Dejamos las enciclopedias en papel, viejas, pesadas, por información online.
Dejamos el diario en papel, el único diario que solíamos comprar, por la multiplicidad de diarios en la web.
Nos comunicamos por escrito como nunca antes, con todo el mundo, día a día, usando medios electrónicos.
Todo para mejor, por más quejas que tengamos sobre una cosa u otra.
Pero la literatura ni hablar. Seguimos leyendo literatura en papel.
Hay una distancia cada vez mayor entre cómo trabajamos (algunos), cómo escribimos, cómo nos enteramos de cosas, y cómo leemos novelas o cuentos.
Mi biblioteca empieza a un metro de mi computadora, pero lo mismo podría estar en un universo paralelo.
Tengo otra biblioteca, claro: la de mi Kindle, la de los muchos libros que llevo leídos en ese aparato maravilloso desde hace seis o siete años. Pero por alguna razón la biblioteca del Kindle no parece tan seria, o tan auténtica, como la original.
Es distinto de lo que pasa con la música. Conservo con amor mis viejos vinilos, tengo instalado el equipo necesario para reproducirlos. Pero en general no me tienta usarlos. En la vida diaria, de forma natural, prefiero Spotify.
Por supuesto, hace quince años que no agarro un CD.
Ni loco veo un DVD, menos un VHS. El viejo televisor está apagado desde hace tanto que no sé si todavía funciona.
¿Por qué los libros en papel, entonces? La belleza del objeto y el hábito de usarlo son parte de la explicación, pero no alcanzan. Me parece que otra parte, la que marca la diferencia, es que el libro en papel no requiere aparato de reproducción. Funciona solo. Tampoco se queda sin pilas, ni deja de ser compatible con nada (salvo los cambios de ideas).
En un sentido, es una pena que las cosas sean así. El mundo digital nos deja elegir entre muchas más cosas, más barato. No desperdicia recursos. Es más igualitario. No pesa en la mochila ni es difícil de mudar.
Por ahora, esa ola está en retirada. Lo sugieren las estadísticas (bajan las ventas de libros electrónicos en el mundo), y lo confirman el ruido de la hoja al pasar, el gradiente de sombras en el papel curvado, las notas al margen de quien me prestó este ejemplar, mi acurrucamiento feliz mientras avanza el capítulo en este ángulo de la cama.
Todo lo que decís del libro en papel es cierto, pero falta un detalle: el precio.
Hoy con Spotify y Netflix ya ni siquiera hace falta piratear. Comprar DVD, pendrives y discos externos es más caro que pagar la cuota mensual.
Los músicos lanzan sus álbumes directamente en Spotify y Netflix tiene muchos estrenos también.
Incomprensiblemente para mí los libros electrónicos cuestan lo mismo (o más) que los libros en papel.
Mientras esto sea así, aunque siga comprando libros cada tanto, mí biblioteca pirata será mayor que la física
Tenés toda la razón, Marcelo.