Categoría: Diario

2001 y 2002

[20/12/2002]

El 19 de diciembre de 2001 mi hijo Gabriel cumplió seis años. Hicimos la fiestita en una sala de la calle Juramento. A la entrada había algo de tensión en el aire, pero pasamos dos horas y media aislados de las noticias. Luego descubrimos que durante ese rato la realidad se había deteriorado, hasta el punto en que los padres que venían a retirar a sus hijos a la hora convenida traían caras largas, malas noticias, peores presagios. Había que esforzarse para conservar la felicidad del cumpleañero. Hablábamos de saqueos, crisis, fin de época. Todo era muy raro.

Ayer, 19 de diciembre de 2002, mi hijo Gabriel cumplió siete años. Hicimos la fiestita en una sala de la avenida Monroe. A la entrada había sonrisas, alegría, expectación. Pasamos dos horas y media disfrutando el aire acondicionado, mientras los chicos se divertían a todo trapo. Al final, cuando los padres volvieron para llevarse a sus hijos, también había sonrisas, alegría, torta compartida. Conversábamos sobre planes para las fiestas, las vacaciones, las colonias de verano. Todo era muy raro.

[20/12/2012]

Y ni hablar de lo raro que es todo ahora, cuando Gabriel acaba de cumplir diecisiete.

Al amanecer

[18/12/2002]

Al amanecer, cuando el sol da horizontal sobre la enorme medianera de ladrillo descubierto del edificio que tengo enfrente, resulta algo muy parecido a un paisaje marciano.

Ola

[14/12/2002]

Hacía años que no me metía en el mar y me dejaba cubrir por una ola. Hoy lo hice, y por un momento sentí que había pasado todo ese tiempo durmiendo.

Salud Laboral

[13/12/2002]

“Primer Seminario Internacional de Salud Laboral”, dicen los carteles. Fue ayer y anteayer en el hotel donde paramos. Lo organizó la CTA. Hubo muchos discursos vibrantes, muchos hombres con bigotes, alguien que hablaba en portugués, desayunos, almuerzos, cenas, gente que iba y venía, gente que conversaba en vestíbulos y pasillos, credenciales, computadoras, un gran ómnibus en la puerta. Se habrán alcanzado grandes conclusiones. Se habrán detectado puntos centrales de debate, de controversia, y de acuerdo. Habrá sido un excelente punto de encuentro para tanta gente interesada en el porvenir de nuestro país y de la región en que estamos incluidos. Seguro.

A nosotros lo que nos llegó fue el griterío, la multitud difícil de atravesar cada vez que había que ir a buscar o dejar la llave, el humo de los cigarrillos. También la desorientación del personal del hotel, el cansancio del conserje, los cambios de sitio de cada desayuno, el café peor cada día. Y, particularmente, las miradas de los delegados, para quienes nuestros shorts, ojotas, toallas y gorritos eran el signo inequívoco de los intrusos.

*

Cuando ya casi se habían ido, dejando tras de sí estelas de sabiduría, respeto al prójimo y solidaridad, apareció este cartel en varias paredes del hotel (impreso en una vieja dot matrix):

“EDUCACIÓN.
OBSERVANDO LAS NUMEROSAS QUEMADURAS EN LAS ALFOMBRAS AGRADECERÍA QUE UTILIZARAN LOS CENICEROS RESPECTIVOS. LA GERENCIA.”

Consistencia, autenticidad, sabiduría

[10/12/2002]

Consistencia, autenticidad, sabiduría: a veces no hay. Si giro la cabeza a la izquierda desde esta computadora prestada, y miro más allá del vidrio y al otro lado de la calle, veo un negocio que se llama “PAKISTANI SHOP”. El mismo cartel que tiene el nombre ofrece, más abajo, “ROPA HINDU”.

Remeras

[9/12/2002]

Dos amigos están charlando. Uno le pregunta al otro:

-¿Leíste alguna remera interesante últimamente?

Dibujado era mejor, uno de los mejores cartoons que vi en mi vida, de esos que crean un espacio propio en el cerebro y vuelven a ser útiles (y recordados) muchas veces.

A lo que voy es a que en estos días leí dos remeras interesantes. Un muchacho llevaba la primera:

“MY DRINKING TEAM
HAS A RUGBY PROBLEM”

La segunda estaba como pintada sobre un abundante pecho de mujer, y decía:

“MIRAME A LOS OJOS”

Atrasa

[6/12/2002]

El reloj de mi computadora atrasa. Ahora mismo marca la una y cuatro minutos, cuando es la una y doce minutos. Lo puse en hora esta mañana. Es el principio del fin, obviamente. Faltaría saber el fin de qué.

Fuerte

[6/12/2002]

Hay en las calles un afiche con la cara de uno de esos políticos que preferiría no tener que ver, y menos sin aviso previo. El texto dice: “Necesitamos un presidente fuerte”. Lo que no aclara es quiénes necesitan un presidente fuerte, ni para qué.

Multicanal

[6/12/2002]

Una camioneta de Multicanal. En la puerta del conductor, alguien borró la C del nombre de la empresa. Quedó… Bueno, es fácil imaginar cómo quedó.

La heladera

[4/12/2002]

—Antes de la devaluación tendríamos que haber…

Así empiezan muchas frases en la charla de todos los días. “De haber tenido plata” es la parte implícita. Es decir que, de haber tenido plata, antes de la devaluación podríamos haber hecho muchas cosas que ahora no podemos, y no sólo por no tener plata sino porque aunque la tuviéramos ya no valdría lo mismo.

Una de esas tantas cosas es comprar una heladera. Moderna, bonita, con freezer, cajoncitos para verdura, que se descongele sola (o como sea que funcionan las heladeras ahora). Una de esas que siempre parecen llenas de cosas ricas.

La heladera que tenemos viene de unos veinticinco años atrás. Funciona. Pero no es tan vieja como para resultar querible, ni tan nueva como para resultar satisfactoria. Junta mucho hielo. Cada vez más, y más rápido. De manera que periódicamente hay que desenchufarla, abrir las puertas, consumir rápidamente lo que quede en su interior, acordarse de vaciar muchas veces la bandeja para el agua del deshielo que tiene abajo de todo, etcétera.

No somos prolijos al respecto. La dejamos demasiado tiempo. El hielo llena el congelador hasta que ya no se puede abrir, y se genera la conocida paradoja de que semejante iceberg mantiene el resto del interior completamente tibio. Es más: durante esos días más bien frescos que tuvimos había que meterse adentro de nuestra heladera para lograr algo de calorcito.

Finalmente, diría que con meses de atraso, nos decidimos a atacar el problema y la descongelamos. Llevó un día. En el proceso tomamos demasiados yogures, usamos demasiados sobrecitos de queso rallado de los que envían los restaurantes con delivery, descubrimos un experimento de Gabriel congelado en el fondo de una barrera de hielo mayor que el mar de Weddell, inundamos la cocina por dejarnos estar con la bandejita del deshielo, nos quedamos sin leche, sin cerveza, sin manteca.

Debería decir que uno de los accidentes que tuvimos fue gracioso, pero la verdad es que dejó un gusto (literalmente) amargo. Cierto experimento de Gabriel consistía en un vaso de agua jabonosa tomado directamente de la bañera tras uno de sus largos baños/juegos de inmersión, puesto a congelar en la parte superior de la heladera “para ver cómo queda la espuma”. Es evidente que al ponerlo ahí, tiempo atrás, volqué una parte del contenido sobre la cubetera. Ahora, antes de quedarnos sin cubitos, decidimos tomarnos el Gancia que había y le echamos, sin saberlo, esos trozos de hielo enjabonado. Lamento decepcionar a quien lea esto al decir que no llegamos a echar espuma por la boca, pero nos habría gustado hacerlo.

No, Gabriel no toma Gancia. Todavía no prueba su propia medicina.

Ahora la heladera está libre de la carga antártica, y basta con ponerla a mitad de potencia para que todo parezca digno del mejor invierno. Eso sí, ocurre algo que seguramente no pasaría si hubiéramos hecho a conciencia nuestros deberes previos a la devaluación: cada vez que tomo un traguito de agua me duelen los dientes.