Suena el teléfono. Atiendo. Una grabación me recuerda la deuda de siete pesos que hace dos o tres años dejó sin pagar el ocupante anterior de este departamento. Amenazas, advertencias, arrebatos. Así es como mi teléfono no permite hacer llamadas de larga distancia. Hace un año que vengo oyendo la misma grabación un par de veces por semana, a distintas horas. Traté de pagar la deuda, que con los intereses debe andar ya por los ocho pesos con cincuenta. Pero quedé vencido por la burocracia de los mismos acreedores: nunca me mandaron la factura prometida. Así es como se acerca la vejez.