El eco de la respuesta arruina el silencio subsiguiente. Nadie encuentra qué decir, mientras esos reflejos de reflejos de palabras vuelven a caer en los oídos. Es una técnica. Ganada la discusión, el último en hablar abandona el cuarto y se va a pisar el césped en otra parte.
Mes: mayo 2005
Había tantas nubes con forma de ballena, flor, conejo, dios nórdico, auto, mano, ratón, anillo, árbol, camisa, montaña, reloj, torre Eiffel, avión, muela, cisne, llave, submarino, que se fusionaban unas con otras hasta terminar formando una única superficie blanca.
El agitador vive solo. No tiene perro. No tiene amigos. Se acuesta a las once de la noche y se levanta temprano. Mientras camina hacia el subte piensa en cosas que no le cuenta a nadie.
El agitador entra al trabajo unos minutos tarde, saluda con cortesía, se sienta. María S. no le devuelve la mirada. Alguien habla de un programa de televisión.
El agitador come un sandwich de milanesa, carne envuelta en dos capas de pan, con lechuga y tomate. Está flaco de tanto agitar, de tanto agitarse.
El agitador pasa horas enteras sin acordarse de contarlas, y después cae en la cuenta de que falta menos, falta mucho menos y todavía no se puso al día.
El agitador tiene que informar este sábado, y no sabe qué decir. Tampoco tiene ganas.
Según su acentuación, las palabras pueden ser agudas, graves o inútiles.
Alguien improvisa palabras
como si existieran en el diccionario.
Pero no hay idioma infinito
—qué pocas mentiras quedan por decirse.
Yo te contaría un secreto
si me prometieras conservarlo,
pero se lo vas a decir a otros diez.
¿Cuántos verbos tiene la tarde
desde el mediodía hasta la hora oscura?
¿Cuántas letras tiene tu libro,
ese que guardaste para no leerlo?
Yo te contaría mi cuento
si me prometieras recordarlo,
pero te lo vas a olvidar otra vez.
No se entiende por qué habla así. Es diferente de nosotros. Dice cosas raras. Molesta, realmente. Al final, hay que ponerle un marcapasos en la lengua.
El avión sube, baja, da vueltas, echa humo, lo absorbe, despliega un paracaídas, lo suelta, mueve las alas, mueve la cola, acelera, frena, se sostiene en el aire sin manos, grita y se ríe como un chico, trepa más allá de la atmósfera, da una vuelta a la luna, se convierte en bala, en cigüeña, en pingüino volador, en barrilete, en mariposa, vuelve a ser avión y sale de la pantalla.
Hay olor feo, pero no sé de dónde sale. No es la basura. No es el baño. No es la pileta. En la heladera no hay nada grave. Abro la puerta que da al pasillo de los ascensores, pero ahí no es. La alfombra del living se ve normal, y de todos modos el olor ahí no se siente, el olor está en un espacio que abarca la cocina y el hall de entrada, tal vez el lavadero aunque menos, una parte del pasillo interno hasta el baño chico. Y ahora parece que el olor se está disipando, o tal vez es que me acostumbro. Voy al dormitorio, aspiro hondo para comprobar que ahí los olores son otros, y vuelvo. El olor feo sigue presente, pero puede ser que lo esté imaginando. No sé qué más hacer al respecto. ¿Ya cumplí?, me pregunto. Estoy inseguro, y sin embargo me digo que sí. Doy media vuelta y recorro el pasillo otra vez, con lentitud, como si el deber pudiera volver a llamarme, y para cuando llego a la habitación de la computadora ya me olvidé de todo.
Voy al banco a pagar una cuenta. Hay dos puertas de vidrio, una al lado de la otra. La izquierda dice Entrada, y más chico Empuje. Empujo, pero del lado equivocado, de manera que me llevo la puerta por delante. Entonces Empujo del otro lado y entro a un espacio vidriado, donde hay un cajero Banelco y otra puerta de vidrio que también dice Entrada, pero no Empuje sino Tire. La miro dos veces antes de Tirar, y así consigo Tirar del lado correcto. Ahora estoy en el interior del banco. No hay clientes en las cajas. Pago enseguida y doy media vuelta para salir. Ahora me toca ir por una puerta que dice Salida y Empuje. De vidrio. Ya las conozco, esas puertas, de manera que me lleva apenas un momento encontrar de qué lado se Empuja. Así llego a un breve pasillo, todo vidriado, que termina en la última puerta, que está a la altura de la primera, lleva a la calle y dice Salida y Tire. Tiro y Salgo. Y todo el tiempo me estuvo mirando el tipo de Seguridad.
Pasa un auto gris, pasa un auto rojo, pasa un auto blanco, pasa otro auto rojo pero más oscuro que el segundo, pasa otro auto gris pero más claro que el primero, pasa una camioneta celeste, pasa un auto medio turquesa (el color de los azulejos del baño en la casa de mi infancia), pasa un taxi amarillo y negro, pasa otro auto gris pero más oscuro que los anteriores, pasa un auto bordó, pasa un auto verdoso (antiguo, de esos que tienen el techo revestido de algún plástico negro), pasa otro auto gris medio oscuro aunque ya no lo puedo comparar con los de antes, pasa un auto amarillento (el color que mi madre suele llamar “marfil”), pasa el auto violeta que suelo ver cuando vuelvo de llevar a mi hijo a la escuela, pasa otro auto de un rojo más puro y claro que los anteriores, pasa otro auto blanco, pasa un auto negro o tal vez gris muy oscuro, pasa un colectivo de varios colores entre los que domina el celeste, pasa un auto gris como tantos otros, pasa un auto azul recién salido del mar, pasa otro auto bordó, pasa otro auto bordó más, pasa un auto gris claro con un parche más oscuro en el guardabarros delantero izquierdo, pasa un auto verde, y en cada auto hay alguien que sigue de largo.