El próximo fin de semana (viernes 2, sábado 3 y domingo 4 de agosto) estaremos con Dábale Arroz en la 8° Feria de Editores, Llevaremos los nuevos libros “industriales” y algunos de los artesanales de siempre. (También es una buena ocasión para dárselos a quienes ya los compraron y todavía no los tienen.) La Feria es una maravilla cada año, sigue a pesar de todo, y seguramente esta vez será mejor que nunca. ¡Los esperamos! (Foto de Barbi Couto, de Ediciones de la Terraza.)
Esta semana estuve en Tinkuy Encuentro con libros, el programa que se emite por la radio de la Biblioteca del Congreso los martes a las 20. El primer link lleva a la página con todos los programas emitidos: nada menos que doscientos cincuenta.
Acá se puede escuchar este en que participé:
Hacen Tinkuy Gloria Agustina (abajo a la izquierda), Rocío Gil (arriba a la izquierda), Daniela Azulay (arriba a la derecha) y Ariel Marcel (detrás de la cámara).

Sobre la mesa se ven los nuevos libros de Dábale Arroz. Durante el programa se sorteó un ejemplar de cada uno entre oyentes que participaron en las redes sociales.

Fue una experiencia genial. Los tinkuyanos son gente única, talentosa y llena de cariño. Les estoy muy agradecido. Siguen algunas fotos más, por las que también les agradezco.

F




Ruido blanco es una historieta con texto de María Eugenia Alcatena y dibujo de Muriel Frega, más música de Daniel Lanark. La publicaron las autoras, en edición independiente. Para quienes la compraron en preventa y en la presentación, vino acompañada por la estampa de “Nuestra Señora de las Migajas” que se ve a la derecha de la foto.
Tuve la suerte de escribir el texto de contratapa: “Lo que pasó, lo que nos cuentan, lo que entendemos: tres universos que, si se tocan, lo hacen en sitios inesperados. Eugenia y Muriel muestran el terror que espera por debajo de la propia vida. Habrá que evitar que nos guíe el recuerdo, parecen decir, y desconfiemos también de la percepción; pero no son ellas quienes vayan a proponer otros caminos. En Ruido blanco, imágenes y texto llevan el relato con precisión imposible para semejante mundo de neblinas”.
También estuve en la presentación, hace unos días, en un bar / teatro / lugar de cultura de Villa Crespo.

Como Eugenia me pidió que dijera algo durante la presentación, escribí las notas que siguen. No la leí, no las recité, las usé como base para hablar. No es un texto prolijo y elaborado, pero bueno, es lo que hay:
Algunas descripciones se nos quedan en la cabeza para siempre. El género de terror está lleno de eso, con el poder extraordinario que da el miedo. La ciencia ficción tiene algunas así, como el comienzo de Neuromancer, de William Gibson: el cielo tiene el color de un televisor sintonizado en un canal muerto. La imagen vuelve a aparecer en Ruido blanco —tan importante como para apropiarse del título—, y es lógico porque Eugenia tiene ese mismo poder con la descripción. Ese poder vendrá de sus estudios medievales, de su manera de mirar, de una forma reconcentrada de encarar la escritura.
En especial, su manejo de la luz, la visión. No solo el cielo de Ruido blanco: las luces peculiares de Eugenia también están en sus cuentos, incluso los inéditos que tuve la suerte de leer. Por ejemplo:
“Poco a poco el sol encendió los cristales y proyectó el entramado de rombos y guardas amarillas sobre el salón. (…) El efecto se deshizo enseguida, la luz de la mañana desbordó los filamentos de plomo y disolvió los matices del vitral”. (De “Las moscas”)
“Desde el umbral de la cocina alcanzó a ver que un crecimiento de hongos había cubierto el mármol de la mesada y la pared, en una proliferación de costras y moho que respiraba con la ansiedad de un asmático. En el centro inmóvil del estallido refulgían los tres panes, intactos; la intensidad del resplandor la lanzó rodando sobre la espalda, arañando el aire con las garras”. (De “La vía de la ascesis”)
“La luz entraba a través de un hueco estrecho, en sentido horizontal, en lo alto de una de las paredes y por debajo de la puerta, una línea apretada por la que no alcanzaba a pasar un dedo. Era una luz sucia, que empastaba las cosas en vez de encenderlas: las irregularidades en el revoque, el polvo, los dibujos apretados en los bordes de las paredes y el techo, los rectángulos celestes, marrones, naranjas y amarillos que se entrelazaban en la lona que colgaba a uno de los lados”. (De “Las jaulas”)
La luz es central en Ruido blanco. Está menos descripta en el texto, porque se ocupa la imagen. Muriel retrató esas luces espectrales de un modo notable: en muchos momentos parece que lo que vemos es el negativo del paisaje (no de los personajes). El negativo de una foto.
Esto es más evidente todavía por contraste con la secuencia del ómnibus que está justo en el centro de la historieta. Y esa secuencia es justo la parte menos confiable de todas: el relato ambiguo, contradictorio, de un recuerdo de algo que no sabemos si pasó.
Es un mundo de neblina, como me dejaron escribir en la contratapa, pero retratado con la máxima precisión. Un mundo del que hay que desconfiar, porque todo puede ser diferente de lo que vemos, pero donde la vista viene a ser más o menos lo único que nos queda.
Una gran historieta, con recursos poco comunes. Vale la pena leerla varias veces, buscando en cada lectura, a propósito, una interpretación —una luz— diferente.
Agamenlón. Rey perezoso. Todo quería que se lo hicieran los demás.
Alejandro Mango. Gobernante fácil de agarrar.
Antenas. Nombre que le daban antes a Atenas.
Apenas. Nombre de Atenas cuando era una pequeña aldea.
Apollo. El más pequeño de los hijos de Zeus. Tenía dos alitas que al spiedo salían muy tiernas.
Aquímedes. Matemático e inventor que jamás salía de su casa. “Aquí me ves”, era su frase favorita.
Ariscócteles. Filósofo griego, inventor del margarita.
Atlas. Titán condenado a hacer todos los mapas.
Cocorinto. Antigua capital de las gallinas.
Efeo. El más desagradable de los mares griegos.
Espanta. Nombre dado a Esparta por sus temerosos enemigos.
espartapájaros. Artilugio usado en Esparta para espantar cuervos.
Esquilo. Creador de tragedias para ovejas.
gracia. Chiste de Grecia.
Hades. Dios de la soja.
Herodotro. Otro historiador.
Hipócrites. Médico célebre por fingir lo contrario de lo que sentía.
Homero. Mítico escritor de la ciudad griega de Springfield.
homeroteca. Colección de obras de Homero.
Io. Amante egocéntrica de Zeus.
Jejenofonte. Creador de la risa sarcástica.
Mininotauro. Monstruo con cabeza de toro y cuerpo de gatito.
Nereidas. Ninfas que venían en lata.
Olimpiada. Certamen de limpieza en que se competía por eliminar la roña acumulada durante cuatro años.
Olimpopó. Montaña de caca divina.
Pegasus. Caballo pegajoso.
Perseveréfone. La más perseverante de las hijas de Zeus.
Plantón. Filósofo que siempre dejaba a los otros esperando.
Platonto. El más estúpido de los filósofos.
Repitágoras. Matemático que nunca logró pasar de segundo grado.
Socráteres. Filosófo griego, primer estudioso de los volcanes.
Teles de Mileto. Primer fabricante de televisores de la antigüedad. Célebre por su demostración de que dos segmentos de audiencia de un canal son proporcionales a los dos segmentos de audiencia correspondientes de otro canal, cuando los programas son para lelos.
Todolomeo. Aunque vivió en Egipto, su considerable poder salpicó toda Grecia.
Tudecídides. Historiador que siempre dejaba las decisiones a los demás.
Yo, casta. Madre de Edipo, que siempre insistía con que era virgen.
Yo-yocasta. Juguete de Edipo.
Zezeus. Dios que habla siempre con la zeta.
En 2002, comienzos de este blog, posteé estas definiciones a lo largo de varios días. Acá están reunidas y en orden alfabético. La idea gustó a otras personas, que tomaron mi material y sumaron el de otros en esta página. Después hubo otras versiones por ahí, ya sin mención de fuente.

Tres miradas sobre el cincuentenario de la llegada de la Apolo 11 a la Luna.



Mi escritorio está a dos metros de la puerta de entrada. Al otro lado de la puerta hay un palier privado, mínimo, que da al ascensor. Por ahí no hay escalera. Oigo que el ascensor para en mi piso, se abre una puerta, se abre la otra y siguen varios segundos de silencio. Si no es mi hijo, la única persona que puede parar con el ascensor en mi piso es la portera, cuando viene a pasar una factura o un papel de la administración bajo la puerta. Mi hijo está en su pieza. La portera no se demora segundos largos.
Alguien trata de meter una llave en la cerradura. No puede. Otros segundos de vacío. Después, las puertas del ascensor se vuelven a cerrar y el ascensor se va para abajo.
No tarda mucho en volver. Lo mismo de antes: puertas que se abren, silencio. Esta vez me levanto y voy a mi puerta. Pregunto quién es, sin abrir.
—Perdón —dice una voz del otro lado—, no encuentro mi casa.
La mirilla me alcanza para ver que es una mujer de muchos años, pero no para reconocerla. Abro. Es la del quinto C. La saludo.
—Tiene que tomar el otro ascensor —le digo, como si ella no viviera acá desde que se inauguró el edificio, hace casi cincuenta años.
—No sé, tomé este —contesta—. Estoy confundida.
La del quinto C es baja, tranquila, habla suave, se mueve con precaución y dificultad. No se sobresalta cuando empieza a sonar la alarma del ascensor: su reflejo es empezar a irse de nuevo.
—Puede venir por acá —le digo—. Pasando mi cocina está el pasillo que va a su casa.
—Ah, bueno —dice, y se pone a cerrar las puertas del ascensor—. Gracias.
La dejo pasar, la guío a través de la cocina y el lavadero, abro la otra puerta y le muestro el paraíso del lado de atrás: el pasillo con la puerta del B, la escalera, el segundo ascensor y, justo frente a nosotros, la puerta del C.
—Ahí está su casa.
Me agradece otra vez y recorre el pasillo despacio, dudando. Espero a que meta la llave en la cerradura y, por fin, la cerradura se la acepte.
Pasa un día. Estoy otra vez en mi escritorio, y el ascensor se vuelve a parar en mi piso. El silencio es más largo que el de ayer. Me levanto y abro la puerta antes de que la del quinto C se vaya.
—Estoy confudida Acá no es mi casa, ¿no?
—No. Tiene que tomar el otro ascensor.
—¿El otro ascensor?
Hace falta una estrategia diferente.
—La acompaño —digo—. Vamos a la planta baja y le muestro dónde está el otro ascensor, así puede ir a su casa.
—Gracias.
Mientras bajamos, se oye el ruido de los albañiles que trabajan remodelando la entrada del edificio. Algo se me ilumina en las telarañas de la cabeza: la planta baja del edificio está irreconocible; sacaron el piso, los revestimientos de las paredes, pusieron cosas en el techo. Hasta cuesta caminar, porque hay partes del piso con baldosas recién puestas. ¿Cómo no se va a confundir la del quinto C?
Salimos del ascensor. Los albañiles saludan amables y siguen en lo suyo. Guío a la mujer por el pasillo largo que lleva al ascensor de atrás, que no es visible hasta un paso antes de llegar. Se sorprende al verlo, la del quinto C.
—¿Este es el ascensor que tengo que tomar?
—Sí. La acompaño hasta arriba.
Lo llamamos. Viene. Subimos de nuevo al quinto piso. Cuando abro las puertas y la dejo pasar, la señora del quinto C da pasos cortos, con la llave en la mano, dudando. Señala la puerta de su propio departamento.
—¿Esta es mi casa?
—Sí, sí. Abra la puerta y ya está, ya llega.
—Tengo una confusión…
Otra vez, espero a que entre. Luego me meto en mi propia casa, por la puerta del lavadero, todavía seguro de dónde estoy, aterrado.
adorna agricultura albura ámbar angustia aposentos arden aurora azules barrena biodiversidad cabaña cabo calcetín causalidad cayena cetáceo ceñido cima claustrofobia clavado coco comercial comestibles comunidad conciencia configuración constelaciones dentales distancia dogmas eclipses envenenamiento escarabajos espacio espantar espíritu estructural estético fiebre frecuencia graso hacha hierro humedales industrioso instrumento joven junco lejía lluvia lápida maderada madrigueras mar martillo milímetros mitos musgo nosotros ojo olor pares partir partículas parálisis pasajeros paulatina pedernal precipitantes procedimiento proceso rapiña reputación ribera ruega rugosidades ruinas río sanarse sensación sepia siglo sol tejón telegráficos temporales territorio tremedal tronzador tubérculos tumbado turba tótem tóxica utilizable vacunarse variantes yunque zorro
(Cien palabras encontradas en Leñador o ruinas continentales, de Mike Wilson. Fiordo, Buenos Aires, 2016. En esta sección reúno palabras que aparecen hojeando al azar libros que todavía no leí. ¿Darán una idea del tono general?)
(No subrayo libros. Pero Morábito habla tanto del subrayado en este libro que me convenció. A su manera; es decir, me convenció de que hay que hacerlo y de que hacerlo es una enfermedad.)
Fragmentos (no solo sobre el subrayado) de El idioma materno, de Fabio Morábito. Gog & Magog, Buenos Aires, 2014.
“Subrayaba de manera compulsiva como un sustituto de la escritura misma. Al subrayar tanto se defendía de los libros, que mantenía a raya con sus rayas”.
“El subrayado desmiente el edificio y realza el ladrillo, el humilde tabique comprimido entre mil tabiques idénticos; es una suerte de operación de rescate, como si cada subrayado dijera: salven esta frase de las garras del libro, liberen esta joya del pantano que la rodea”.
“Cada vez más a menudo, en lugar de leer un libro, lee los subrayados que ha hecho en tantos años de lectura”.
“La mayor diferencia entre la prosa y la poesía no radica en una cuestión de ritmo, de música o de mayor o menor presencia del elemento racional. En estos rubros, en contra de la opinión corriente, prosa y poesía son iguales. La verdadera diferencia, diría la única, es que sólo hay una forma de escribir un poema, y es verso a verso, mientras no se escriben un cuento o una novela línea por línea”.
“[H]abía escrito mis poemas del mismo modo como varios años atrás había dibujado el interior de centenares de casas rodantes: haciendo caber la mayor cantidad de materia en el menor espacio”.
“[L]a poesía tiene que ver menos con la escritura que con el aliento, con la voz y el sonido. Puede decirse incluso que se escribe poesía a pesar de la escritura, a contrapelo de la sordera de la escritura, en contra de la arritmia y de la techumbre de la escritura”.
“A los 55 años publiqué mi primera novela y cuando le regalé un ejemplar a mi madre, exclamó: ‘¡Un libro, al fin!'”.
“[A]hora sabemos que el lector no necesita ponerles cara a los personajes. Se relaciona con ellos a través de ondas de baja frecuencia, como las que usan los elefantes para comunicarse a gran distancia”.
“Todo malentendido es el germen de otro idioma”.