Quinta entrega del Correo de Imaginaria. Revista Expreso Imaginario N° 34, mayo de 1979. Ilustraciones de Resorte Hornos. Abajo va el texto digitalizado.
La isla que no existe
En Imaginaria hay una isla que no existe, pero que todos los imaginarianos visitan una vez por año.
Para cualquiera es muy fácil ver que la isla en realidad sí existe, porque si no existiera no podría ser visitada. Sin embargo, un imaginariano es capaz de discutir una hora seguida, hasta convencerte de que la verdad es otra.
Así y todo, no vale la pena ponerse a pensar si el imaginariano miente o no, si tiene razón o está equivocado, porque la isla es muy hermosa, y no es cuestión de desperdiciar el tiempo en razonar si A y B, la playa y los bosques, alfa y beta, cierto y falso, mientras rompen las olas y el viento mueve las hojas y lo que ahora existe está creciendo para crear lo que no existe pero existirá mañana.
El médico de torres
En Imaginaria, las torres son un problema. Suben y bajan como la temperatura, y no hay manera de impedírselo (aunque a nadie se le ocurriría hacer semejante cosa).
Hay quienes piensan que, igual que un termómetro, con su movimiento indican algún cambio de algo en algún lugar. La cuestión es que nadie sabe qué cambio de qué cosa en qué lugar. Si las torres pudieran hablar sería distinto, pero hasta ahora nadie fue capaz de enseñarles.
Para resolver estos inconvenientes, los imaginarianos crearon una profesión nueva, la del médico de torres. Que los inconvenientes no hayan sido resueltos no es motivo de preocupación para los imaginarianos, que están muy satisfechos con sus intenciones.
El médico de torres se parece al filósofo en que se ocupa de las grandes cosas y no llega a ningún resultado apreciable; en tanto, resuelve sin quererlo muchas cosas pequeñas, por lo cual es muy aplaudido.
La rutina de un médico de torres puede parecer monótona, cuando todo se reduce a cimientos doloridos o cúpulas frías. Pero no es nada fácil cuando hay que internar una torre, o mandarla a pasar unos días en las montañas, sobre todo si tiene miedo a las alturas. Entonces es posible ver a muchos médicos de torres discutiendo en una plaza, mientras simulan tomar sol, seguros de que el suyo es el mayor de los problemas.
El resto de los imaginarianos los observa, los respeta y está de acuerdo, mientras camina por sus días llenos de obstáculos que, comparados a estos, nada significan.
Nostalgia de las rocas
Los habitantes de Imaginaria suelen sufrir una enfermedad llamada Nostalgia de las Rocas.
Si vas caminando por una calle de Imaginaria y ves a un imaginariano preocupado, con los ojos hundidos, queriendo meterse en una pared o una vereda, tal vez queriendo arrancar un adoquín para estudiarlo e imitarlo; si eso te ocurre, no dudes que estás ante un caso grave de Nostalgia de las Rocas.
Es una peculiaridad de su memoria lo que trastorna tanto a esa gente por otra parte apacible. Sucede que todo imaginariano recuerda, como si hubiese sido ayer, la época en que las estrellas y los mundos se formaban, cuando los volcanes no tenían forma propia, sino que estaban un poco en cada sitio, y todo lo que existía era roca, o materiales que subían, bajaban y se buscaban entre sí para formar rocas.
Todo lo demás, el origen de la vida, los amaneceres de millones de años, las guerras, los antepasados, los eclipses y lluvias y sequías de tantos siglos, todo eso no lo recuerdan. Hay un vacío muy grande en la memoria de los imaginarianos.
Pero lo que importa no es eso. Lo que importa es que las montañas están llenas de imaginarianos quietos desde hace siglos, que junto a los árboles petrificados hay imaginarianos petrificados, y que cada vez son más los que quisieran ser roca, porque el mundo que habitan y la vida que los habita les parecen demasiado frágiles.