Autor: Eduardo Abel Gimenez

Al caer la noche, la luna menguante va dejando estrellas en el cielo

Recorridos

JavaScript en un post

Un ensayo de JavaScript. Como en WordPress no se puede ejecutar código dentro de un post, hay que verlo en mi blog Ximenez.

El día D: los comentarios

El año pasado Natalia Méndez inventó un nuevo proyecto de blog anual: “El día D”. La idea se entiende sola al ver cómo empezó:

  • 1 de enero: Día de lluvia con sol
  • 2 de enero: Día de las formas de comunicarse
  • 3 de enero: Día de las uñas de colores
Así hasta el 31 de diciembre. Como ya hizo con una idea anterior, “Una palabra por día” (que lleva varios años, cada año con una autora diferente), al terminar 2013 Natalia invitó a otra persona a seguir con “El día D”.
El bocadillo extra fue que me invitó a mí. Y me estoy divirtiendo mucho.
Empecé el primero de enero, y se me ocurrió acompañar la frase de cada día con una imagen. A veces la asociación es inmediata, a veces no tanto. Considerando que los blogs vienen en caída libre en cuanto a visitas, lo vengo publicando en Facebook, donde también pido que otras personas pasen por el blog para anotar sus propios “días de”.
El resultado: en los primeros veinte días, hay más de cien comentarios en el blog. Creativos, personales, originales… Estoy sorprendido, encantado y agradecido con esto. Así que acá abajo va un grupo de esos comentarios, a razón de uno de cada cinco, seleccionados con el criterio de representar la diversidad más que la calidad. (Después de todo, ¿qué cuernos es la calidad?) No pongo los autores por dos razones: no estoy seguro de que quieran ser identificados más allá del blog de origen; y los comentarios forman un mundo unitario en sí mismo, del que es autora una comunidad y las personas empiezan a difuminarse. Los nombres de los autores, entonces, se pueden encontrar en “El día D”, junto con los otros comentarios.
Acá van, arbitrariamente elegidos, por orden de aparición:
  • Día de cerrar para abrir
  • Día de tirar un dado
  • Día de que me lean historietas como cuando era niña
  • Día de tapar las manchas de la pared
  • Día de trasplantar cactus que han crecido a macetas más grandes
  • Día de buenas ideas
  • Día de lanzacuchillos a la chica que gira
  • Día de bloquear las redes sociales (lo cual parece que se opone a la charla, pero resulta que no)
  • Día de tengo ganas, pero me da fiaca
  • Día de aletear
  • Día de estrenar un koinobori naranja
  • Día de cantar una canción que no sepamos… hasta que la sepamos
  • Día de vacío y la huella
  • Día de duelo
  • Día de acomodar ideas
  • Día de ver algo especial en lo cotidiano
  • Día de volver a escuchar un disco que no te había gustado. (El mentado experimento tiene por hipótesis que el tiempo surte efecto en nuestras preferencias.)
  • Día de pegar colores en cada cuadrado del mosquitero
  • Día de escupir ideas masticadas (delicadamente por supuesto)
  • Día de respirar aliviado

El año del pin pon

Lo primero que me sorprendió al agarrar el libro fue el peso. Peso para tomo de enciclopedia. Como se ve en la foto, 583 gramos de un libro hermoso.

La siguiente sorpresa (aunque la verdad es que ya estaba preparado) fue con el peso del contenido. Diseño espléndido para que las imágenes brillen, para que nos convenzamos de una buena vez de que los chicos son genios del dibujo.

pin pon. Cuentos que van y vienen es el libro de 2013 del Taller Azul de Salta, que dirige Silvia Katz. Cada año Silvia hace un libro diferente. Esta vez la idea fue crear textos a partir de un ida y vuelta entre los chicos de su taller y varios autores adultos. Los adultos fuimos siete: Ruth Kaufman, Adela Basch, Sergio López Suárez, María Teresa Andruetto, Pablo Henriquez Micheletti, Daniel Sagarnaga y yo. Los chicos fueron muchos: 62, según el listado que aparece en las primeras páginas, repartidos en siete grupos, uno por escritor adulto.

Mecanismo: los chicos, el día del taller, escribían un pin. Por ejemplo, así empieza el texto en el que participe, titulado “El viaje de Crispín”:

pin: En el año mil seiscientos y chirolas nació en España un niño llamado Crispín, en una familia de clase alta. Cuando abrió los ojos por primera vez, uno era azul y el otro color café. Sus padres se asustaron porque pensaron que era una señal de mala suerte. Al poco tiempo se dieron cuenta que Crispín era mudo. Él escuchaba, entendía y estaba siempre muy atento a lo que decían, pero no podía hablar. Y en ese tiempo, no había cura para ese problema. Pronto aprendió a comunicarse a través de dibujos. Siempre estaba dibujando, y empapelaba su cuarto con creaciones tan raras y fuera de lo común que tenía que esconderlas cuando venían sus padres. Ellos le habían prohibido dibujar porque no entendían las cosas que hacía, creían que su imaginación estaba muy adelantada. Y para ellos, todo lo nuevo era malo. Crsipín se cansó de eso y un día se fue de su casa.

Entonces yo respondía con mi pon:

pon: Detrás quedaron los dibujos, en un espacio secreto que aparecía al retirar una piedra del muro. A Crispín le hubiera gustado llevárselos, pero sabía que solo podía cargar con lo más necesario: pan para pocos días, unas monedas que había ido sacando del tesoro familair, y más que nada la Piedra. Había encontrado la Piedra de pequeño, en lo más espeso de la vegetación que había junto al río, y desde entonces la llevaba siempre consigo. Por alguna razón, ya al principio supo que no debía mostrarla, y solo la sacaba de noche, en la oscuridad de su cuarto, oculto bajo las mantas. La Piedra, al apretarla un poco, brillaba. Y en el brillo aparecían cosas. Al día siguiente, Crispín trataba de dibujar lo que había visto, para no olvidarlo, pero era imposible dibujar todo, tan imposible como entenderlo. Sí, algunas cosas Crispín creía entender, pero no podía estar seguro. Lo único seguro era que nada de eso existía fuera de la Piedra, que la Piedra le mostraba elementos de otro mundo, otro tiempo. Otra realidad. Una madrugada, entonces, con la Piedra envuelta en un paño dorado, y todo escondido en un amplio bolsillo del pantalón, Crispín se alejó por el camino que llevaba a las montañas.

Y así durante muchas semanas. “El viaje de Crispín” tiene siete pin y siete pon. Los demás, cantidades semejantes.

Terminados los textos, se pusieron a dibujar. Terminados los dibujos, Silvia diseñó el libro. Y ahí se van notando las diferentes edades: empiezan con 5, 6 o 7 años quienes escribieron con Ruth Kaufman, los más chicos; terminan con 12 o 13 quienes escribieron conmigo, los más grandes; Para cada grupo, para cada texto, el libro muestra una atmósfera diferente, lograda a través de los dibujos mismos y de su empleo en la página, pero también a través de la elección de los fondos y la diagramación misma.

En el blog del Taller Azul se puede ver un montón de fotos de los chicos, de la presentación del libro, de cómo trabajaron… Vale la pena seguir el recorrido allá.

Fue un punto alto de 2013 colaborar en este libro. Le estoy muy agradecido a Silvia Katz. Esperemos que el 2014 venga acompañado por cosas así de lindas.

Alea Jacta est

  [youtube https://www.youtube.com/watch?v=qKxU9Ch2aws]

Marzo de 1991. Hicimos este corto policial de forma casera, en una noche, para divertirnos, en la casa de Alicia y Jorge (Colonia del Sacramento, Uruguay). Jorge (más conocido como Mario Levrero) es el asesino. Juan Ignacio Fernández Hoppe (por entonces un chico de 10 años), la víctima. Elvio Gandolfo, el detective. Mi tarea fue llevar la cámara y, luego, hacer la edición.

En esta versión, tras el corto agregué una toma de cuatro minutos en la que se ve a Jorge escribiendo los créditos que usaríamos. Debe ser el único video que existe de Mario Levrero frente a su máquina de escribir.

Hasta ayer, por veintidós años, este video fue un secreto. Lo vimos quienes participamos en él, y unos pocos amigos cercanos. El lunes pasado (28 de octubre) se “estrenó”, en unas Jornadas sobre Mario Levrero organizadas por la Universidad de Tres de Febrero. En ese momento avisé que el paso siguiente eran YouTube y Facebook, y al otro día lo publiqué. No dije nada del blog, claro, pero acá también tenía que estar.

En tren de Montreal a Nueva York (video, 1992)

En invierno, la vida de Montreal está hecha de nieve. Algo se siente en este video, aunque el frío quedó allá.

A principios de febrero de 1992 viajé en tren de Montreal a Nueva York, con la cámara Sony 8mm que tenía desde el año anterior. Desde la partida, a la mañana, hasta que se hizo de noche en el camino, grabé dos horas. Hay zonas urbanas, pero más campos nevados y bosques. Sobre todo bosques hermosos y oscuros, que según el momento pasan de a poco o con velocidad interestelar.

Acá va una edición de esas dos horas, reducidas a treinta y tres minutos. No es fácil verlo todo, me imagino, a menos que uno se deje hipnotizar por el movimiento. Me doy cuenta: video analógico, cámara en mano, no son indicadores de calidad. Así que apuesto por lo extraterrestre (no siempre, hay momentos humanos).

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=k3HLN-jZgMY]

Mientras subía el video a YouTube me di cuenta de que ya no estamos en 1992. Quiero decir: en aquella época era difícil conseguir información; los datos estaban fijos en un lugar y uno tenía que moverse para ir a buscarlos. Y además se escondían.

Ahora puedo buscar en Google y dejar que el resultado me abrume. Resumiendo, en media hora me enteré de lo que no supe sobre ese tren durante todos estos años.

Y más videos en YouTube:
Este parte de Montreal, como el mío. Grabado en otoño de 2012, se notan enseguida las dos diferencias: de estación y de época. (También se nota que la cámara está apoyada en un trípode, y el trípode en el piso del tren: cuando el tren va rápido la imagen vibra mucho; en mi video la imagen se mueve un montón, pero de otra manera.)
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=Vr3Bpz3wR2o]

Y este parte de Nueva York, así que muestra lo que yo no vi porque era de noche. Pero es invierno.

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=NxWCQvywEvw]

Hay más en YouTube. Y ni que hablar de lo que aparece buscando en Google Images. En comparación, siento que hace veinte años, sin Internet ni celulares, la vida estaba hecha de siglo diecinueve.