Del millón de libros que conocí haciendo Imaginaria, Historias de ratones, de Arnold Lobel, sigue siendo mi favorito. Por ahí la elección es arbitraria, pero es que a duras penas se trata de una elección: Historias de ratones me atrapó, me conmovió, me dejó diferente de lo que era, y no me lo olvido más. Esto le pasa a otra gente con otros libros, y no vamos a andar preguntándonos por qué.
Historias de ratones (Mouse Tales), de Arnold Lobel. Publicado originalmente en 1972.
Esta edición es de Kalandraka, Pontevedra, 2000. |
Pero el golpe maestro de Roberto fue conseguir autorización de Kalandraka para reproducir, entero, uno de los cuentos del libro: “El viaje”. Punto alto si los hay. Desde entonces no dejo de recomendarlo, de leérselo a quien se me cruce en el camino (con el celular, lo tengo a mano donde vaya).
El libro es una delicia, cuento por cuento. Un absurdo tierno lo recorre desde el personaje solemne de la portadilla y sus pantalones caídos, pasando por cada final inesperado, hasta el cuadro de dama antigua que posa satisfecha sobre la chimenea en el último dibujo.
Lo compré con la excusa de mi hijo, que cumplía cinco años, y se lo leí varias veces. Pero confieso que más veces me lo leí a mí mismo. (A él no lo impresionó particularmente. La verdad es que ahora ni lo recordaba. Somos así.)
—¡Ay! —gritó el pozo.
Y ni hace falta decir que el papá ratón que enmarca los relatos es un autorretrato nada disimulado del autor.