Uno tiene sus propios ritmos, sus prioridades, sus momentos de pereza y sus momentos de acción, sus entusiasmos, su modo de andar por la vida o de quedarse quieto. Y entonces, en cualquier momento, aparece alguien y dice:
- Ya que estás cambiando esa lamparita, ¿por qué no revisás la instalación eléctrica del sótano?
- Ya que estás conectado a Internet, ¿por qué no me buscás estadísticas sobre la mortandad de sapos en la zona sur del Gran Buenos Aires?
- Ya que estás yendo a comprar una botella de vino, ¿por qué no traés papel higiénico, fideos, galletitas, yogur, leche, agua mineral, servilletas de papel, coca light, Siempre Libre, un kilo de manzanas, pan Fargo, mermelada de ciruela, champú?
- Ya que estás escribiendo, ¿por qué no revisás el informe que hice y que tengo que presentar mañana a la mañana?
- Ya que estás saliendo, ¿por qué no le tocás timbre al portero y le pagás las expensas?
- Ya que estás hablando por teléfono, ¿por qué no llamás también a Richi, que es el cumpleaños?
O la variante aún más temible y que prefiero dejar incompleta:
- Ya que estás sin hacer nada…