En 2012 el Espacio de Arte AMIA produjo la muestra Memoria Ilustrada 2012, acompañada con este libro. Para hacer todo eso, el Foro de Ilustradores nombró la comisión Memoria Ilustrada 2012, coordinada por Mónica Weiss e integrada por varios miembros del Foro. Los ocho cuentos que aparecen en el libro “fueron escritos, en orden de aparición (…), por Canela, Eduardo Abel Gimenez, Enrique Melantoni, Márgara Averbach, Verónica Sukaczer, Graciela Repún, Paula Bombara y Daniel Burman. E ilustrados por… ¡231 ilustradores!”.
El libro se puede ver entero en Issuu (a veces, esto que sigue es un recuadro donde aparece el libro insertado, y a veces es un link feo; no sé por qué funciona o deja de funcionar a su antojo):
https://e.issuu.com/anonymous-embed.html?u=espaciodearteamia&d=memoriailustrada2012
Mi texto se llama “Tal vez queden tres segundos”:
Tiene veintiocho ilustraciones, en varias páginas de las que acá se ven dos:
No escribí el texto especialmente. Lo tenía acá en el blog, donde lo públiqué en 2003. Lo reproduzco otra vez:
Tal vez queden tres segundos
Tal vez queden tres segundos, pero todavía no lo sé. Está nublado. El portero dijo que va a llover. Sin embargo, hace un rato vi un retazo de azul hacia el sur. Puede ser que venga algo de viento y barra las nubes y el calor. Camino junto a la pared, esquivando las baldosas flojas. Unos metros más adelante, dos policías aburridos charlan. La pared es gris, rugosa. Está cubierta de inscripciones, firmas, nombres, un ecosistema de aerosoles que lucha por un fragmento de superficie. Un poco por encima de mi cabeza está la primera hilera de ventanas, todas opacas, altas, vacías. La vereda es angosta. No hay árboles.
Dos segundos. Una chica en uniforme de colegio viene en dirección contraria. Camina rápido, imitando los movimientos de FTV. Los policías vuelven la mirada hacia ella, sin interrumpir la frase que están diciendo. Se oye el ruido del motor, fuerte, agresivo, pero todavía no nos damos cuenta. Llevo las manos en los bolsillos. La derecha rodea la cámara, la izquierda el celular. La campera está pesada, con tanta electrónica en su interior, y eso sin contar los documentos, las llaves, los papeles inútiles.
Un segundo. Ahora es cuando empezamos a sospechar. El motor se impone sobre todo lo demás, acompañado por un aullido de neumáticos. La chica de uniforme mira hacia su derecha, yo miro hacia mi izquierda, los policías se callan. La pared no hace nada. Sigue nublado, la lentitud de los cielos no llega a resultados con la rapidez de los humanos. Alguien grita, fuera de este reducido grupo de personajes en los que he venido pensando. Cada corazón late una vez más.
Cero segundos. El ruido no ha tenido tiempo de llegar cuando la luz nos atraviesa.