Mes: mayo 2005

Tres cuadritos

La tira está en blanco y negro y tiene tres cuadritos. En el primero se ve un personaje, no está claro si hombre o mujer, que viste una túnica oscura. La cámara está en el piso y apunta hacia arriba, de manera que casi todo es túnica, y allá a lo lejos hay una cabeza recortada contra el cielo. Mira hacia abajo, con seriedad. Lleva un gorro cónico, también oscuro. El pelo se abre hacia los lados en varios tirabuzones que sobrepasan los hombros. En el cielo hay una variedad de nubes, rechonchas, con bordes rizados. Una de las nubes tiene patas, y parece una oveja.

En el segundo cuadrito la cámara se ha movido a la altura de los ojos del personaje, que sigue mirando al lector y de pronto sonríe. El personaje tiene los ojos estrechos y anchos. La túnica es más clara que en el primer cuadrito: ahora la cubre una trama apretada de líneas cortas, horizontales y verticales, que en algunos sectores se entrecruzan y en otros no. A espaldas del personaje, más bien lejos, asoma una ciudad de rascacielos, todos terminados en punta, con una forma que recuerda al gorro. En uno de los rascacielos las ventanas son redondas. En otro, triangulares. Por una de las muchas ventanas cuadradas que adornan los demás asoma alguien con los brazos extendidos. Apenas se lo ve, es casi una ilusión allá en el fondo, muy pequeño, y también podría ser un error del dibujante, un trazo descarriado, una falla en el papel. Pero de verdad parecen brazos extendidos, como los de alguien que pide auxilio, y está muy alto, en uno de los últimos pisos, y es posible que otro trazo, otra falla del papel que aparece a su lado sea una voluta de humo, el comienzo de un incendio.

En el tercer cuadrito la cámara ha seguido subiendo, y ahora muestra al personaje desde arriba. El personaje no deja de mirar al lector, mientras la sonrisa se ha convertido en una carcajada de dientes oscuros y desparejos. La túnica, ahora blanca, forma un círculo casi perfecto alrededor de la cabeza que ríe. El resto del cuadrito muestra el suelo cubierto de cráteres pequeños, redondos, de bordes quebrados. La tierra es negra, y los detalles están dibujados en blanco. En uno de los cráteres brilla algo, como si a través de un agujero estuviéramos viendo una luz subterránea. En otro hay un animal casi microscópico: el lector debe acercarse mucho al papel para descubrir que tiene muchas patas y parece asustado. Junto al animal se repite, ahora en negativo, la voluta de humo del cuadro anterior. Y ahora que uno está tan cerca del papel, tan atento a los detalles, puede ver que en cada cráter hay un ojo, y que en cada ojo habita un gusano, y que cada gusano tiene dos brazos largos que extiende hacia el lector como pidiendo algo, siempre pidiendo.

Tengo las llaves

Tengo las llaves en el bolsillo del pantalón. Mientras camino por la calle golpeteo las llaves con las puntas de los dedos, haciendo ritmos. Suenan como una pandereta. Eso cuando no hay nadie cerca. Cuando viene alguien enderezo la espalda, bajo las cejas, aprieto el portafolios en la mano izquierda y en general actúo tan serio y preocupado como se debe estar en estos tiempos.

Los muñecos de peluche

Los muñecos de peluche están amontonados en la caja, en cualquier posición, a oscuras, torcidos, codo con ojo, pata con cabeza, apretados, no vistos por nadie, no tocados, sin haber despertado el deseo de un solo abrazo. Aún no lo saben, pero tienen por delante un largo proceso de antropomorfización.

Necesito otro control remoto

Necesito otro control remoto. Uno con botones nuevos. Que me dé algo diferente en la vida.

Lo venden en latas

Lo venden en latas. No se puede creer. Tanta historia, tanto esfuerzo que llevó a las generaciones anteriores, tan simbólico de los usos y costumbres. Tan particular, tan idiosincrático. Tanto prestigio, tanta vergüenza. Tan preciso en cuanto a requerimientos y resultados. Tanto que se habló, tanto que se discutió. Tanta sangre derramada. Tan cálido en las manos, tan frío a distancia. Tanto que se exigió, tanto que se retaceó. Tan sólido a la manera en que eran sólidas las enciclopedias. Y ahora lo venden en latas.

Ahora cantemos todos juntos

Ahora cantemos todos juntos. “La la lá,/ qué lugar/ tan azul,/ tan carmín…” Percibimos la cadencia del árbol que hay en nosotros, la luz del bosque que nos ilumina. Estamos unidos en lo profundo de un arroyo de consciencia. Cantemos todos juntos. “Sé sé sé/que en el mar/ hay un pez/ sin ojós.” Así, amigos, así, querida concurrencia, nos elevamos en las nubes del dorado fulgor, del frenesí, de la ameba primordial que solloza en nuestras almas evaporadas cual cubos incólumes. Cantemos, cantemos, cantemos todos juntos. “Mi mi mi/ corazón/ es rubí/ y sabor.” Amada muchedumbre, amados todos los que contemplan el barro de los pies y la tinta de las manos, amados estómagos del ingenio insomne, amadas cebras tricolores que suavizan el sábado, brincamos por sobre las tapias del conocimiento segregado por las cortinas, nos columpiamos de Norte a Sur, de Este a Oeste en los brazos de la madre calefactora que se mimetiza en primaveras. Ahora, ahora como en nuestra infancia, ahora como en nuestro futuro que está escrito en palabras invisibles, cantemos juntos. “Po po pó,/ nubarrón/ de metal/ y algodón…”

Yo

—Hola. Soy yo.

—Sí. Yo también soy yo.

—Pero yo soy más yo que vos.

—Eso es posible.

—Yo soy de verdad yo, mientras que vos no.

—Ah. No sabía. Entonces…

—Entonces vos tendrías que decir “yo hago como que soy yo”.

—Yo hago como que soy yo.

—Eso es. Aunque un poco todos hacemos como. Claro que yo no.

—Vos no. Vos sí que sos yo.

—Exacto.

Hay cosas curvas y cosas rectas

Hay cosas curvas y cosas rectas. A veces, las cosas rectas sirven para hacer curvas, pero no a la inversa. Algunas cosas rectas son en realidad curvas, cuando se cambia la escala. Algunas cosas curvas jamás llegarán a ser rectas. No hay nada recto-curvo, ni curvo-recto, es imposible. Algunas cosas rectas lastiman. Algunas cosas curvas sobran. Hay cosas que lastiman y no son rectas, así como cosas que sobran y no son curvas. Hay cosas que lastiman que cambian de forma con el tiempo. Hay cosas que cambian de forma, y así no lastiman. Hay cosas que sobran pero no lastiman, y cosas que lastiman y sobran a la vez. Hay cosas que sólo lastiman a cosas rectas. Hay cosas curvas que sólo sobran cuando están juntas. Hay cosas que están juntas y lastiman. Hay cosas que sobran, son rectas y están separadas. Hay cosas que están juntas y nunca cambian de forma. Hay cosas separadas que lastiman por no ser curvas. Hay cosas que, siendo curvas, cambian de lastimadoras a sobrantes cuando tratan de convertirse en rectas. Hay cosas que sobran cuando lastiman. Hay cosas que pueden ser curvas o rectas, estar juntas o separadas, y lastiman cuando cambian de forma.

Uno cuenta un chiste

Uno cuenta un chiste. Dos se ríe. Pero el chiste tenía una alusión a cierto aspecto del pasado de dos, cosa que dos comprende unas horas más tarde, mientras viaja en el colectivo de regreso a su casa, aunque está convencido de que uno jamás pudo enterarse de aquello. Al día siguiente hay una extraña conversación telefónica, en la que dos explica a tres que nunca quiso decir lo que dijo entonces. Tres se queda pensando, sin entender, hasta que se encuentra con uno para tomar una cerveza y se olvida de todo. Uno le cuenta un chiste.

Tengo una pelota de goma

Tengo una pelota de goma. Está adentro. Todos piensan que ahí encontrarán pulmones, corazón, estómago, tripas. Pero no, es una pelota de goma, grande, maciza, de esas que han pasado por muchos botines y tienen la misma deformación de una luna de Júpiter. A veces actúa como esponja, absorbiendo la materia que entra a mi organismo, y entonces se hincha, ocupa todo el espacio disponible y dos centímetros más a cada lado. A veces suelta todo en un chorro de aire enviciado que traza figuras de caleidoscopio ante los ojos de los demás. Pesa. La verdad es que pesa.