¡Adiós, cyborg!

3 Adiós, cyborgMagnolia avanzó decidida hacia las máquinas voladoras. La perspectiva de surcar los cielos la llenaba de una felicidad que por momentos lograba superar sus preocupaciones. El viento le envolvía el vestido en torno a las piernas. Sobre puntos casi opuestos del horizonte, los soles de Alcumbria se movían con sapiencia de estrellas.

A su lado, Ferdinand levantó la mano para sostenerse la gorra antes de que el viento la hiciera volar. Magnolia se dio cuenta de que debía hacer lo mismo con su sombrero, aunque ningún viento pudiera arrancárselo. Simuló retenerlo, entonces, y apuró la marcha.

Ferdinand redobló esfuerzos para mantenerse medio paso por delante: no sabía hacia cuál de los ingenios del aire se dirigía ella, pero necesitaba aparentar que era él quien marcaba el rumbo. “Tonterías de la masculinidad”, pensó Magnolia.

Se habían conocido esa misma mañana, en el Club de Aeronavegantes. El sorteo los había emparejado para esta etapa de la carrera. La expresión de Ferdinand mostraba incredulidad: ¿cómo podía Magnolia pilotear una máquina voladora? Magnolia supuso que, de haber tenido chances de ser escuchado, habría ido a protestar. No lo hizo, pero se quedó mirándola con fijeza, al borde mismo de la grosería.

Sombrero y masculinidad no eran, por cierto los únicos juegos de apariencias que los involucraban. La mirada de Ferdinand preocupaba a Magnolia por una razón más profunda. Se había posado en las ropas de ella: el cuello alto e incómodo, las mangas largas y de puños apretados. Y sobre todo, con insistencia, en los guantes.

La amenaza, más que el viento o las nubes oscuras que se formaban a la distancia, era que Ferdinand descubriese el terrible secreto de Magnolia.

(Así empieza ¡Adiós, cyborg!, de Sylvania Dilke, una novela que no existe. Fuente de la imagen: Wikimedia.)

Author: Eduardo Abel Gimenez

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