“Los niños, para ver, se escondían detrás de los sillones, donde padres y madres —a veces tomados de la mano, a veces almohadón mediante— estaban durante una hora firmes frente a la TV. Los hombres enloquecían de deseo cuando aparecía Ámbar en la pantalla; casi siempre cuando terminaba el programa tomaban a sus esposas y les hacían el amor recreando en sus mentes las escenas que había protagonizado la diosa. En un castillo abandonado, una laguna pútrida, un cuarto fantasmal, una catacumba, las esposas llegaban al éxtasis cerrando los ojos, pensando que sus maridos eran en realidad Osvaldo Villazán. La gente mayor miraba sola el programa, tapándose los ojos en los momentos de máximo horror, aplaudiendo infantilmente cuando Villazán lograba expulsar al demonio o conjurar al fantasma. Los abuelos y abuelas después representaban para sus nietos al monstruo de turno, arrancando risas y grititos agudos de las gargantas exaltadas de los niños. Los adolescentes, a escondidas o autorizados por sus padres, miraban las historias fingiendo desinterés, y al día siguiente durante las clases de matemática o francés dibujaban en los márgenes de las hojas de sus cuadernos los escenarios y monstruos que habían excitado su imaginación. A veces creaban nuevos”.
(Caminan entre nosotros. Textos: María Eugenia Alcatena, Florencia Miranda, Lucía Vázquez. Dibujos: Carlos Aon, Joaquín Bourdeu Barassi. Estrella Negra, Buenos Aires, 2019).