Categoría: Diario

Día

[17/6/2003]

Está nublado. Bajó la temperatura. Empezó la semana, después del feriado prostético de ayer. Gabriel no se quería levantar, no quería tomar la leche, no quería cambiarse. Estaba de mal humor. Sin saludarme, dijo que no iba a ir a la escuela. “¿Por qué?” “Porque es tu cumpleaños.” Fue igual.

No sé si se nota…

[16/6/2003]

No sé si se nota, pero hace unos días mi mujer me regaló una cámara de fotos digital. Soy feliz. Feliz. Feliz. Feliz.

Quince tomacorrientes

[3/6/2003]

Tengo quince tomacorrientes en la pared, ni uno más ni uno menos, pero no alcanzan para:

  • La computadora.
  • El monitor.
  • El scanner.
  • El (¿la?) hub de la red local.
  • El cómo-se-llame de Velocom, por donde pasa mi conexión a Internet.
  • El teléfono.
  • La impresora Apple.
  • La impresora Epson.
  • El adaptador de la cámara de video.
  • El adaptador del celular.
  • El sintetizador Kawai.
  • El secuenciador Kawai.
  • El sintetizador Roland.
  • El amplificador.
  • La casetera.
  • El portastudio.
  • El acondicionador de aire.
  • El teléfono.

La pregunta, ahora, es cuáles de esas cosas tengo desenchufadas. Y la verdad es que no lo sé.

Sobre el escritorio

[2/6/2003]

Cualquiera tendría grandes dificultades para descubrir a qué me dedico a partir de lo que hay sobre mi escritorio:

  • Un tarjetero con forma de arroba, sin tarjetas.
  • Un ejemplar de Travelogue, de Joni Mitchell.
  • Un dinosaurio rosa de peluche, al que llamamos Rodin (Rosado Dinosaurio), sentado sobre el monitor.
  • Un Snoopy muñeco que escribe a máquina, también sentado sobre el monitor.
  • Bajo el vidrio, una foto de Gabriel bebé, acostado en una sillita para auto que a su vez está apoyada en este mismo escritorio.
  • También bajo el vidrio, una foto donde estamos mi mujer y yo, durante la fiesta de fin de año de 1993, en Solís (Uruguay), tomada por Jorge Varlotta o por Alicia Hoppe (no me acuerdo).
  • También bajo el vidrio, siete boletos capicúas de los que salen de las máquinas en los colectivos (para considerar que son capicúas tenemos que ignorar los ceros de la izquierda).
  • Un folleto de Ediciones Abran Cancha.
  • Un mouse-pad en el que Mickey Mouse se ríe por las cosquillas.
  • Una traducción al hebreo de un libro de Graciela Montes.
  • Un broche desprendido de una campera de jean.
  • Una quena que estoy tratando de hacer sonar (un minuto por día).
  • El más pequeño de los tres charizards que tiene Gabriel.
  • Una linterna roja con una franja negra.
  • Una riñonera donde tengo los documentos, las llaves, el celular apagado y otras cosas, como por ejemplo un paquete de Beldent de frutilla.
  • Tres broches para la ropa.
  • Un marcador grueso, marca Edding, ideal para escribir sobre CDs.
  • Otro marcador grueso, marca Faber-Castell, también ideal para escribir sobre CDs, que me regaló Marcial.
  • Una pinturita verde, heredada de la cartuchera de Gabriel.
  • Un termómetro que no funciona.
  • Un papel celeste donde anoté la dirección y el teléfono de “Un Gallo para Esculapio”.
  • Un paquete de pañuelos de papel, en el que queda uno.
  • Un ejemplar del Diccionario de Uso del Español de María Moliner, Edición en CD-ROM.
  • Dos CDs grabables marca Emation.
  • El control remoto del acondicionador de aire.
  • Un papel blanco con los datos de un electricista.
  • Un ejemplar de El Hábito, de Liliana Felipe (prestado).
  • Una hoja de papel A4 con sumas de Gabriel.
  • La póliza del seguro del departamento correspondiente al segundo cuatrimestre del año.
  • Un CD grabable marca Mitsui.
  • Un CD grabable sin marca.
  • Una moneda de cinco centavos.
  • Dos tornillos grandes.
  • El CD de Nero que vino con la grabadora de CDs.
  • Un papel verde con información de contacto de la revista Veintitrés.
  • La carpeta color salmón donde están los originales de Correo de Imaginaria, la sección que escribí hace veinticinco años en Expreso Imaginario.
  • Una factura aún impaga de ElServer S.R.L.
  • Una foto del cumpleaños de Gabriel de diciembre pasado.
  • Un folleto de Temaikén.
  • Una carta de Network Solutions.
  • Un ejemplar de La vida y otros síntomas, de Rudy y Luis María Pescetti.
  • Un ejemplar del cuaderno Ramos Mejía. Apuntes sobre la plaza principal de la ciudad, de mi viejo.
  • Una bolsa de nylon azul que dice “Tesira”
  • Una carta del banco en la que me tratan de “Estimado Cliente”.
  • Un enorme sobre rojo de Ediciones SM.
  • Un papel amarillo con los datos de un sitio donde enseñan alemán.
  • La tarjeta de un abogado.
  • Una moneda de diez centavos.
  • Un lápiz Staedtler amarillo y negro, muy mordido.
  • Una birome PaperMate Pop, negra.
  • Dos clips, uno plateado y el otro dorado.
  • Una bellota que me regaló Gabriel.
  • Un diskette con Sidekick for Windows, Limited 30-Day Trial Edition, reciclado hace años.
  • Una tarjeta de fin de año de mi contadora.
  • Una pila de papeles en la que no tengo ganas de escarbar.
  • Tres dibujos de Gabriel, muy pequeños, que tal vez pase por el escáner en los próximos días.
  • Un viejo aro con forma de perla que Gabriel le quitó a mi madre hace tiempo.

Yo también suelo tener dificultades para saber a qué me dedico.

“El lago que se mueve”

[31/5/2013]

Según el Periódico del Sur (vía La Nación), “el lago Fagnano, ubicado en el centro de la isla de Tierra del Fuego, se ha convertido en la estrella de los científicos que estudian los movimientos de las capas de la tierra a partir del momento que se descubrió que ese espejo de agua se mueve en sentido lateral. El extraño fenómeno, un movimiento de 5 mm por año hacia el oeste, esta siendo estudiado por expertos de todo el mundo fascinados por el desplazamiento del Fagnano”.

Habrá sido por eso que tuve tantos problemas de equilibrio y hasta un poco de vértigo, como se ve en esta foto que tomó mi mujer, sobre el mismísimo lago Fagnano, en febrero de 1995.

[31/5/2013]

Acá está el artículo de La Nación. El del Periódico del Sur no aparece.

Lobo se ofrece

[29/5/2003]

Otra vez el lobo se ofrece a cuidar gallinas. Del spam de hoy:

ADV: RE: Get rid of junk email for good… Seriously.

We offer an anti-spam junk email program called AllSpamGone [dirección eliminada]. We’re sorry to spam you to tell you about it but how else would you know? Our goal is to help you avoid junk email. We would really appreciate it if you would try our new beta version and tell us if you find any bugs.

Contraste

[27/5/2003]

“En una histórica visita a la Argentina, el presidente cubano Fidel Castro (…) habló ante miles de personas.” Pagina12/WEB)

“La ciudad, virtualmente tomada por un interminable acto callejero.” (La Nación Line)

[27/5/2013]

Nuevos links. Si los diarios cambiaron hasta los nombres de sus sitios, ¿cómo no iban a cambiar los links?

Compré una quena

[17/5/2003]

Compré una quena en una feria artesanal. Suena muy bien en manos del que la hizo, densa, afinada. Cuando llegué a casa soplé un poquito: empezó a emitir algún silbido lleno de viento intruso. Es algo. Nunca tuve una quena, nunca hice sonar una quena. Quiero remediar ese hueco en mi vida compuesta por flautas dulces.

Domingos

[11/5/2003]

¿A cuántos domingos hay que sobrevivir?

Sueño

[8/5/2003]

Soñé que entraba a trabajar en el Buenos Aires Herald. Era una oficina chica, tal vez de seis metros por cuatro, con tres escritorios. Paredes grises, sin ventanas, luz de tubo fluorescente. Había un escritorio de madera contra la pared del fondo, donde trabajaba el amigo que me había llevado, alguien a quien no conozco fuera del sueño.

Mi escritorio estaba en medio de la habitación, no se apoyaba en ninguna pared. Era de esos metálicos, angostos, con tapa de formica, polvoriento. Yo estaba entusiasmado. Me senté frente a la máquina de escribir (computadoras no había), puse una hoja en blanco y tecleé prolijamente un encabezado: “Buenos Aires Herald.” Las letras salían como en el título del diario.

Tenía que esperar a que me dieran trabajo, artículos para escribir, algo. Era muy lindo estar ahí, pero me daba un poco de nervios. Tal vez por eso, por los nervios, sentí ganas de ir al baño. Le pregunté a mi amigo dónde estaba, y me señaló una puertita a mis espaldas.

El baño era un asco. Las paredes marrones tenían ese aspecto típico de ciertos baños de bar, que da la impresión de que están cubiertas de mocos. Había una piletita roñosa, un espejo en el que era mejor no verse, una lamparita de veinticinco que colgaba sobre el espejo y un inodoro. El inodoro era más bien chico, redondo, y tenía una tapa de madera clara. Por encima, en la pared, había un enorme agujero cubierto a medias con una tabla malamente claveteada. La tabla estaba llena de inscripciones, casi todas en letras rojas. Podía leer lo que decían, pero no entenderlo: paradójicamente se me ocurrió que debían estar en inglés, idioma del que yo no tenía la menor idea.

Las dos tapas del inodoro estaban bajas, así que me incliné a agarrarlas por los lados con ambas manos, usando las puntas de los dedos. Mojadas y sueltas: las dos desgracias a la vez. Me quedé inmóvil en esa posición, la espalda encorvada hacia adelante, los brazos bien extendidos, con las tapas en las manos húmedas, pensando qué hacer a continuación.

Entonces me desperté. Abrí los ojos a la cama vacía, porque mi mujer había ido al baño verdadero, al nuestro, a esa prolija combinación de cosas blancas. Eran las cinco, hora puntual del insomnio. Tuve una sensación de pérdida como si en el sueño hubiera vuelto a los veinte años.