Categoría: Te veo el martes

Hay un camino de hormigas en el patio

Hay un camino de hormigas en el patio. Va desde un agujero de la pared, a la entrada del pasillo, hasta las plantas de atrás. Son unos diez metros. El camino es grueso y transitado. Nervioso, podría decir.

Estoy sentado a la sombra del tilo, y podría ignorar por completo esa actividad si no fuera que las hormigas se la pasan tocando bocina. Son unos pitidos muy agudos y muy tenues. Cada uno sería indistinguible de los ruidos suaves que me envuelven en esta mañana de sábado. Pero la suma es un chirrido estridente, de grillos enloquecidos, que perfora los tímpanos.

Hace unos minutos vinieron los vecinos a quejarse. Tengo que hacer algo, aunque no me guste, y por eso aprieto el teléfono celular en la mano, mientras me aclaro la garganta en busca del tono de voz adecuado para hablar con el Ministerio.

Cuando al fin se decide

Cuando al fin se decide y corre la cortina con un gesto brusco, lo que encuentra detrás es otra cortina.

Camina con el agua hasta la cintura

Camina con el agua hasta la cintura, contra la corriente. Mira un punto en el horizonte, donde el último barco se toma un tiempo infinito hasta desaparecer. Suena música de David Byrne.

Detrás está el oeste, y en el oeste una ciudad que crece sin pobladores. Los edificios se hinchan, las calles se ensanchan, la basura se expande.

Por algún motivo, tres palabras del libro que estaba leyendo le vuelven a la cabeza: evolución, devolución, revolución. Durante la lectura le parecía una combinación inteligente.

La vida es una serie de chistes de un cuadro, sin conexión entre sí.

Lo cubren con láminas de acero

Lo cubren con láminas de acero, le adosan extremidades mecánicas, le implantan luces, diales, pantallas, le agregan un motor, le pintan Made in algún lado, lo obligan a cumplir normas industriales, todo para que los demás crean que es una máquina.

Dos vueltas y media a los sesenta canales

Dos vueltas y media a los sesenta canales parece ser el límite de mi resistencia al zapping, cuando el dolor de cabeza se convierte en motivo de depresión, el pulgar de la mano derecha se adormece, la protagonista de un drama llega a tener los mismos ojos que una relatora de noticias, la luz del techo molesta, el reflejo de la tele en un cuadro que cuelga de la pared pasa a ser motivo de interés, me dan ganas de bajar el volumen a cero, recuerdo otros rounds con el zapping y todos se me suman en el hígado, paso un canal más y me digo éste es el último, el último de verdad, el último de los últimos, y entonces me muero.

Nuestro amigo ha dicho

Nuestro amigo ha dicho que vive en el 42 de esta calle, pero a ambos lados los números son impares.

Caminamos del 1 al 73, de un extremo al otro, y nada. Volvemos atrás. Cuando pasamos junto al 17 oímos ruido de vidrios rotos.

Recién entonces se nos ocurre mirar hacia arriba.

Es un buen terreno

Es un buen terreno, pero hay demasiadas piedras. Empezamos a limpiarlo.

En el lado inferior de la primera piedra que levantamos encontramos unas inscripciones en bajorrelieve. Son los números del 0 al 9, distribuidos en un círculo a la manera de horas del reloj. El dibujo detallado de una flecha atraviesa el círculo, partiendo del seis y apuntando al uno.

También hay un pequeño ciempiés, pero escapa antes de que podamos atraparlo.

Creo que llegamos

Creo que llegamos.
Sí.
Qué hacemos ahora.
Esperamos.
Te cuento un chiste.
Dale.
En qué se parecen un zorro y un bigote.
No sé.
Qué le dijo la uña del pie al colibrí.
No sé.
Cuál es el colmo del tirabuzón.
No sé.
Cómo hace la luna para saber.
Para saber qué.
Para saber a secas.
No sé.
Vamos a casa.
Eso también es un chiste.
No.
En serio.
No.
Querés ir a casa.
Sí.
Pero tenemos que esperar.
Me cansé.
Te cuento un chiste.
Dale.

Desde el piso veintitrés

Desde el piso veintitrés el río se ve peligroso. Un velero recorre el horizonte. Suenan pasos en la alfombra gastada y me doy vuelta.

—¿Qué hacés acá? —me pregunta.

—Vengo a verte —contesto.

—¿A mí o al río?

—A los dos.

—Tal vez el río sea más interesante.

—Otra vez con esos juegos. Hacen falta tres ríos como este para…

—No me cargues, por favor.

Se sienta frente al escritorio, dándome la espalda. Pulsa una tecla para que se encienda el monitor y escribe una clave. Vuelvo a mirar el río. Existe una frase perfecta, una respuesta que acaba con todos los trastornos, pero en este preciso momento no se me ocurre.

Para jugar al mol

Para jugar al mol hay que calzar al menos 45, tener mucho pelo en el dorso de las manos y haberse extraído las muelas del juicio.

Antes de cada partido, un médico revisa a los jugadores de ambos equipos para verificar que cumplan las condiciones. Si no hay ningún médico disponible, lo puede hacer un dentista, o un veterinario. Si tampoco hay veterinarios, se permite que lo haga (en este orden) un arquitecto, un sacerdote, un periodista, un abogado, un astronauta, un colectivero, etc. La lista continúa hasta llegar a unos tres centenares de profesiones y oficios.