Categoría: Diario

Autos

[20/2/2003]

Es bajo, gordo, calvo, de maneras un tanto bruscas. Se acerca a los sesenta. Discute en las reuniones de consorcio. Guarda en la cochera del edificio un Alfa Romeo que, por la patente, será modelo ’99. El otro día llegó con el sistema de audio a todo volumen, reventando cristales, exhibiendo a los oídos del mundo entero el hit más reciente de algún baladista pop. Hoy vi que en la parte de atrás del auto, sobre la patente, puso un letrero muy prolijo en letras claras sobre la pintura oscura del metal: www.metetelacamara@enelorto.gov.ar.

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Vi una patente maravillosa: BBS 666. El dueño del auto, consciente de al menos una parte del significado, puso esta leyenda en el vidrio de atrás: “The number of the beast.”

Acento

[19/2/2003]

El otro día le hablé a mi mujer del Movable Type. Por culpa del acento que tengo cuando pronuncio en inglés, primero entendió que el programa se llamaba Moo-bubble Type. Y luego, Moo-babble Type.

Otoño

[19/2/2003]

Con esta especie de otoño que febrero nos trajo es fácil olvidar que todavía tendremos semanas y semanas de calor insoportable antes de la llegada de un otoño de verdad.

Tapar con música

[19/2/2003]

Cuando me viene a la cabeza un recuerdo vergonzante lo tapo con música. De pronto me acuerdo de algo que hice o dije o pensé, generalmente muchos años atrás, de lo que me avergüenzo tanto que me resulta insoportable. Entonces aparece el DJ que tengo escondido y pone en mi interior música bien fuerte, bajo y batería, o mejor dicho percusión electrónica: algo intenso, monótono, a un volumen imaginario que impide por completo seguir pensando. La molestia se hace tan grande que a los pocos segundos me olvido de todo y ya estoy pensando en otra cosa.

Piso blanco

[16/2/2003]

Es un error tener piso blanco en la casa: se ven todas las partes que se nos van cayendo.

Aliento

[15/2/2003]

Ando corto de aliento. Me esfuerzo todo lo posible, busco energías donde casi no las hay, me concentro, trato de pensar en una cosa por vez, fijo la mirada en un punto vacío para que nada me distraiga, y no hay caso, no consigo escribir más de diez líneas.

Libros

[15/2/2003]

Hilera tras hilera de lomos de libros, con distintos colores, intensidades de uso, alturas, anchos, pesos. Años de lectura, décadas de vida. Están ahí, algunos frente a mí, otros tras una puerta del placard, otros más dando un espectáculo parecido en la casa de mis padres. El paisaje en conjunto significa tan poco. Hay que acercarse, olvidar el bosque y mirar árbol por árbol (o, en este caso, resto de árbol) para encontrar viejas complicidades, diversiones, aburrimientos, hallazgos, fracasos, desconciertos, iluminaciones, fastidios. Y también, lomo por medio al menos, la pregunta fatal: ¿en qué rincón de la memoria tendré algún rastro de haber leído eso?

Bocinas

[11/2/2003]

Cae un aguacero de los que hay pocos, aquí en este rincón inundable de Belgrano, y a los cinco minutos empiezan a sonar las bocinas. Es una suerte que los automovilistas colaboren de ese modo, porque así el agua se escurre más rápido.

[11/2/2013]

Sigue siendo igual. Llueve, embotellamiento, bocinas. Más bocinas que antes, gracias al desarrollo y el progreso general que vive la humanidad. Lo que me sorprende es que en este tiempo la tecnología no haya creado bocinas mejores, que apuren todavía más el escurrimiento del agua.

Cosas

[9/2/2003]

Mi error es mirar las cosas pensando cuáles podría tirar. Entonces no tiro nada, nunca. Tendría que mirarlo todo pensando qué cosas podría conservar, si me fuera dado tal privilegio. Así conseguiría desprenderme de tanto lastre.

Malabaristas

[9/2/2003]

Ayer a la tarde había dos malabaristas en un semáforo de Figueroa Alcorta. Salían corriendo al centro de la avenida en el momento justo en que los autos se detenían sin ganas, o tal vez un poco antes, y empezaban a revolear tres pelotas cada uno. Se reían mucho, se hacían bromas entre ellos, se tiraban una pelota de vez en cuando. A último momento se acercaban a los autos a pedir monedas, pero esa era la parte menos divertida, la que hacían por obligación. Luego, cuando los autos detenidos se ponían en marcha otra vez y los otros autos, los que venían del semáforo anterior, se acercaban a setenta por hora con un odio inhumano, corrían hacia la vereda en un final hollywoodense. Pero todavía les quedaba tiempo para dirigirse un grito, una risa, otro pelotazo.

Ninguno de los dos tendría más de ocho años.