Al caer la noche…
¡Pero la noche no cae!
La noche se levanta,
trepa paso a paso,
estrella por estrella,
y nos cubre
con un luto feliz.

La imagen es de 2008. Apareció acá en el blog.
Al caer la noche…
¡Pero la noche no cae!
La noche se levanta,
trepa paso a paso,
estrella por estrella,
y nos cubre
con un luto feliz.

La imagen es de 2008. Apareció acá en el blog.
Tener que hacer cola no está bien visto en estos tiempos. Es mucho mejor sacar número, acomodarse en algún sitio preferiblemente mullido y esperar que el indicador electrónico imite campanitas hasta que sea nuestro turno. Así, acabo de verlo, presentan las cosas el correo, el BankBoston, hasta la farmacia. Y es verdad.
La cuestión es que lleva tiempo acostumbrarse. Por eso cada cliente mira cada cinco segundos su número, como si pudiera cambiar sin aviso. Por eso la cola se forma igual, un poco desprolija, eso sí, sin apuntar claramente en ninguna dirección, pero cola al fin. Por eso la cajera tiene que gritar cada nuevo número y esperar con expresión de reproche que alguien se dé por aludido, mientras los felices numerados ya no saben qué hora es, quiénes son o para qué están ahí.

Manual del alumno bonaerense. Tercer grado. Primera edición, segunda tirada. Editorial Kapelusz, Buenos Aires, noviembre de 1962. (Click para agrandar.)
Este fue mi manual de tercer grado. Lo usé tanto que ahora, al hojearlo después de varias décadas, todavía me acuerdo de muchas de las imágenes. A vuelo de pájaro, sorprende la dignidad general del libro. Están las grandes dosis de patriotismo exagerado y simplificado, la omisión cuidadosa de genitales en la parte sobre anatomía, el envejecimiento irremediable de muchos temas. Pero otras cosas, muchas, siguen estando bien, o al menos no despiertan nada peor que comprensión por lo que se pensaba en la época.
Es raro el ordenamiento de temas, que seguramente tendrá que ver con el programa de estudios. Se puede ver en la primera página del índice, donde alternan “El Virreinato” con “El trabajo” y “Manuel Belgrano” con “El suelo”.
Por supuesto, hay cosas graciosas. A veces con intención, a veces porque hoy no las haríamos así. La de arriba cumple ambas condiciones (click para agrandar).
En general, un reencuentro más placentero de lo que hubiera creído.
El capitán se hunde con su barco. El capitán de la industria, con su banco.

Eran las doce de la noche, yo trataba de dormir, y él se quedó con la moto andando ahí en la vereda: rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr. Digo él porque es tan de macho eso de dejar la moto andando en la vereda, a medianoche. Hay que tenerla tan larga, para hacer eso. Ya hay que tenerla bastante larga para andar en moto, más para acelerar en las calles angostas de Belgrano, y muy larga, de las más largas, para hacer ese ruido en la vereda a tales horas: rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr. Mucho tiempo, ronroneo irritante, rabia redoblada, rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrrrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr. Y de vez en cuando un toquecito de acelerador, rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr. Y dos más, rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr.
Vamos, pensé, que baje pronto la novia. Que se le acabe el combustible. Que le caiga una maceta en la cabeza, con o sin casco. Era fuerte el ruido: pasaba un colectivo y casi no se notaba. Había un bocinazo y no se movía un pelo. Qué audacia, qué golpe de genio, qué símbolo de los tiempos, qué gran paso para la humanidad esa moto ahí burlándose de sí misma con su rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrrrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrrrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrrrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr.
Hasta que de pronto apareció una voz, seguramente masculina pero aguda, potente, muy enojada, a la distancia justa como para que yo pudiera entender las palabras:
—¡APAGÁ ESA MOTO DE MIERDA, BOLUDO!
Y un segundo después, rrr rrr rr r… La moto se apagó. Sorpresa. Silencio. Y no se volvió a encender. Y nadie más gritó. Y ahí me quedé, tipo doce y diez, con los ojos definitivamente abiertos, definitivamente de madrugada, definitivamente alterado.

Es como una moneda entre las rocas de la orilla
donde a veces llega la espuma de las olas
de un mar lento
donde hace años está naufragando un barco
ante mis propios ojos.


Me llegan muchos mails por error a la vieja dirección egimenez@gmail. Ya no la uso, pero está configurada para redirigir los mensajes a la dirección nueva. Cuando no me estrujan la paciencia, etiqueto esos mails como “Número equivocado”; después de todo, se parecen a lo que pasa con el teléfono. Muchos son comerciales, pero otros tienen un toque personal conmovedor. Esta semana reproduzco algunos de los 1446 que tengo ahora mismo en la colección.

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