Mes: diciembre 2018

Nochevieja – Las olas de los sueños

Junto con mis 23 microcuentos, en diciembre de 2013 hicimos dos “objetos poéticos” de Natalia Méndez: Nochevieja y Las olas de los sueños.

Nochevieja es un desplegable, en cuyo interior hay un poema de Natalia:

El calado está hecho a mano, uno por uno, con amor y muchísima paciencia.

Las olas de los sueños es también un desplegable, que se va abriendo paso a paso y con giros, a la manera de un sueño (o de una ola).

Hicimos unos pocos ejemplares en diciembre de 2013, y nunca más. Hasta ahora, cinco años más tarde: Nochevieja y Las olas de los sueños están volviendo.


23 microcuentos

Hace cinco años, en diciembre de 2013, Natalia Méndez y yo arrancamos con Dábale Arroz, nuestra mini editorial de libritos artesanales. Lo primero que hicimos fue 23 microcuentos, un frasco de relatos breves:

La primera edición fue de 20 ejemplares. Con los años fuimos haciendo otras, la más reciente ahora en noviembre de 2018. En total, llevamos hechos unos 250 frascos. Es, de lejos, nuestro best seller.

Las fotos que siguen son de cuando estábamos haciendo aquella primera serie. Van mechados algunos de los veintitrés textos incluidos.

“Cuando una persona bebe de la Fuente de la Juventud y deja ahí susaños, la convierte en la Fuente de la Vejez. La persona siguiente,que no ha notado el cambio, envejece en vez de rejuvenecer. Peroahora la Fuente ha vuelto a su estado inicial, y espera al próximo afortunado”.

“Pasa la lengua con suavidad por los labios de ella. Como ella sonríe, el placer dura un centímetro más a cada lado”.


Un gatito empieza a cruzar las vías cuando un tren viene a toda velocidad. Haciendo uso de mis superpoderes lo envuelvo en una burbuja temporal, lo acelero y logro que llegue a salvo al otro lado. Pero el alma inmortal del gatito ha quedado atrás, y ha sido arrastrada por la máquina asesina, allá lejos, fuera de mi alcance, fuera del alcance de todos, hilacha invisible, despojo sin nombre. Pobre gatito, ahora me mira desesperado, sin alma, huérfano para siempre. Y ya no puedo hacer nada por él.

Se quedó apretando enloquecido los botones del control remoto. Pero ella siguió alejándose como si nada.

Voy manejando por una avenida muy ancha. Allá adelante un peatón, sin semáforo ni nada, empieza a cruzar corriendo. Bajo la velocidad para darle tiempo de pasar sin peligro. Cuando ve mi reacción deduce que ya no necesita apurarse, y él también baja la velocidad. Entonces, por las dudas, freno un poco más. Ahora el peatón ya no corre, camina. Y como no hay otros autos, se permite un poco de distracción: mira hacia atrás, levanta algo del piso. Poco a poco me voy deteniendo, y él también. Terminamos frente a frente, los dos inmóviles, él bajo la lluvia y yo bajo mi techo portátil, mirándonos para siempre.

Empieza a leer un libro por la página del medio. Luego lee una página hacia adelante y una hacia atrás, otra hacia adelante y otra hacia atrás. Así hasta llegar al principio, que si es un buen libro resulta tan sorprendente como el final.

Poco después de la primera serie hicimos una edición en frascos de plástico, para probar:

Pero casi siempre seguimos con el diseño original. La foto que sigue es de agosto de 2016. Por lo que podemos prever, seguirá habiendo nuevas ediciones durante mucho tiempo.


Quince años

Ayer fui a sacar esta foto, sobre la calle Olazábal, para poner al día la colección. Recordaba las fotos que saqué ahí mismo tiempo atrás, con mi primera cámara digital. Volví a casa con la nueva captura y busqué las viejas. Resulta que en el medio pasaron quince años.

El estacionamiento sigue en su lugar. La enredadera (o las enredaderas), claramente también. Yo me mudé dos veces, siempre dentro del barrio. Pero quince años. Quince. ¿Cómo seguir mirando el paso del tiempo cuando algo tan próximo como aquellas fotos, guardadas en la misma carpeta de la computadora (de sucesivas computadoras, eso sí), ya andan por los quince años?

En 2004 las subí al blog (que también tuvo varias mudanzas, pero se mantiene entero), incluyendo una que recién cumple catorce años y medio. Vuelvo a subirlas acá, esta vez más grandes. Muestran el ciclo de la enredadera en las distintas estaciones del año.

Julio de 2003, pleno invierno
Enero de 2004, verano
Junio de 2004, fin del otoño


La Redonda

Este es un rincón no tan visto de la Redonda, la iglesia céntrica de Belgrano. Está del lado de atrás, hacia Echeverría. La torre es una secundaria: la principal se ve en la foto siguiente, tomada desde la otra cuadra, por Ciudad de la Paz:


Ventanas al jardín

A un lado del museo Larreta, sobre Juramento, hay una pared larga que llega hasta la esquina de Cuba. En mitad de la pared se abren estas tres ventanas, de la vereda al jardín. Vienen bien para enterarse al paso de cómo van las cosas ahí adentro, mirar una planta favorita, imaginarse otra vida. (En estos días se hace un poco más difícil, porque están arreglando la vereda y no hay manera de acercarse a menos de tres metros de las ventanas.)

La enredadera

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Está en la calle Echeverría. Envuelve dos columnas, rodea el techo y cuelga para hacer un universo Tarzán. Suelen recortarla, pero estos días no pasó. En otoño es una tristeza de esqueleto marrón.

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Barreras frustradas

En el barrio hay dos barreras frustradas, a ambos lados de la estación Belgrano R. Una es esta, sobre la calle Juramento:

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Al otro lado de las vías, a la izquierda, está la plaza Castelli. En la foto que sigue, el mismo lugar en sentido opuesto:

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Como se ve, sería facilísimo abrir el cruce al tránsito. Pero así como está, el corte permite que Juramento, ruidosa y superpoblada de Crámer al barrio chino, se convierta de pronto en un lugar tranquilo, de barrio: una calle más en esa zona llena de casonas hermosas y caras.

También logra una situación curiosa: no hay ningún paso para autos en dirección a Villa Urquiza o Villa Ortúzar entre Monroe y Avenida de los Incas, unas diez cuadras. Mientras que hay dos pasos en dirección contraria: la barrera de Echeverría y el nuevo de Olazábal (donde las vías están elevadas y aprovecharon para hacer un puente; petiso, pero puente).

La otra barrera frustrada está sobre La Pampa:

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Ahí parece todavía más raro, porque La Pampa es una calle transitada a ambos lados de las vías. Los autos y colectivos que vienen hacia Belgrano tienen que doblar una cuadra antes y desviarse hasta Elcano. Gracias al corte, los autos que circulan del otro lado no son los mismos, sino los que llegan por Conesa: mundos separados.

En una época, cuando yo tenía auto y cruzaba las vías para llevar a mi hijo a la escuela, la situación me enojaba. Ahora, al contrario: pienso que cada obstáculo a la circulación de esas bestias de metal, petróleo y egoísmo es un triunfo.

Gomero

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Está en Sucre y Zapiola, al lado de la estación Belgrano R.

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En Google Street View se ve la copa entera, aunque salió medio oscuro (y siempre, pero siempre siempre, hay autos en el medio en esta ciudad):

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Monumento al espejo

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Este monumento a José Hernández está en la esquina de Vidal y, bueno, José Hernández. (Según cómo se mire, también podría resultar la esquina de Vidal y Elcano, que termina ahí, o empieza ahí, o algo.)

Al pie, en el suelo, pusieron esta placa:

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Da la impresión de que hasta la paloma se pregunta por qué pusieron el mapa al revés:

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Pero claro, las palomas no son inteligentes. Cómo se le iba a ocurrir que del otro lado está al derecho:

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De este lado hay otra placa, más chica, que no entró en la foto. La paloma, por su parte, se fue a contarle chismes a una amiga, allá a la izquierda.

Picnic de Palabras

El 9 de septiembre participé en Picnic de Palabras, el encuentro que cada mes hace Selva Bianchi en la plaza Martín Fierro de Buenos Aires.

8 Flyer Picnic de Palabras
“Flyer” (como se dice ahora) con el que Selva Bianchi promovió el encuentro en Facebook. La imagen es de Claudia Degliuomini, y forma parte de nuestro libro El hilo.

Durante cada Picnic de Palabras, la gente con chicos que tiene ganas se acerca y comparte lecturas y charla. Así es el panorama habitual (esta foto y las que siguen son de Ani Trebino):

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Selva me dijo que esta señora no se pierde ningún Picnic de Palabras:

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Tuve tiempo de conversar largo y tendido con Selva:

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Y con su marido, el músico Javier Cohen, con quien me hubiera quedado charlando hasta la noche sobre su trabajo con la obra de Aníbal Troilo:

8 16 Con Javier Cohen

Pero buena parte del tiempo lo pasé leyendo de mis libros. El público era mínimo y excelente. Me gusta leer en voz alta, y muchas veces el mejor público está formado por una sola persona.

Estoy agradecido a Selva Bianchi por la oportunidad; es algo que haría todas las semanas. Y a Ani Trebino por contarme con entusiasmo sobre los pollitos que acababan de nacer en su laboratorio de biología.

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