Categoría: Exploraciones

Desde fines de los ochenta

Desde fines de los ochenta, con la proliferación de CDs, los discos de rock y pop se fueron haciendo más largos y a la vez más espaciados en el tiempo. Quienes venían publicando un disco de cuarenta minutos por año pasaron a publicar uno de sesenta o setenta cada tres años.

Ahora da la impresión de que la moda vuelve atrás. Están saliendo otra vez discos de cuarenta y pico de minutos, con más frecuencia (hay quienes vuelven a la producción más o menos anual).

No es que me guste seguir modas: tengo todos los prejuicios debidos al respecto. Pero reconozco que los discos tan largos habían empezado a cansarme. Es difícil escucharlos de una vez. Parecen estirados. Estos discos nuevos son compactos (valga la redundancia), no sobran minutos, tienen un “arco” de tensión más adecuado.

Pero seguro que ya todo el mundo había descubierto esto que digo.

Por las veredas de mi barrio

Por las veredas de mi barrio están apareciendo estos tachos grises y anaranjados:

Foto por Eduardo Abel Gimenez Foto por Eduardo Abel Gimenez

Vienen en reemplazo de los maltratados o ausentes tachos verdes que con los años se fueron haciendo clásicos:

Foto por Eduardo Abel Gimenez Foto por Eduardo Abel Gimenez
Foto por Eduardo Abel Gimenez Foto por Eduardo Abel Gimenez
Foto por Eduardo Abel Gimenez Foto por Eduardo Abel Gimenez
Foto por Eduardo Abel Gimenez Foto por Eduardo Abel Gimenez

La pregunta que me hice desde que vi por primera vez los tachos nuevos fue: ¿por qué grises y anaranjados? Es decir, ¿a qué cerebro del gobierno de la ciudad se le habrá ocurrido que son colores adecuados, que se mezclan bien con el entorno? O si no, ¿a qué alto ejecutivo de empresa recolectora de residuos habrá convencido qué alto ejecutivo de empresa publicitaria, con qué elevados argumentos, de que esos colores son los más recomendables? Y tal vez, ¿qué estudios internacionales de qué ONGs bien financiadas habrán llegado a la conclusión de que gris y anaranjado son los tonos perfectos para un tacho de basura callejero, particularmente en Buenos Aires?

Pues bien, no tardé mucho en descubrir la respuesta para tanta pregunta. Gris y anaranjado son los colores del logo de la empresa que pone los nuevos tachos:

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Foto por Eduardo Abel Gimenez

En los últimos años

En los últimos años, mientras mirábamos hacia otro lado, Carlos Núñez se convirtió en un flautista insuperable.

Hacia 1999, la última vez que había actuado en Buenos Aires, era un excelente gaitero que incursionaba por diferentes flautas con mucho talento. Lógico: el sonido de la gaita, por más profundo y conmovedor que sea, puede terminar trepanando el cráneo de cualquiera a lo largo de dos horas de espectáculo.

Pero ahora es exactamente al revés. Carlos Núñez toca sus flautas con una calidad técnica e interpretativa que no se ve en cualquier parte. La velocidad de la digitación llega tan alto, manteniendo un ataque preciso en cada nota, que uno se pregunta cómo no se le acalambra la lengua. En los pasajes lentos, el manejo del vibrato, los glisandos y las alteraciones rítmicas dan una riqueza de interpretación que amplía lo que uno creía posible en flautas dulces y whistles.

Claro, de vez en cuando Carlos Núñez recurre a la gaita. A una gaita mejor que la que trajo antes: notas parejas, bien afinadas. Un sonido emocionante. La misma precisión que con las flautas. Pero ya no aparece en los puntos más altos del concierto, sino en los intermedios. Los momentos de relax y los más intensos, simétricamente, corresponden a las flautas.

El trío de músicos que acompaña a Carlos Núñez reúne las calidades técnicas necesarias para estar a la altura de tanto talento. Pero además el percusionista y tecladista Xurxo Núñez (hermano menor de Carlos) y la violinista y cantante Begoña Riobó suman excelente escena, gestualidad rockera, diversión. Begoña llega a formar un trencito con los espectadores, con el que recorre toda la sala y termina llenando el escenario. Xurxo toca el bodhran moviéndose como si fuera una guitarra eléctrica, y hace un número de circo golpeando con dos palillos de batería sobre un banco de madera.

Un poco más tranquilo, Pancho Álvarez se dedica a apuntalar la música con la armonía y los ritmos de su mandolina y su bouzouki, y logra resultados sorprendentes: por ejemplo, acompañar música típicamente gallega con el estilo de los mandolinistas irlandeses; o desdoblar electrónicamente el sonido de su instrumento para que la cuerda más grave haga las veces de bajo.

El público, al que de puro prejuiciosos suponíamos más apegado a las formas tradicionales, acompaña tanta innovación con entusiasmo. Incluso el hecho de que el eximio gaitero, hacia el final, para entregar la mayor cuota de fuerza y emotividad, deje a un lado su gran instrumento y recurra a otro, pequeño, de sonido quebradizo.

(Carlos Núñez actuó con su grupo los días 3 y 4 de octubre en el Auditorio de Belgrano. Escribí esto a pedido de Susanne, mi mujer, para traducirlo y publicarlo en el Argentinisches Tageblatt.)

Páginas sueltas

“Páginas sueltas”, un proyecto todavía en desarrollo, se propone reunir en un website una colección de textos leídos por sus autores, disponibles gratuitamente para quien quiera bajarlos. Hasta hoy, su creadora Julia Bowland, junto con Elisa Boland, habían grabado a diez escritores.

Hoy tuve la suerte de ser el número once. Invitado por Elisa, llevé algunos escritos del weblog al pequeño estudio de radio que tiene Julia en Palermo y me atreví a poner la voz. Con toda amabilidad, Julia me dio un CD con las grabaciones que resultaron, y más todavía, el permiso de publicarlas en la Mágica Web antes de que “Páginas sueltas” vea la luz.

Así que aquí están (en formato mp3, mono, 32 kbps):

Son en total 26 minutos. Los cuatro archivos sumados ocupan algo menos de seis megabytes.

Recorro fotos de los últimos meses

Recorro fotos de los últimos meses en la pantalla de la computadora y encuentro esta, tomada en Mar del Plata a fines de julio pasado, desde el noveno piso de un edificio, con el simple método de sacar la cámara para afuera hasta donde llegaba el brazo y disparar:

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Como de costumbre, la amplío hasta ver punto por punto. Me parece interesante este auto:

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Pero más que el auto, el parabrisas. ¿Qué es eso que se refleja en el parabrisas? Nueva ampliación:

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Una cara. Hay una cara reflejada en el parabrisas. Seguramente viene de un afiche, un gran cartel en alguna parte. ¿Pero dónde?

Por el ángulo del parabrisas, la cara debe de estar a mi derecha (o lo que era mi derecha al momento de sacar la foto). Y da la casualidad que unos segundos antes de esta foto saqué otra, apuntando justamente a la derecha:

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Pero ahí no hay nada que se parezca a esa cara. Amplío la imagen, la estudio bien. Ningún resultado.

¿Entonces?

Vuelvo a la imagen inicial, la amplío más todavía:

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Sigo creyendo que la cara está ahí. Un poco deforme, pero está. Hasta podría haber otra cara a la izquierda, más deforme todavía.

¿Qué pasa? Entonces se me ocurre que bajo el parabrisas hay una revista. En la tapa de la revista, una foto. Y la revista se mezcla con el reflejo, para hacerme las cosas complicadas.

Me quedo con esa explicación, un poco frustrado, sin convencerme del todo. Allá en el fondo, en ese lugar con poca luz donde se apilan los restos más inclasificables de una vida, empieza a juntar polvo otro misterio absurdo.

El sitio ha sido diseñado sin imágenes

“[E]l sitio ha sido diseñado sin imágenes, animaciones, ni ventanas secundarias; con textos que guían al lector en las diferentes secciones y una diagramación de navegadores y enlaces para que puedan recorrer el sitio de una forma mucho más amigable.”

“[E]l sitio presenta tipografías un 40% más grande [sic] que el sitio tradicional, con la posibilidad de aumentar aún más este tamaño. Además, los colores fueron llevados al máximo contraste, de forma tal que pueda ser leído de manera más cómoda.”

Así presenta el diario La Nación su nueva variante online, La Nacion Line Sin Barreras, orientado en principio a “personas con dificultades visuales”.

Lo maravilloso de la situación es que el nuevo sitio es mejor para todos los usuarios. Baja mucho más rápido (y es más rápida la navegación entre artículos), no tiene cosas que molestan, no tiene publicidad, se lee con menos cansancio para los ojos.

Si alguna vez ponen publicidad, supongo que será sólo texto, como el excelente ejemplo que viene dando Google en sus resultados de búsquedas.

Y también podrían poner alguna foto, grande y atractiva, con un adecuado texto alternativo para quienes no la puedan ver. (Ya hay una imagen, innecesaria: el logo del sitio y su slogan. Tiene un texto alternativo bien pensado.)

La noticia llegó ayer. Hoy ya cambié la dirección que visito cada día.

Ahora falta que hagan lo mismo todos los demás sitios de noticias. Y que en vez de decir que es para “personas con dificultades visuales” digan que es, simplemente, para personas.

Ejercicio de escritura

Hace unos días leí sobre un ejercicio de escritura del que ya no recuerdo el nombre, que consiste en escribir a la mayor velocidad posible, a mano o con ayuda de un teclado, durante un tiempo predeterminado, que puede ser de un minuto, cinco minutos o diez minutos. El objetivo principal es no detenerse por nada del mundo, avanzar, siempre avanzar, algo así como la vida. Es que se vive en tiempo real, aunque suene a perogrullada, y no veo por qué no experimentar también la escritura en tiempo real, aunque probablemente la escritura tenga su propio tiempo, diferente del einsteniano y de todo lo demás, como es diferente nuestra consciencia, tanto que no podemos explicarla de ninguna manera.

Lo único que hay que tener antes de empezar el ejercicio es un tema. Se debe arrancar con ese tema (por ejemplo, la existencia de cierto ejercicio de escritura, aunque uno no recuerde el nombre). Nada impide que luego el practicante se vaya por las ramas. Mejor dicho, todo alienta que el practicante luego se vaya por las ramas, porque la simple velocidad y el no mirar atrás hacen que rápidamente esa corriente incontrolable (que la física de fluidos no podría explicar jamás), esa corriente incontrolable de la consciencia, decía, tome las riendas y uno ya no sepa a dónde va y mucho menos de dónde viene.

Claro, ocurre que el tema se agota. O uno cree que el tema se agota. Pero lo que se agota es la capacidad de pensar en tiempo real (otra vez esa categoría tonta) en una sola cosa. La cabeza se va, por ejemplo yo ahora estoy pensando en algo que se me ocurrió escribir esta tarde y no escribí, algo relacionado con el montón de pequeñas fotos que estuve poniendo en el weblog durante los últimos días. Me acordé de lo que escribió no hace mucho mi amiga Silvia, cuando tras una serie enorme de fotos empecé a escribir otra vez. Me dijo (me escribió) que había recuperado el habla. Y la sensación es esa: a veces pierdo el habla, figuradamente claro, y me convierto en un par de ojos. La vista sustituye el discurso, se transforma en una mirada activa, una mirada que dice (juro que hoy tenía un modo de explicar esto que no parecía idiota). Hasta que más tarde, días después, semanas después, me falta algo, y esa falta se convierte en tan intensa que acabo escribiendo de nuevo como quien acaba resolviendo por simple presión mecánica sus problemas para ir al baño.

Lo del ejercicio, claro. Lo del ejercicio. Una vez que termina el tiempo estipulado hay que parar de golpe, sin pensarlo, donde uno esté. Bueno, digamos que se puede terminar una frase, aunque no estoy del todo seguro. Después está permitido volver atrás para una revisión, pero no más de dos o tres minutos. Una revisión sencilla, no a fondo, para arreglar pequeños errores de tipeo o redondear una oración que no se entiende, o eliminar algo particularmente vergonzante.

Esto es mi primer intento con el ejercicio, cuyo nombre, como dije, no recuerdo. Podría haberme puesto a buscar antes de empezar, pero no tenía ganas. Ni siquiera sé si lo leí en inglés o en castellano. Eso sí, fue en un weblog, en alguna parte. Si alguien lo sabe, ¿sería tan amable de decírmelo?

Parece que hay gente que se toma esto en serio. Muy en serio. Probablemente los que ganan plata con el recurso, poniendo a sus alumnos de taller literario a garabatear pavadas durante un precioso tiempo que para el profesor se convierte en descanso.

Pero también parece que hay gente que saca provecho de esto. Gente con dificultades de expresión, oral o escrita. Gente con dificultades, a secas. Y quién no tiene dificultades. A quién no le vendría bien una vez en la vida algún ejercicio milagroso que le resuelva los problemas y sanseacabó.

No, sanseacabó nada. Van nueve minutos y prometí diez. Me duele la muñeca izquierda. Es una mala señal. Por dónde seguirá el dolor más tarde. Y ni siquiera pienso empezar a pensar en otros dolores, los que no se van a curar cuando deje de escribir y me masajee un poco los músculos que más han trabajado durante estos últimos diez minutos.

Este es el aspecto de mi carpeta de emails borrados

Este es el aspecto de mi carpeta de emails borrados. De una parte de mi carpeta de emails borrados. La parte que tuve la paciencia de montar, captura de pantalla tras captura de pantalla, para dar una idea del volumen de spam y virus que llega cada día. Va de las nueve de la mañana a las once de la noche del jueves 25 de septiembre. Catorce horas, las de menor tráfico. Por alguna razón llegan más de estos durante la noche.

Soy consciente de que esto es como mostrar la herida de la operación. El tumor recién extirpado. La neurosis.

Pido disculpas a quienes ven algo así cada día, sólo para volver a encontrarlo aquí.

¿Qué se puede hacer? ¿Es posible salvar el email como recurso de comunicación válido, no sólo con la gente que conozco sino también con los desconocidos que quieren legítimamente llegar a mí?

Montaje de capturas de pantalla

Imaginar a los personajes

[29/7/2003]

Mientras leía Harry Potter and the Order of the Phoenix tuve serias dificultades para imaginarme a los personajes.

En buena medida fue por culpa de las películas y de la invasión multimedia que nos viene acosando desde hace un par de años. Demandó todo un esfuerzo librarme del bueno de Daniel Radcliffe y recuperar algo del Harry que me había imaginado antes, y debo admitir que, por ejemplo, me han quitado mi Hermione para siempre y la han reemplazado por Emma Watson. No me molesta tanto haber perdido mi Severus Snape o mi señor Filch, pero sí mi Minerva McGonagall o mi Albus Dumbledore. En cuanto a Ron, es un caso particular: Rupert Grint nunca respondió a mi propia versión del personaje, y ciertos datos de este nuevo libro parecen darme la razón. Pero donde estaba mi retrato de Ron ahora hay un vacío, y en mi mente el personaje ya no tiene cara.

No todo es culpa de Hollywood, sin embargo. Desde el primer libro de la serie veo a Harry y sus amigos como niños de once o doce años. Es más, mientras leo yo también soy un niño de once o doce años, tengo los ojos a un metro cuarenta del suelo, y los adultos parecen grandes, serios y poco dignos de confianza. Pero ahora Harry tiene quince. Sin duda es tan alto como la mayoría de sus profesoras y algunos de sus profesores, o más. Y ni hablar de Ron, que según Rowling parece haber crecido algunas pulgadas desde el año anterior. Racionalmente, entonces, el punto de vista de Harry y compañía está situado mucho más arriba, y los adultos ya no parecen tan grandes ni tan serios, aunque sigan siendo poco dignos de confianza. Racionalmente, insisto: en la fiebre de la lectura, mi representación interna consistía en un grupo de adolescentes medio enanos corriendo desaforados entre gente oscura y gigantesca. En ningún momento pude creer que Dolores Umbridge, malvada nueva, terrible y petisa, amenazara a Harry mirándolo desde abajo.

*

Tuve mi primer encontronazo fuerte con la traducción de Harry Potter al castellano. Fue en Mar del Plata, cuando empecé a leerle el primero de los libros a Gabriel. Es peor de lo que esperaba. Tropieza con las palabras. No tiene nada de la fluidez del original. Está plagada de “su” y “sus”, cuando se sabe que hay que sustituirlos por “el”, “la”, “los”, “las” cada vez que sea posible. Omite correctamente los pronombres personales, pero a veces un “he said” o un “she said” llevan alguna información adicional que hay que encontrar cómo presentar en castellano, y en esta traducción eso parece demasiado sutil. Y no hablemos de las metidas de pata, como cuando dice “equipo de televisión” en vez de, simplemente, “televisor”.

Reconozco que Harry Potter es bastante difícil de traducir. Hay muchos juegos de palabras, guiños al lector. Los nombres de los personajes, sin ir más lejos, son la pesadilla de cualquier traductor. Tendría que haber un trabajo como el ya clásico de El señor de los anillos, donde Bilbo Baggins es para todos nosotros Bilbo Bolsón, y Treebeard nada menos que Bárbol. Pero nadie se ocupó de eso, nadie habrá pensado que valía la pena.

Me pregunto cuánto de la crítica que se ha hecho aquí sobre el estilo de Rowling se debe a los defectos de la traducción.

*

Ahopprrrtty

Parry Hotter

Happy Rotter

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Excelente reseña del libro en The New York Times: ‘Harry Potter and the Order of the Phoenix’: Nobody Expects the Inquisition, por John Leonard.

Diez días en la vida de una cartelera publicitaria

[19/7/2003]

8 de julio, 12.30

10 de julio, 12.30

11 de julio, 12.30

12 de julio, 12.30

13 de julio, 13.30

14 de julio, 12.30

15 de julio, 12.30

16 de julio, 12.30

17 de julio, 12.30

18 de julio, 12.30