Categoría: En corto

Al verlo junto a la amante

Al verlo junto a la amante, su esposa le dio una bofetada y se fue.

-¿Por qué no me dijiste que estabas casado? -reclamó la amante, y le escupió a los ojos antes de irse en dirección contraria.

El hombre caminó unos metros hasta la calle. Iba a cruzar cuando un auto se detuvo frente a él y se lo impidió.

-Me estafaste -dijo su mejor amigo, que estaba al volante, furioso-. Y aunque no lo creas, te voy a denunciar.

El ex amigo aceleró otra vez, y el hombre cruzó la calle. Al otro lado lo esperaban dos policías.

-Perdiste -dijo uno de ellos, mientras le ponía las esposas. El otro, por las dudas, le dio un puñetazo en el estómago.

Lo llevaron al patrullero. Estaba por entrar cuando cayó una maceta de lo alto y le dio en la cabeza. Es difícil que haya oído, mientras entraba en coma, una voz que gritaba desde el segundo piso:

-Así te esperaba agarrar después de lo que le hiciste a mi padre.

Jamás despertó, así que no llegó a enterarse de cuál fue el médico que lo reconoció y simuló un desperfecto eléctrico en el equipo del hospital.

Siempre escalando el Beconcagua

Siempre escalando el Beconcagua, el Ceconcagua, el Eneconcagua, por temor, por impotencia, porque la cosa real es demasiado.

Hay que andar al ritmo de la música

Hay que andar al ritmo de la música que suena en la cabeza. Hay que oírse por adentro: la propia voz, el bajo vientre, una batería de órganos en las sinapsis del cerebro, abriéndose camino hasta dar una frecuencia a los pasos, al pensamiento, a la ansiedad, la angustia y la alegría. Hay que dejar que un arpegio recorra el abdomen, que un glissando incline la cabeza, que un trino agite los dedos de los pies. Más: hay que ser música. Todo el resto es distracción.

La sombra de la montaña

La sombra de la montaña
tiene rocas,
precipicios,
nieve,
frío,
y se mueve por la tierra
como la montaña
se mueve por el cielo.

Le costaba mucho mantener el equilibrio

Le costaba mucho mantener el equilibrio, así que fue al médico a que le agrandara los pies.

Recorrió la habitación con el aerosol

Recorrió la habitación con el aerosol, rociando los rincones, los zócalos, encima de la cama, abajo de la cama, las dos mesitas de luz, las puertas del placard, el interior del placard, las molduras del cielo raso. Cuando terminó, trajo un tupper grande y unas pinzas de depilar, y empezó la búsqueda. Paralizados y corporizados por el líquido del aerosol, los pequeños fantasmas eran fáciles de atrapar. Abría por ejemplo un cajón del placard, metía las pinzas y sacaba uno o dos fantasmitas temblorosos y chorreantes, que iban a parar al tupper. Así y todo, le llevó no menos de una hora llenar el tupper de fantasmas. Ahí dio la cosecha por terminada.

Entonces fue a la cocina, cubrió el tupper con una película plástica y lo metió en el microondas. Bip, bip, bip: cinco minutos. Mientras pasaba el tiempo colgó la ropa lavada, puso agua para un café, fue al baño. Cuando los cinco minutos se cumplieron sacó el tupper y le quitó la película protectora. Ahora los fantasmitas parecían hechos de porcelana, con dos diminutos ojos negros pintados y el resto cubierto de barniz blanco.

Durante el fin de semana los vendería a dos pesos cada uno en la feria artesanal.

Así

[31/7/2003]

Y así, sin grandilocuencia, sin nada tan bueno o tan malo, como una muerte entre sueños, se acaba el mes.

¿Te comerías una cucaracha por un millón de dólares?

[8/7/2003]

¿Te comerías una cucaracha por un millón de dólares?

Desde chico estoy fascinado por esa pregunta. Vuelve y vuelve, periódicamente, como si de veras tuviera que tomar la decisión. Y cada vez me resulta más difícil responder, como si las barreras culturales que condicionan mi mente se hicieran más fuertes con el tiempo. (Aunque también es cierto que un millón de dólares, hoy, no es lo mismo que cuando yo era chico.)

Sueño

[8/7/2003]

Me pregunto si mi peor enemigo también soñará que tomamos el té juntos mientras charlamos de literatura.

Cocodrilos

[7/7/2003]

Y ahora llegan cuatro cocodrilos gigantes que atacan a dentelladas las columnas del templo. Tras el altar, la gran escultura del dios de la lechuga tiembla y se libera del polvo acumulado durante siglos. El ojo del dios se enciende y lanza un rayo verde lechuga que se mezcla con el verde cocodrilo y convierte a las cuatro bestias en esmeraldas vivientes. Un mercader que pasa por ahí ordena a sus esclavos que roben las esmeraldas y las lleven al buque. Más tarde, en alta mar, fuera del alcance del dios de la lechuga, los cocodrilos volverán a atacar.

Mientras tanto, mejor me voy a dormir.