Categoría: Diario

Insecto

[9/2/2003]

A veces me siento como un insecto atrapado en una gota de agua. Es algo físico. Estoy a mitad de la noche, con las alas pesadas y pegajosas, incapaz de darme vuelta, contenido por murallas sin un límite preciso, entre un sueño falso y una pesadilla verdadera. Dormirme otra vez es la única salida, pero no siempre está disponible.

Paso

[7/2/2003]

Hay cosas que son un pequeño paso para un hombre, y un retroceso gigante para la humanidad.

(Escribo esto en días de leer muchos artículos contrapuestos sobre la situación internacional, en particular con respecto a Irak. Tal vez lo que me hizo recordar la frase que dijo Armstrong cuando pisó la Luna sea que en los medios todavía parecen estar cayendo los restos del Columbia.)

Del spam de hoy

[6/2/2003]

(La imagen ausente forma parte del original.)

Dolor

[5/2/2003]

El dolor en el oído.

El dolor de espalda.

El dolor en el cuello.

El dolor de estómago.

El dolor en los ojos.

El dolor de nudillos.

El dolor en el codo.

El dolor de hombro.

El dolor en las rodillas.

Lateralidad

[4/2/2003]

Soy un lector con problemas de lateralidad. Me sumerjo en una escena, imagino vívidamente los detalles, la posición relativa de personajes y objetos, la relación entre las distintas partes que componen la narración, y de pronto sobreviene el desastre: “Bart miró a Stu, que estaba a su izquierda.” No, no y no: Stu estaba a la derecha de Bart. Y si tenía que estar a la izquierda, ¿por qué no me avisaron antes? Con la imaginación hecha pedazos, puede llevarme un rato largo reconstruir la escena, y nunca voy a dejar de pensar que ahora, por culpa del autor, la veo reflejada en un espejo.

Shampoo

[3/2/2003]

Voy a comprar shampoo. Encuentro hileras de marcas y submarcas complejas y muy parecidas entre sí, con fotos de chicas de cabellos espléndidos, todo en variantes que dependen de qué es lo más reciente que se hizo cada mujer en la peluquería. Leo la letra chica de las descripciones con los anteojos puestos, buscando algo que remotamente se parezca a lo que me hace falta (cabello más bien normal, canoso, cinco centímetros de largo, sin mucho sol, sin tintura, sin permanentes, sin planchar, y por suerte sin calvicie). Tras un largo rato tomo la única decisión posible: vuelvo a casa y me lavo el pelo con jabón.

Golpeteando

[2/2/2003]

Siempre estoy golpeteando con los dedos en la mesa, en las piernas, en la silla. Sale algún ritmo que me parece atractivo y lo repito, lo repito, lo repito. Un minuto después empiezo con otro ritmo. Y más tarde otro. Soy experto en los matices que se les puede extraer a los muebles del living. A veces fantaseo con tener un buen grabador digital, portátil, para registrar algunos de esos golpeteos, los que en el momento parecen inspirados. La obsesión me vale miradas molestas en más de un lugar, sobre todo en mi propia casa. Y es el signo más visible de una vocación frustrada: ser percusionista, baterista incluso, vivir haciendo los mismo pero de un modo socialmente aceptado y, tal vez, económicamente viable. Pero ya estoy aprendiendo a convivir con eso; como un signo de vejez, la preocupación que asoma ahora es que, a pesar de todo ese ejercicio, no adelgazo.

Explosión

[1/2/2003]

Hasta hace dos años vivíamos a media cuadra de Aráoz y Santa Fe, en el barrio de Palermo. Resulta que ayer hubo una explosión en la estación de servicio de la esquina. La misma a la que tantas veces fui para comprar leche o papel higiénico en horas absurdas, pasando por la clínica deshabitada donde ahora hay un estacionamiento. Y pasando también frente a esa galería donde el portero había sido un vecino de mi propio edificio al que le habían rematado el departamento por deber siglos de expensas. Ocho heridos, ningún muerto, ambulancias eficientes, gente en estado de pánico, Shell prometiendo explicaciones.

La crónica de Clarín me puso los pelos de punta. Habla de la panadería de al lado, la que está pintada de rosa, donde a veces iba a comprar unas pizzas chicas muy ricas y baratas, mientras que las medialunas no eran tan buenas: una empleada se tiró bajo el mostrador por creer que estaban bombardeando; una clienta desparramó sus facturas y se echó a correr. También habla de la juguetería, que está enfrente de la estación, cruzando Aráoz: se quedaron sin vidrios, justo ahí donde me entretenía mirando las bonitas cajas de rompecabezas de cinco mil piezas, donde Gabriel aprendía a caminar gracias a que un metro más allá se veía un juguete más prometedor, y luego otro y otro. Menciona un local de alquiler de videos: es el pequeño Blockbuster de al lado de la juguetería; pero esos que se frían.

Recuerdos y destrucción al mismo tiempo. Qué paradoja con efecto profundo para esta mañana lluviosa de sábado.

Marilyn

[1/2/2003]

Esa chica de diecinueve años, bien a la moda, vio por primera vez una foto de Marilyn Monroe de cuerpo entero. Levantó la cara de golpe, ojos redondos de auténtica sorpresa, y dijo:

—¡Pero era un chanchito!

Onda verde

[31/1/2003]

El taxista aceleraba todo lo posible, esa noche en que la avenida Córdoba estaba vacía. Al acercarse a una esquina, con el semáforo todavía en rojo, frenaba con ganas y me obligaba a agarrarme del asiento delantero para no irme de trompa. Esperaba un par de segundos, y en cuanto el semáforo empezaba a cambiar aceleraba otra vez al máximo, para repetir el ritual en la esquina siguiente. Así esquina tras esquina.

—Qué mal anda la onda verde —me dijo durante uno de esos ciclos, enojado, girando la cabeza hacia mí—. Los semáforos te ven venir y no reaccionan.