del alquiler, la velocidad de los gansos salvajes que han venido de otro continente, el sombrero del alcalde, las faldas de la hija del panadero, el camino que lleva al cerro, la piedra amarilla, las orejas del caballo blanco, el aljibe y las sombras chinescas.

Estoy esperando que me atiendan

Estoy esperando que me atiendan, sentado en el sillón verde oscuro, frente a la mesita donde se apilan los folletos. A mi derecha hay una ventana alta, por la que sólo veo una pared con otra ventana igual a la mía, que sin duda pertenece a la oficina de al lado. Me acomodo en el borde del asiento y me echo hacia atrás, hasta apoyar en el respaldo los hombros y la cabeza. Dejo caer el brazo izquierdo por fuera del apoyabrazos, hasta que los dedos rozan la parte inferior del sillón y entran en el hueco que dejan las patas. Ahí encuentro un material blando y rugoso, fácil de atrapar con los dedos. Tiro y se desgarra, sin ruido. Tiro un poco más, arranco un pedazo y no me atrevo a mirarlo. Con un giro de la mano lo arrojo hacia atrás, donde tal vez nadie lo vea. Arranco otro pedazo. Ahora encuentro una especie de algodón basto, un relleno hecho de fibras suaves y ásperas a la vez, según por donde las toque. También es fácil de arrancar, aunque tiende a quedarse pegado a los dedos. Sale un trozo, sale otro, y sigo tirando todo hacia atrás, mientras miro por la ventana esa otra ventana por la que ahora se asoma alguien, me saluda con un movimiento de cabeza y vuelve a meterse adentro sin darme tiempo a responder. No hay caso. No me atienden. Tendré que hacer algo al respecto.