[8/5/2003]
Después de verlo repetido en cien autos distintos, el cartel que dice “HAVE A RICE DAY” empieza a parecer realmente estúpido.
[8/5/2003]
Después de verlo repetido en cien autos distintos, el cartel que dice “HAVE A RICE DAY” empieza a parecer realmente estúpido.
[7/5/2003]
A las cinco en punto de la madrugada abro los ojos a la oscuridad del insomnio. No se ve nada, pero se oye:
[6/5/2003]
El trabajar en casa me permite algunas informalidades que, a pesar de ser menores, hacen la vida más fácil. Estoy pensando en el rollo de papel higiénico que tengo siempre en mi escritorio, a la izquierda del monitor. Es una excelente fuente de pañuelos y servilletas, y pocas cosas divierten más a Gabriel que sacarle un pedacito y hacer un bollo entre los dedos mientras me cuenta algo que acaba de inventar.
[6/5/2003]
Debe ser que me desperté muy temprano, a las cuatro. Una de las formas del insomnio. El resultado es que veo todo más negro que de costumbre, y no es porque todavía no amaneció. Las noticias son tan malas como ayer, pero el trasfondo, la segunda lectura, lo que se percibe entre líneas es cada vez peor. Tal vez a las ocho todo vuelva a la normalidad, que ya es bastante dura.
[2/5/2003]
La aspiradora de al lado arranca en consonancia perfecta con el pianista del CD. Pero enseguida el pianista altera la armonía, se va por las ramas, ¡cacofonía!, y es imposible seguir escuchándolo.
[2/5/2003]
Si alguien pintara un mapa del tiempo, con colores para los años, como se hace con los países en un mapa del mundo, el año 2002 debería ser amarillo.
Amarillo como las luces de una autopista durante una noche con niebla.
Amarillo como estar mal del hígado.
Amarillo como las malas noticias mal transmitidas.
Amarillo como un callejón cubierto de limones maduros que voy pisando mientras me emborracha el olor dulzón y ácido.
Amarillo como ese helado horrible que Gabriel tiró a la basura.
Amarillo como el papel que hay dentro de las carpetas viejas.
Amarillo como las paredes de los edificios al amanecer.
Amarillo como la arena que se escapa entre los dedos, la arena de un desierto interminable en el que cierro los ojos para regalarme la ilusión de que en realidad es una playa y a pocos pasos está el mar.
Amarillo como la caja de Lotrial.
Amarillo como los volantes de la fábrica de empanadas que pasan por abajo de las puertas.
Amarillo como el herpes zóster.
Amarillo como un broche para la ropa.
Amarillo como las fotos en blanco y negro de los álbumes de mi juventud.
Amarillo que no es oro.
(Con respecto al año 2003 es otra historia y todavía no puedo saberlo. Pero todo parece indicar que habrá una ristra de años amarillos en los que será difícil distinguir uno del otro.)
[1/5/2003]
Justo hoy no hay diarios.
Justo hoy que me desperté demasiado temprano, con frío, y después de un rato largo frente al monitor miro por la ventana y veo que todavía no amaneció.
Justo hoy que es feriado, un día raro en medio de la semana, un preludio de este viernes en que nadie va a comprender del todo lo que pasa.
Justo hoy que estoy saliendo del mareo de las noticias recientes y puedo marearme con otras, más nuevas.
Justo hoy que me puse el buzo bordó, que todavía me entra, algo que podría llamarse un “golpe de color”, y para lo cual no sirve tomar agua ni ponerse a la sombra, porque no hay remedios conocidos.
Justo hoy que pensé en contar aquí una anécdota de mi adolescencia, y después me di cuenta de que no tenía ganas.
Justo hoy que hay un globo en el piso de esta habitación, un globo blanco, con forma de huevo, que mi hijo trajo ayer del cumpleaños de una compañera de la escuela y abandonó aquí porque siempre me deja algún recuerdo.
Justo hoy que hay una luz prendida allá en el edificio blanco, una sola entre todas las ventanas, al otro lado de un vidrio esmerilado.
Justo hoy que tengo el plan heroico, ambicioso, tantas veces postergado de llevar el auto a cargar nafta.
Justo hoy que tengo esa sensación rara en la punta de los dedos, algo como electricidad o una amplificación del sentido del tacto, que no me deja tocar algunas telas, que me hace insoportable el contacto con el pelo, que pide superficies lisas como por ejemplo estas teclas.
Justo hoy que no tengo horarios pero igual miro el reloj, que no tengo apuro pero igual me impaciento.
Justo hoy que es tan otoño.
Justo hoy no hay diarios.
[28/4/2003]
Son cuadras que ya no veo. Estuve allá. Ahora estoy acá. Debí pasar por esas cuadras, pero lo hice tantas veces que no las recuerdo.
Tampoco recuerdo las horas. Antes fue cierta hora de la mañana. Ahora es cierta hora de la tarde. El tiempo intermedio debió transcurrir, pero (casi) no quedan rastros.
Y en este preciso momento no tengo ganas de pensar en los años.
[22/4/203]
De todas las cosas que existen en mi vida, esta es la que veo con más frecuencia ultimamente:
Otro aspecto sobresaliente de mi existencia se puede apreciar en la imagen compuesta que sigue (digo compuesta porque no entraba todo en una sola captura de pantalla, y tuve que hacer un poco de pegado en Photoshop). Vale la pena ver que recién son las nueve y media de la mañana, y todo este spam llegó hoy:
(Tuve que reducir un poco la imagen, porque el original de 518 pixels de ancho hacía desaparecer la columna de la izquierda. Por eso no se lee tan bien. Claro, todavía me pregunto qué función cumple esa columna, que yo mismo puse ahí, pero esa duda tiene a esta altura un nivel tan metafísico que no puedo afrontarla sin aviso previo y sólo porque recibí otra parva de errores 226 y una dosis casi fatal de spam.)
(Fe de erratas de las cinco de la tarde, el mismo día: ahí arriba, donde dice “columna de la izquierda”, debería decir “columna de la derecha”. O “de la otra izquierda”, si uno prefiere. ¿Será que el error 226 afecta la lateralidad?)
[22/4/2003]
La sostiene el celular, mientras camina por la calle de Tribunales. Lleva la oreja colgada del aparato, la mano firme aferrada a la carcasa de plástico, mientras un hilo invisible de tecnología de punta le dice dónde ir.
Alrededor, los que no tienen celular se van cayendo de a poco. Primero se nota en la ropa: los hombres pierden la corbata, mientras la camisa se les convierte en remera y el saco en pulóver. Las mujeres pierden el trajecito sastre, que se hace pollera y blusa negras, manchadas del polvo que resbala de los edificios. Después se ve en la posición de la cabeza, que ya no logran mantener en alto, y de la espalda, que se les va encorvando como si quisiera ayudar a las manos a escarbar en los tachos de basura. También se ve en el paso, que se hace más lento, más pesado, porque no hay una comunicación urgente que los apure, porque nada tira de ellos más que hacia atrás.
Yo que tengo celular puedo decirlo: si me faltara empezaría a caer como ellos, no es culpa del que cae, es culpa de esa ausencia de plástico y circuitos complejos. El próximo gobierno debería repartir celulares gratuitos, y debería poner oficinas especiales desde donde llamen periódicamente a todos aquellos a quienes de otro modo nadie llamaría. Así tendríamos un porvenir de espaldas rectas y frentes erguidas, y sobre todo de orejas ocupadas en recibir susurros a través de la red de fotones que vibran en frecuencias distantes del espectro visible.
Ahora que he logrado este brillante diagnóstico, puedo dedicar el resto del día a otras cosas que me requieren con urgencia.
Por ejemplo, tengo que pensar en la contadora y en la inminente declaración de ganancias. Le debo dinero a la contadora, desde hace un año o algo así, desde la declaración anterior. Tengo que pagarle. Y tengo que encargarle la nueva declaración, que consistirá en un jugo destilado de los papelitos de colores que tengo en una carpeta, o que creo que tengo, porque tal vez se hayan convertido en otra cosa durante estos tiempos de arañas tejiendo telas a mis espaldas.
Es que no quiero caerme de esa otra red que me sostiene, de ese hilo de declaraciones juradas que desde la AFIP me sostiene y defiende mi condición humana. La caída, ese es el principal temor que tenemos en esta época, la caída, como en esas pesadillas con precipicio o rascacielos o puente, cuando uno se despierta a cien kilómetros por hora en la cama, sudando a pesar del viento frío que viene de abajo. La caída al infierno sin fondo que parece tan distante pero que está ahí nomás, al otro lado de los expedientes de la AFIP, al otro lado de un celular roto o una cuenta impaga.
No me vengan hoy con gente, justo hoy que estoy tan ocupado en sostenerme.
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