Categoría: Bolsa sin clasificar

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Tanto se preguntaba para qué escribir que al final no hacía falta respuesta.

Subiendo cosas al Internet Archive

Empecé a subir archivos de audio que tengo alojados en magicaweb.com al Internet Archive (archive.org). Eso, además de la música que vengo posteando estos días (que no es nueva, aclaro, sino de allá por 1990 y 1991, remezclada ahora).

Para empezar, subí Máquinas en tránsito, una colección de música publicada en cassette en 1989. El link lleva a la página donde está todo, incluido un audio player, archivos para bajar en distintos formatos y la tapa del cassette.

Mientras escribo esto se termina de subir el segundo cassette de 1989, Tormenta en la feria. Mismas condiciones.

No es la primera vez que subo música a archive.org, ni mucho menos. También subí textos, hace tiempo, y el primer año completo de mi blog “La Mágica Web”. Esta es la lista que aparece allí mismo si uno busca mi nombre (y ordena el resultado por fecha).

Qué maravilla es archive.org. Qué maravilla.

P.D.: No estoy planeando borrar nada de magicaweb.com. Pero ese sitio requiere una acción mía, continua, para seguir existiendo (por ejemplo, que pague mensualmente el servicio de hosting; o que me ocupe de cosas que de pronto dejan de funcionar; o que actualice el WordPress que administra todo cuando aparece algún problema de seguridad). Ni Blogger ni archive.org demandan que alguien se ocupe.

P.P.D.: Subí más cosas: Música de computadora 1, Música de computadora 2 y Música de computadora 3. También Juegos Imposibles y OtrosLugares, mis cassettes de música acústica de principios de los ochenta.

Fácil

Estoy en la esquina de mi casa, de pie sobre el cordón de la vereda, mirando como si fuera a cruzar las calles en diagonal. Pienso que debería ser fácil empezar a escribir una novela y seguir sin detenerme, páginas y páginas por día, hasta el final. Pasa un auto pegado al cordón, sin necesidad, tal vez para asustarme. No es que tenga una idea para una novela, hace mucho que no tengo ideas para novelas, es sólo que me gustaría probar otra vez el gusto exótico de estar escribiendo algo largo, algo con la cantidad suficiente de palabras como para no poder controlarlo de una mirada, algo parecido a la vida. Me desequilibro, apoyo un pie en la calle y enseguida vuelvo atrás, al cordón. Y al mismo tiempo, quisiera extenderme en ese bosque o ese desierto de palabras sin depender de las ideas previas, sin tener que explicar algo que se me haya ocurrido antes, posiblemente en un sueño, y que luche todo el tiempo por escapar del papel. La bolsa del supermercado, que llevo en la mano derecha, empieza a pesar y la cambio de mano. Pero no sé, no me veo con la paciencia de otros tiempos, paciencia que en realidad era dolor, dolor que era obligación de llegar al final para demostrar algo que nunca entendí qué era. Miro por sobre el hombro que apunta hacia mi casa, giro y empiezo a caminar. Por ahora no quiero probar, no será otra tarea pendiente, no tengo ganas de tareas pendientes, aunque sí, pienso que debería ser fácil.

La pila de papeles

Las cosas de que hablaba al principio son una parte de lo que llamo la pila de papeles. Sólo una parte. El total de la pila de papeles es el total de las cosas pendientes, las visitas, los proyectos, los trabajos; lo que todavía no fui capaz de sacar del archivo de lo por hacer, para meterlo en el ar­chivo de lo ya hecho. La pila de papeles crece, haga lo que haga. La pila de papeles se desparrama por mi cabeza y no puedo pensar.

Una de las propiedades de la pila es que no permite saber qué hay en su interior, a menos que uno la revise de punta a punta. Me da miedo revi­sarla. Y cuando finalmente venzo el miedo, siento un desgano tan grande que me parece una tarea imposible.

Imagínense una rata de laboratorio en medio de un laberinto. Ustedes conocen el camino correcto, pero la rata no. Ustedes ven el problema en su totalidad, con la solución incluida, pero la rata ve un pedazo de pared que le corta el paso.

Entiendan que no todo lo que hay en la pila es importante. A lo mejor no hay nada que importe de veras. Pero la suma de las partes, la aparien­cia de pirámide egipcia que tiene la pila, es otra cosa. ¿Qué puede haber ahí adentro, por debajo de poderosos faraones momificados, claves de la vida eterna, secretos del universo?

[…]

El efecto principal de la pila es que no me deja hacer nada. Ella está antes que todo, ella es todo. No puedo moverme. Lentamente me deses­pero. Con cuidado, con ganas, sin dejarme un minuto libre, me desespero.

[…]

A veces me digo que debe ser muy fácil ordenar los papeles, prestarles un poco de atención, romperlos y tirarlos por ahí, tal vez quedarme con uno o dos que signifiquen algo. Pero no puedo. Mientras tanto, insisten.

Su manera de insistir es ésta: de golpe, cualquiera de ellos me viene a la cabeza; a veces está asociado a otro u otros, a veces no. Entonces se me ocurre que resolver ese problema en particular es lo más importante de mi vida. Estoy a punto de decidirme a atacarlo, cuando recuerdo otro proble­ma, diferente, pero que sin ninguna duda debe ser resuelto antes que el primero. El por qué de esto apenas importa. En un único instante de algo que simula ser lucidez descubro que tiene que ser así, y después ni siquie­ra vuelvo a preguntármelo.

Cuando el asunto está casi aclarado, el proceso se repite y descubro un nuevo problema todavía más urgente, todavía más importante. En ese momento empiezo a deprimirme. Si dos problemas eran peores que uno, tres ya son un número bastante grande (“dos elefantes molestan mucha gente, tres elefantes…”). Para colmo, empiezo a entender que la cosa no termina ahí. Casi siento placer, mientras entreveo una galería infinita de puertas que se abren, mostrando cada una de ellas un problema mayor que el anterior.

Llegado ahí no me queda ninguna esperanza. El primer impulso de arremeter contra un fragmento de la pila está perdido. En su lugar queda la alegría infantil de descubrir el infinito en mi propia casa.

(Fragmento de una novela corta que escribí en 1978, llamada El borde, que sigue y seguirá inédita.)

Noticias de hoy

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Raíces

Empezamos a echar raíces y ya las tenemos que volver a arrancar.

Pero queda un pedazo ahí abajo, siempre queda un pedazo. Raíz sin cuerpo, después duele a la distancia.

Mejor así, parece, dicen. Las raíces acumuladas pueden pesar más que el cuerpo.

Desde un décimo piso, la pequeña raíz cuelga impotente y los que pasan se ríen de ella.

Ochos


Cuando uno es adolescente hace cosas como experimentar con la letra manuscrita, cambiarla, buscar identidad hasta en la manera en que se escribe la letra E. O el número 8. No quedé exento de eso, como no quedé exento de tantas otras cosas.

El ocho, justamente, fue un punto clave. Me gustaban esos ochos técnicos que hacía alguna gente trazando dos círculos uno encima del otro, el de arriba un poco más chico. Así que hice esfuerzos por habituarme, por convertir esos ochos en mi manera natural de escribir. Era joven, y lo conseguí.

Ahora bien, esos ochos son una molestia. O se hacen con prolijidad, o no sirven para nada. Trazar dos círculos, cuando uno está apurado, se convierte en una tarea agobiante. Y peor cuando la escritura manuscrita se va atrofiando gracias al uso de teclados. En la imagen, los ochos de arriba son de esos, tal como me salen ahora. Me molesta sobre todo la tendencia a generar ese arco a la izquierda, como resultado de no levantar la birome al terminar el círculo de arriba. Con ese arco, la mitad inferior del ocho parece un seis.

Así que hace poco decidí dar marcha atrás. Basta de los ochos vanidosos. No es fácil: además de lograr el movimiento pendular, rítmico, envolvente, que requiere un ocho clásico, está la tarea prodigiosa de habituar al cerebro a que no vuelva atrás. En eso estoy. La mayoría de mis ochos, ahora, son como en la parte de abajo de la imagen, de una sola pieza.

Cien

No hace mucho alguien anunció que decidía poseer solamente cien cosas. Escribió al respecto (ahora no encuentro dónde, pero fue en la Web). Claro, contaba como una sola cosa cierta colección de objetos, herramientas creo, de los que no quería desprenderse. Hubo una discusión (en su sitio o en otro que lo nombraba) acerca de si todos los zapatos que uno tiene son también una sola cosa, y todos los calzoncillos.

Me pregunto si tener un blog es tener una cosa, si tener un papel en el bolsillo con un par de anotaciones es tener otra cosa, si tener una resma de papeles A4 de 80 gramos… Si tener una bolsa de caramelos es tener una cosa. Si tener dos sábanas y una funda para la almohada. Si tener un directorio con veintiséis mil canciones. Si tener un piso hecho con infinidad de piezas de madera organizadas como en un rompecabezas. Si tener seis cucharitas. Si tener un árbol. Si tener un hilo suelto en el pantalón. Si tener más de cien blogs en el lector de RSS.

Perdí de vista la historia, ni un link me queda, tal vez porque no era interesante. O porque tengo demasiadas cosas en la cabeza.

(Y defiendo la libertad que nos dimos en otros tiempos de hablar de algo sin tener la cita perfecta / el link que corresponde. De discutir con fantasmas. De dejar las cosas antes de contar hasta cien.)

El fondo del pozo

El fondo del pozo es una novela que escribí entre la segunda mitad de 1983 y los primeros meses de 1984. Con unas 62.000 palabras, fue mi primera novela “larga”.

Tapa de El fondo del pozo, Minotauro, Buenos Aires, 1985En 1985, Marcial Souto la publicó en Minotauro. A la derecha está la tapa del libro. El dibujo, que Oscar Chichoni hizo para esa edición, reapareció luego en España, como cubierta de la primera edición en castellano de El juego de Ender, de Orson Scott Card.

La nota de contratapa decía: “En esta novela fascinante tres exploradores deberán encontrar las puertas que llevan al fondo del pozo. Cumplen órdenes del Centro, un ente universal surgido por azar que cuenta con dos eficaces instrumentos de dominación: el Consejero para guiar los actos, y el sistema del karma para premiarlos o castigarlos. La aventura se extiende por el espacio y también por la memoria, a través de leyendas, espejismos y sorpresas.”

No hubo reediciones de El fondo del pozo, y al poco tiempo el libro fue liquidado. Parece que todavía se lo puede encontrar en alguna librería de viejo, pero diría que en los últimos quince años la tarea de hacerse con un ejemplar ha sido más bien complicada.

Recuperé los derechos en 1990. Desde entonces la novela está en un cajón. Hasta ahora que decidí mostrarla otra vez, a la nueva manera, en el weblog.

Siguen los 17 capítulos de El fondo del pozo, un capítulo por post. Están escaneados del libro, pasados por un programa de OCR, y corregidos a mano. Pido a quienes encuentren errores que avisen.

El link permanente a la novela completa es este:

El fondo del pozo
por Eduardo Abel Gimenez

Índice por capítulos:

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Que lo disfruten.