[30/4/2002]
Los animales querían encontrar alguna manera de ganar plata. Para qué, no se sabe, pero eso querían.
—¿Vos qué sabés hacer? —preguntó el ñandú.
—¿Yo? Volar —dijo la cotorrita, orgullosa.
—¿Llevás pasajeros?
—No, eso no.
—Entonces no sirve.
El ñandú se volvió hacia el tapir:
—¿Vos qué sabés hacer?
—Sólo sé que no sé nada.
—Ah, no. Con la filosofía no se vive.
Como en el monte había inmigrantes, llegó una jirafa que frenó a los tumbos.
—Yo sé comer hojas de los árboles —dijo con el aliento entrecortado.
—Y yo —dijo un elefante que llegaba por el otro lado— sé arrancar árboles enteros.
—Y yo los corto —aclaró un castor desde mucho más abajo.
—No, no, no —los censuró el ñandú—. Nada de eso da plata, me parece. Hay que buscar algo más seguro.
El mono, el piojo, la vizcacha, el rinoceronte, el tigre, todos dejaron sus cosas de lado (incluso las ganas que algunos tenían de comerse a los otros) y se pusieron a pensar. Pero lo que cada uno sabía hacer no era nada que diera plata.
—Monerías —dijo el mono.
—Mordiscones —dijo el tigre.
—Morisquetas —dijo la vizcacha, por seguir el tono, porque no conocía el significado de la palabra. Sólo se la había oído decir a alguien.
—Es inútil —interrumpió el ñandú, que de algún modo había empezado como jefe y ahora seguía, aunque nadie le hubiera dado el visto bueno—. Cada uno por su cuenta no va a ir muy lejos.
—¿Y si pensamos en algo que sepamos hacer entre todos? —propuso el conejo, que aún no había explicado su habilidad pero ya todos se la imaginaban.
Le hicieron caso. Pensaron y pensaron, un día entero y una noche, y la mitad del día siguiente. Y al final descubrieron lo que podían hacer entre todos. Lo hiceron, y ganaron un montón de plata.
Pusieron un zoológico.
En su momento no lo dije, fue una especie de secreto conmigo mismo. Este cuento era una parodia y, como la mayoría de las parodias, un homenaje a Gustavo Roldán. Están sus personajes, aunque por supuesto que no actúan del mismo modo.
Ahora, diez años después, resulta que justo este mismo mes, hace hoy veintisiete días, Gustavo Roldán falleció a los 76 años. De manera que esta vez sí, lo digo: un homenaje, a su memoria.
(En otro orden de cosas, me intriga saber si mucha gente pensará como Mimi Valenzuela, quien dejó el primer comentario para el cuento en enero de 2003. Está acá abajo.)