Un error, una trampa del cerebro. Llegando a casa, me doy cuenta de que no recuerdo haber bajado en el ascensor de la oficina donde estuve: mi memoria reciente me sitúa cerrando la puerta de la oficina, y después caminando por la vereda, sin registro de la etapa del ascensor. Me siento en falta, como si no hubiera hecho una tarea pendiente, o hubiera dejado a alguien esperando. Siento un nudo en el estómago. ¿Cómo pude olvidarme de bajar en el ascensor? En un segundo, o menos, me digo que si estoy aquí es porque bajé en el ascensor, lo recuerde o no. Es evidente, no hay otra posibilidad. Pero me resulta difícil convencerme a mí mismo. Queda una cierta intranquilidad, que horas más tarde no termina de despejarse.