Ingrid Perinola Ruiz

A lo largo de su accidentada vida, Ingrid Perinola Ruiz demostró que las limitaciones físicas no impiden llegar al éxito y la realización personal. Las vueltas del destino la llevaron por rincones impensados, donde debió complacer a los más poderosos jugadores. Siempre triunfante, siempre positiva, Ingrid supo encontrar un giro a favor aun en la más abyecta adversidad.

6

Eduardo Caín Gimenez

Especie de Mr. Hyde de cierto personaje porteño. Se lo suele ver en los barrios apartados, de noche, pirateando salamines y pedazos de queso de bolsas distraídas.

5

Penélope Doma Chazo

Desde la cima de su imperio inmobiliario, Penélope Doma Chazo se ríe de todo, menos de quienes pronuncian su nombre de corrido y sin pausas. “Soy Penélope, coma, Doma, coma, Chazo”, dice una y otra vez. A sus espaldas, la gente se sigue burlando de ella. Por un tiempo decidió abandonar su primer apellido, pero entonces el mundo empezó a pronunciar de corrido Penélope Chazo, y tampoco le gustó.

Tiene el hábito de nombrar los edificios que construye —todos cilíndricos— con el apodo que le dan sus personas queridas. Así, la ciudad se fue poblando de Pene I, Pene II, Pene III… Pero la pobre Penélope no encuentra solaz ni siquiera en sus negocios exitosos. Hace poco, cuando llegó al edificio XXX, las redes sociales se poblaron de comentarios mordaces.

4

Saverio Octavino Pus

El advenimiento de la fe significó un antes y un después en la vida de Saverio Octavino Pus. Hasta entonces, sus amigos lo llamaban Pussy (por Pusilánime, el verdadero apellido que ya su padre había decidido cambiar). Convertido en creyente de la noche a la mañana, logró que le aplicaran otros apodos mientras divulgaba su benigna filosofía de vida desde los más altos estamentos de la Iglesia.

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María Abstinencia Moleskine

Desde su profundo aislamiento, María Abstinencia Moleskine cambió el panorama de la poesía universal con sus primeras obras, tan escasas como breves. A partir de “Me quiere mucho, poquito, nada”, y especialmente de “Pan con pan comida de zonzos”, el mundo comprendió que había otra manera de decir, un mecanismo más profundo para comunicar —de alguna manera— la pavorosa realidad del yo consciente.

3

Bernardino Bazterrica Culo

Hacia 1850, los Bazterrica Culo ya eran dueños de un 40% de la Península Ibérica. Ese porcentaje creció hasta un espectacular 98% en pleno franquismo, cuando Bernardino Bazterrica Culo se hizo cargo de los bienes de la familia. Desde allí solo fue posible entrar en decadencia. En 1999, expropiado y desterrado, Bernardino partió con rumbo incierto, aunque se cree que podría estar relacionado con la reciente anexión de Crimea por parte de la Federación Rusa.

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Del 16 de junio de 2010

Al caer la noche…

¡Pero la noche no cae!
La noche se levanta,
trepa paso a paso,
estrella por estrella,
y nos cubre
con un luto feliz.

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Link al post original.

La imagen es de 2008. Apareció acá en el blog.

Del 15 de junio de 2011

Ray Bradbury, El lago y otros cuentos. Editorial Pomaire, Barcelona, 1965.

En agosto de 1971 yo tenía diecisiete años y estaba maravillado con Ray Bradbury. Había leído Crónicas marcianas, El hombre ilustrado, Fahrenheit 451, y probablemente Las doradas manzanas del sol y Remedio para melancólicos. Todo en las ediciones de Minotauro, cuidadas, bien traducidas, respetuosas del autor y del lector. Me encontré con este libro y lo compré entusiasmado. ¡Otra colección de cuentos de Ray Bradbury!

En la contratapa no decía nada, pero como era una edición fina, de tapa dura, con sobrecubierta, había solapa. Seguramente la leí antes de comprar el libro:

Llegué a casa y me puse a leer. Si confiaba en algo, era en los libros. Si algo no me podía fallar, era un libro. Había pasado y seguiría pasando por ediciones entre malas y espantosas de mi escritores favoritos, las de colecciones como Cenit, Nebulae y otras. Pero les creía a todas. Hasta que recorrí el libro recién comprado y encontré el índice.

El índice no está adelante, a la vista, por supuesto que no. En este libro el índice está atrás, en lo que sería la página 173 si estuviera numerada. Y es así:

¿Pero cómo? ¿Un cuento de Bradbury, de apenas diez páginas, y después Robert Bloch, Theorore Sturgeon, Edmond Hamilton…? Sí, Sturgeon también me gustaba mucho. Henry Kuttner, que está al final, me gustaba un poco. A los demás no se si los conocía (seguro que conocía a Hamilton, pero no me entusiasmaba). Pero nada de eso era importante. Yo había comprado un libro de cuentos de Ray Bradbury, pero lo que venía era otra cosa. Me sentí profundamente estafado. Leí el libro, porque leía todo lo que compraba. Lo conservé. Pero este libro era basura de la peor calaña, era un engaño malintencionado.

Claro, después que uno ya se enteró, resulta que la solapa no dice en ninguna parte que todos los cuentos sean de Ray Bradbury. Lo que dice es que Bradbury “encabeza esta selección de cuentos”. Pero también se cuida de decir que hay otros autores. La solapa revolotea en torno de la mentira, sin deletrearla y sin desenmascararla.

Impresiona cómo ciertas cosas de adolescencia se quedan con uno para toda la vida. En este caso, lo que me acompaña cuarenta años después es la sensación de asco, rabia, impotencia, que todavía me da cuanto miro este libro.

(Buscándolo en la Web acabo de ver que hay una edición posterior, de Javier Vergara, 1977. La tapa, si cabe, todavía es más engañosa. Tercera Fundación tiene una ficha completa.)

Del 14 de junio de 2002

Tener que hacer cola no está bien visto en estos tiempos. Es mucho mejor sacar número, acomodarse en algún sitio preferiblemente mullido y esperar que el indicador electrónico imite campanitas hasta que sea nuestro turno. Así, acabo de verlo, presentan las cosas el correo, el BankBoston, hasta la farmacia. Y es verdad.

La cuestión es que lleva tiempo acostumbrarse. Por eso cada cliente mira cada cinco segundos su número, como si pudiera cambiar sin aviso. Por eso la cola se forma igual, un poco desprolija, eso sí, sin apuntar claramente en ninguna dirección, pero cola al fin. Por eso la cajera tiene que gritar cada nuevo número y esperar con expresión de reproche que alguien se dé por aludido, mientras los felices numerados ya no saben qué hora es, quiénes son o para qué están ahí.

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La foto es de 2006, pero el efecto está hecho ahora.

Link al post original.

Del 13 de junio de 2011

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Manual del alumno bonaerense. Tercer grado. Primera edición, segunda tirada. Editorial Kapelusz, Buenos Aires, noviembre de 1962. (Click para agrandar.)

Este fue mi manual de tercer grado. Lo usé tanto que ahora, al hojearlo después de varias décadas, todavía me acuerdo de muchas de las imágenes. A vuelo de pájaro, sorprende la dignidad general del libro. Están las grandes dosis de patriotismo exagerado y simplificado, la omisión cuidadosa de genitales en la parte sobre anatomía, el envejecimiento irremediable de muchos temas. Pero otras cosas, muchas, siguen estando bien, o al menos no despiertan nada peor que comprensión por lo que se pensaba en la época.

Es raro el ordenamiento de temas, que seguramente tendrá que ver con el programa de estudios. Se puede ver en la primera página del índice, donde alternan “El Virreinato” con “El trabajo” y “Manuel Belgrano” con “El suelo”.

Por supuesto, hay cosas graciosas. A veces con intención, a veces porque hoy no las haríamos así. La de arriba cumple ambas condiciones (click para agrandar).

En general, un reencuentro más placentero de lo que hubiera creído.

(Link al post original, con otros dos escaneos.)