[6/5/2002]
Etiqueta: MW+X
[6/5/2002]
Hoy es el cumpleaños de Ariel Dorfman, según Librusa. Todavía le tengo rencor a Ariel Dorfman, desde que allá por los ’70 publicó Para leer al Pato Donald, que recuerdo como una infamia atroz.
De chico, yo amaba al Pato Donald. Aprendí a leer con el Pato Donald antes de empezar la escuela. Leía cada historieta decenas de veces. Tengo todavía montañas de revistas del Pato Donald de fines de los ’50 y principios de los ’60, muchas de ellas encuadernadas. Es una parte de mí que no se puede separar sin cirugía mayor y provocando un dolor extremo.
Cuando llegué a cierta edad en que pude razonar más adultamente, a mi amor por el Pato Donald se sumó el conocimiento de su historia. Claro, no todo es rosado. Nada en el mundo es del todo rosado. Pero ahí estaba, en particular, Carl Barks y su creatividad maravillosa, generando quién sabe cómo todas las aventuras que yo sabía de memoria.
Nada puede modificar mis recuerdos de infancia, y el hecho incontrovertible de que el imperialismo no trató de lavarme el cerebro a través de ese querido personaje y su mal carácter. Al menos no especialmente. Trató de hacerlo de muchas otras maneras, notoriamente peores. Tuvo cierto éxito. Pero, oh qué curioso, no le tengo demasiada simpatía a Walt Disney ni a su empresa (ni, ya que estamos, a Bush o al FMI, pero para qué hacer la lista más larga), aunque sí a muchas de las creaciones que salieron de allí.
Feliz cumpleaños, señor Ariel Dorfman. Si es que la consciencia le permite disfrutarlo.
Librusa: nones. El dominio lleva directamente a Yahoo, así que supongo que Yahoo compró la agencia Librusa y, como tantas otras cosas, la rompió.
En cuanto al libro, recién pasé un rato mirando fragmentos en la web. Fácil de encontrar. Publicado en 1972, es claramente un producto de época. Y suena de verdad ridículo.
Esto no tiene relación con lo que haya hecho Dorfman en los cuarenta años que pasaron desde la publicación del libro. La verdad es que no tengo una idea clara de lo que hizo, tanto fue (y sigue siendo) mi rechazo. Esto es irracional, lo entiendo y lo reconozco, pero no lo puedo evitar.
[5/5/2002]
“Cómo me gustaría poder saltar, si no fuera por ese patético desplomarse de bolsa de papas, ese grito, el terror, y la cosa horrible allá en el piso entre los autos”, escribí aquí mismo esta mañana, al final de una crónica. Me contesta Andrea Zablotsky:
“Creo que te lo comenté alguna vez (aunque me jugaría lo que no tengo que, tal como yo, serías incapaz de hacerlo): en Lobos hay un club de paracaidismo donde saltan profesionales y también gente que nunca lo hizo. El sistema se llama tandem y el inexperto se tira atado al profesional, y lo único que tiene que hacer es vivir esa experiencia, mientras el profesional decide el momento para tirarse, maneja la situación, tira del piolín, etc. (El etc. incluye que el paracaidista te apoye desde atrás, cosa que no creo
que se vea muy atractiva para algunos hombres.)
“Estuve allí y lo vi desde el avión (yo iba de colada, haciendo las veces de copiloto, mientras piloteaba ‘mi amigo con derechos’, como lo llama Jorge Varlotta). Era super impresionante cómo enfrentaban el vacío desde el agujero que había dejado la puerta del avión (se la habían sacado para mayor comodidad de los paracaidistas). También fue impresionante las veces que los vi llegar (cuando ya estaba aburrida de dar vueltitas en el avión). Hubo dos que vomitaron a mitad de camino… ¿Te gustaría? (tirarte, no vomitar…)”
Yo sería uno de los que vomitan. Lo bueno sería poder saltar y no caer, ni siquiera en paracaídas.
[5/5/2002]
—Las mujeres no tienen ombligo —dice mi hijo, de seis años.
—Sí, Gabriel, claro que tienen ombligo —le contesto.
—No —insiste—. Las mujeres no tienen ombligo.
A veces me siento tan pero tan lejos de entender una mente infantil.
[5/5/2002]
Se juntaban diez o doce palomas en el borde de la ventana. El borde estaba formado por unas cinco baldosas rojas, así que la ventana no tenía más de un metro de ancho. Las palomas aterrizaban ahí, se miraban de reojo, forcejeaban, se hacían caer unas a otras. En algún momento, una vieja abría la ventana y desparramaba unas pocas migas entre ellas. Ahí sí, la pelea se hacía feroz: picotazos, golpes de ala, empujones. Llegaba a haber una paloma encima de otra que estaba encima de otra. Y todo al borde de un precipicio de quince metros.
Supongo que la vieja miraba desde adentro. Sádica.
Esto era hace muchos años, cuando yo trabajaba en una oficina de la calle Uruguay, en el cuarto piso de un edificio muy viejo. Las palomas y su lucha, pero sobre todo las caídas al vacío, me fascinaban. Se desbarrancaban como piedras por uno o dos metros, y entonces el despliegue de alas y el aleteo violento conseguían elevarlas otra vez. Se quedaban dando un par de vueltas, hasta que un hueco en la ventana les permitía volver.
Las palomas tienen el poder de darme vértigo. Se desplazan de costado, con pasos torpes, por una cornisa imposible, mirándose unas a otras, ocupadas solamente en sus mezquinos asuntos de bichos estúpidos y violentos. Se caen, sí, se caen muchas veces, pero tienen el control del espacio, eso que tanto les envidio. Hasta deben ser capaces de volar dormidas.
Otra cosa que me da vértigo es la terraza del edificio donde vivo. Ahora que pienso en eso se me tensan los músculos de las piernas: isquiotibiales y gemelos, en particular, al borde del calambre. La terraza, justo arriba del piso dieciocho, tiene dos partes. Una está abierta a todos, rodeada por una pared de dos metros con aberturas por las que se puede ver la serie de torres que hay hasta el río. La otra parte está al otro lado de una puertita de reja con candado, y no tiene ninguna protección contra el vacío.
Fui una sola vez a la segunda parte, la prohibida. Me quedé junto a la puertita. Había hecho pasar al técnico de mis proveedores de Internet, que tenía que cambiar el módem inalámbrico instalado allá arriba. El módem está justo en el borde, y ahí se agachó el técnico, como una paloma. Abrió el gabinete, destornillador que va, destornillador que viene, sacó el aparato descompuesto y puso el nuevo. Mientras tanto, yo trataba de no mirarlo. Pero sí miré el desierto urbano, la ciudad infinita en dirección contraria al río, casi sin torres. Me alejé dos pasos de la puertita, giré un paso a la izquierda, uno a la derecha. Volví. El técnico seguía trabajando. Me imaginé una hilera de técnicos-paloma, cada uno con su módem descompuesto, mirándose con inquina; y cuando uno sobrepasaba apenas el espacio vital de otro venía el empujón, la resbalada, la mano crispada aferrándose al borde. Cerré los ojos, los volví a abrir, me concentré en las nubes que al menos ponían un techo al delirio. Cuando el técnico terminó y cerré la puerta detrás de nosotros, yo tenía demasiado aire en los pulmones.
Cómo me gustaría poder saltar, si no fuera por ese patético desplomarse de bolsa de papas, ese grito, el terror, y la cosa horrible allá en el piso entre los autos.
Más tarde recibí un mail de Andrea Zablotsky, donde continúa el tema.
[4/5/2002]
Millones, billones, trillones, cuatrillones, quintillones, sextillones, septillones, octillones, nonillones, decillones, oncillones, docillones, trecillones, catorcillones, Quincy Jones.
Este chiste recibió, a lo largo de los años, 215 (doscientos quince) comentarios. La gran mayoría, de gente que debía pasar cifras inmensas de números a letras o de letras a números, y no sabía como. El resto, de personas que sí sabían y respondían a los demás. ¿Tendremos aquí la indicación de que en nuestra sociedad hay una necesidad no cubierta? ¿O será que los chicos reciben tarea para el hogar que no tienen la menor idea de cómo hacer?
[4/5/2002]
“Inmadurez debe al ego [me escribe Jorge Varlotta] es el anagrama más interesante que conseguí, con un programa que tengo desde hace años pero al que recién pude ponerle un extenso vocabulario español, para Eduardo Abel Gimenez.
“mareo debe languidez -no es tan apropiado.
“lenguaraz debe miedo -tampoco.
“de mediana lobreguez -no está tan mal, eh.
“debe agudizar en mole -es un tanto críptico.
“dedo nazi me albergue -es terrible!
“rezo de balde aún gime -tiene lo suyo.
“era nube o mi delgadez -demasiado poético.
“embrague diez del ano -no suena muy bien.
“al manguero debe diez -tiene su sentido.
“a donde merluza beige -es hermoso.
“dedo en la embriaguez -es tal vez el más hermoso.
“Mejor me voy a dormir.
“PS: No me fui a dormir. Encontré, en cambio, una linda frase como anagrama de mis dos nombres y dos apellidos [Jorge Mario Varlotta Levrero]:
“ver largometraje; otrora lo vi.”
[Las aclaraciones entre corchetes son mías, dice la merluza beige.]
Algo tan propio de Jorge. Era fan de los programitas para la PC y fan de los juegos de palabras. Pasaba muchas horas ocupado en estas cosas. Los resultados, a veces, eran macros para tareas cotidianas, y a veces cosas desopilantes como esta.
“Inmadurez debe al ego” es una buena frase. Resuena. No me sorprende que Jorge la haya elegido para mí. “A donde merluza beige” da para título de libro.
[4/5/2002]
- A las 8:25 y a las 17:43.
- Alberto, porque Bernardo le cae mal a Claudia, y Edelmiro no usa chaleco los viernes.
- 1.778.005.
- Un abrelatas oxidado, una pared de ladrillo hueco y dos chihuahuas.
- Sin.
- La sensación térmica.
- Con.
- 6,3. Explicación: los valores posibles para A son 6 y 9, mientras que los valores posibles para B son 7 y 8. Luego, la única combinación de impares es 9 y 7, y 9×7=63. Dividiendo 63 entre diez, tenemos 6,3.
- El agua estaba demasiado caliente.
- Austria y Mali.
- Porque esperaba otro llamado.
- Diana, que es quien “sale de noche cada vez que llueve”.
- Seis sillas y dos mesas.
- 4 a 2.
- Izquierda, derecha, izquierda, derecha, derecha, izquierda, izquierda, derecha, izquierda, izquierda, derecha, derecha, izquierda, derecha, izquierda, izquierda.
- 19%.
- Suspendió la dieta el viernes al mediodía, cuando invitó a almorzar a su primera esposa.
- El destornillador era demasiado chico, y a esas horas la ferretería ya estaba cerrada.
- C, E, F, G, S, L.
- En realidad se trataba de un sueño.
- Sebastián cambió las tres monedas por una naranja, que encontró demasiado dulce. Cuando llegó su hermanito menor le dio la naranja empezada a cambio de un autito de plástico. Pero el papá pisó el autito sin querer, cuando llegó del trabajo.
- Acostada.
- 2, 5, 4, 3, 7, 5, 6, 2, 1, 9.
- Diferente, pero sólo visto en el espejo.
- Antes de caer por la escalera vio un mosquito.
Claro, hubo una época en que yo inventaba acertijos. Y también los editaba, publicaba, administraba. Me dedicaba a eso.
Con el tiempo se va confirmando que nunca llegaré a inventar acertijos para estas respuestas.
[4/5/2002]
“Me hubiera gustado [me escribe Andrea Zablotsky] llegar al final de tu narración sobre los gritos de la mujer y enterarme de qué fue lo que le pasó (¿no eran, acaso, gritos de placer?). De todas formas, muchas veces me encontré, después de varios meses (o años), con explicaciones de cosas que me habían hecho quedar con curiosidades parecidas. ¿No te pasó nunca?
“Sin ir más lejos, hace unos tres años, murió el diariero del puesto donde compraba el diario. El puesto estuvo cerrado por duelo un par de días y después volvió a abrir, con otro dueño. Obviamente me dio bastante curiosidad saber qué fue lo que había pasado con este buen hombre, que no era nada viejo. Hace un par de meses nuestro encargado se jubiló y vino otro, que trabajaba en el edificio que daba al puesto de diarios mencionado. Y charlando con él me vengo a enterar que una madrugada el diariero discutió con uno de los propietarios de aquel edificio, éste lo empujó, el diariero resbaló, cayó, se golpeó la cabeza con un extremo del puesto y murió. El propietario en cuestión era familiar de un diputado y estuvo detenido sólo un par de días. La pelea había sido por una deuda impaga.
“Lo que tendrías que hacer es ir por tu barrio charlando sobre los gritos de la otra noche. Una de dos: o te terminan internando en un loquero o terminás encontrando a alguien que te aclare las cosas (quien te dice, a la tipa en cuestión…).
“A mi también me dio gracia el cartel de ‘bienvenidos’ en el negocio de celulares del subte, que está vacío. Me hizo recordar al cartel que una vez vi en una funeraria en una esquina de la calle Gaona, que antes había sido un banco. Decía: DEPOSITOS FUERA DE HORARIO. Tétrico…”
[Yo agregué los links. Y no, todavía no sé por qué gritaba la mujer. Lamentablemente, estoy seguro de que no eran gritos de placer.]
La narración sobre los gritos apareció en el blog el 1° de mayo. También está en MW+X.
Lo del cartel salió en un largo post del 27 de abril. Aquí está en MW+X.
Taché los links originales porque esas viejas páginas cambiaron (no sé bien por qué, ya que traté de conservarlas), y lo que aparece ahora es el archivo completo del mes correspondiente.
[3/5/2002]
Esta imagen, que ahora cuesta entender, muestra un pedazo de ómnibus español. Es una captura del video que grabé en 1991, la primera y penúltima vez que fui a España.