La naranja mecánica (The Clockwork Orange). Anthony Burgess. Traducción de Aníbal Leal. Minotauro, Buenos Aires, 1972. (10 fotos.)
Autor: Eduardo Abel Gimenez
De la biblioteca de Bárbara Couto: El principito. Antoine de Saint-Exupéry. Traducción de Bonifacio del Carril. Emecé Editores. El ejemplar de bolsillo: 20º Impresión en offset (edición pocket), 10.000 ejemplares. Emecé Editores, Buenos Aires, agosto de 1989. El ejemplar de lujo: 1º Edición. Emecé Editores (Buenos Aires / México / Barcelona). Octubre de 2006. (22 fotos tomadas por Bárbara.)
Mi destartalada edición de bolsillo fue leída una y otra y otra vez durante años. Creo que la primera vez fue a eso de los doce y sinceramente he perdido la cuenta de cuántas veces lo leí después. Hubo una época en que podía recitarlo de memoria, entero.
Mi cariño era todo para el aviador, siempre sentí mucha empatía con su necesidad de caerles bien a las ‘personas mayores’, de dedicarse a una profesión seria y sobretodo, de llegado el momento, animarse a dejar todo atrás para conmoverse y tal vez llegar a poder ver corderos a través de las cajas o escuchar a las estrellas como millones de cascabeles.
Ya de grande me regalaron una edición de lujo, una belleza. Pero ahí nomás, en la dedicatoria a León Werth algo me hizo ruido: “Pido perdón por haber dedicado este libro a una persona grande”. A pesar de ser ambas ediciones traducidas por Bonifacio del Carril, hay una diferencia abrumadora entre ambas, el cambio de persona “mayor” a persona “grande”. Para mí ese uso de la expresión “personas mayores” tenía un dejo de ironía, como cuando uno es bien chico y ve a todos los adultos como viejos y este aviador ya grande, le seguía diciendo “personas mayores” a sus contemporáneos, un genio, como si él siguiera siendo un chico, así lo sentí siempre. En cambio, la expresión “personas grandes” aplanó todo, le quitó la gracia. Eso. Una sola palabra, y quedé pensando qué lo habrá llevado al traductor a cambiar una palabra que para mí siempre fue tan crucial.
De la biblioteca de Evelyn Spalding: Der Struwwelpeter. Heinrich Hoffmann. Rutten & Loening Verlag, Frankfurt, sin fecha. (9 fotos tomadas por Evelyn.)
Vi este libro por primera vez a los 8 o 9 años. Fue durante un recreo. A una compañera se lo habían traído de un viaje y ahora causaba revuelo en el patio del colegio. No era muy amiga mía, por lo que tuve que contentarme con mirarlo de lejos. Fue suficiente.
“Ya iba a darme por vencida, creyendo que quizás me lo había imaginado todo, cuando un amigo que vivía en Inglaterra me contó que había ido a ver una ópera basada en el Struwwelpeter al que, tratándose de una clásico de la literatura infantil, seguro yo conocía. No, no lo conocía, pero sí.
Gracias. Al fin pude reencontrarme con esas imágenes e historias que llevaban más de veinte años acosándome.
“Ahora tengo versiones en inglés, en alemán, de cartoné, con ilustraciones de un pintor, en audio, etc. Este es el más antiguo que tengo,y, aunque no entiendo el idioma, es el que más valoro. No dice año de edición, lo cual es una pena, pero se puede ver que es muy antiguo.
“Acá dejo un link a la traducción al inglés:
Project Gutenberg eBook of Struwwelpeter, Merry Stories and Funny Pictures, by Heinrich Hoffman“
De la biblioteca de Silvina Rocha: ¡Viva el agua y el jabón! Kornei Chukovski. Dibujos de E. Meshkov. Traducción de J. Vento. Adaptación de Georgina D. Cuervo Cerulia. Editorial Progreso, Moscú, 1974. (5 fotos tomadas por Silvina.)
“Mi libro preferido de la infancia. Me lo sabía de memoria, lo recitaba. La fecha de edición es 1974, yo tenía cinco años, lo cual refuerza mi idea que mis viejos me llevaron a la primera Feria del Libro de Buenos Aires (no estoy segura, pero si no, pasa raspando). En esa época realmente se conseguian en la Feria libros muy buenos, que no existían en otro lado, y baratos”.
Enciclopedia de las cosas que nunca existieron (Encyclopaedia of Things that Never Were). Michael Page y Robert Ingpen. Traducción de Juan Manuel Ibeas. Anaya, Madrid, 1988. (17 fotos.)
Cada año visito la NEA 2000 (NEA = Nueva Escuela Argentina), a dos cuadras de mi casa. Voy invitado por las maestras de cuarto grado y la bibliotecaria, porque los chicos leen mi novela Mis días con el dragón. Salgo lleno de alegría y con pilas para rato. Pero una vez, además, salí lleno de dragones: el de las fotos, otro de tamaño comparable, y otro chiquito para usar de sahumerio. Existen, doy fe, a pesar de lo que diga esta Enciclopedia.
De la biblioteca de Hernán Terrizzano: Diccionario de la rima. Juan Peñalver. Casa Editorial Garnier Hermanos, París, 1920. (7 fotos tomadas por Hernán.)
Dice Hernán:
Este Diccionario de la rima perteneció a mi abuelo Humberto Terrizzano, un médico rural que vivió muchos años en Ernestina, un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires en el recorrido del Ferrocarril Nacional Roca (como se puede observar en el sello de la portadilla). Mi abuelo escribía poesías. Algunas eran de amor, otras autobiográficas (hay una que se llama “Un médico rural” como el cuento de Kafka), otras políticas, y otras satíricas. Muchas de estas se publicaban, junto con algunos chistes y acertijos, en revistas de la comunidad médica. Cuando mi abuelo murió, en 1989, mi abuela me regaló este libro, sabiendo de mi afición por jugar con las palabras. En estos días lo descubrió mi hija de siete años y quedó fascinada cuando vio el año de publicación (1920) y cómo “algunas palabras siguen siendo las mismas”.