Categoría: Exploraciones

Mini Crossword

El New York Times publica cada día un Mini Crossword, un crucigrama de 5×5. No hay que pagar para verlo y resolverlo. Sí para ver los anteriores: el archivo está tras la misma “pared de pago” de los crucigramas grandes y el resto del diario.

El autor de los Mini Crosswords es Joel Fagliano, genio del tema que anda por los veinticinco años. Joel publicó su primer crucigrama en el New York Times a los diecisiete: un logro, porque el crucigrama del NYT, en sus mejores momentos, es una forma de arte incomparable con lo que llamamos crucigrama por estos pagos. Después de eso, Joel fue asistente de Will Shortz (el editor de crucigramas del diario), y ahora es el “digital puzzles editor”.

No sé cuánto hace que salen los Mini Crosswords. ¿Tres años? Algo así. Los resuelvo siempre. Los disfruto la mayoría de las veces. Hay días en que se hacen cuesta arriba por la proliferación de referencias a la cultura popular (televisión, música, teatro, hasta marcas) o a lugares que uno no conoce a menos que viva allá. Otras veces salen de primera intención. La práctica ayuda, pero no porque uno vaya aprendiendo las definiciones: nunca se repiten. La mayor gracia de los crucigramas del NYT en general y de estos Minis en particular es la creatividad en las definiciones.

Arriba del esquema, un relojito va diciendo el tiempo que uno lleva resolviéndolo. Terminarlo en menos de un minuto, cuando me sale, es un orgullo para el resto del día. También, a veces, terminar uno de los más difíciles en no importa cuántos minutos; terminar a secas, digo, llegar a la última letra y ver aparecer la ventanita de felicitación (y el “suscríbase”, y la musiquita celebratoria).

Hice capturas de pantalla de tres Mini Crosswords recientes, luego de completarlos. Dos a fines de septiembre, cuando se me ocurrió este post pero no lo hice, y el de hoy. No están elegidos. La brillantez es constante día a día.

Sesenta años del Sputnik

Hoy se cumplen sesenta años del lanzamiento del Sputnik, el primer satélite artificial. Yo tenía tres años y no me enteré, pero pronto le haría lugar en mi universo infantil, fascinado por la astronomía, la astronáutica y todo lo que empezara con “astro”.

Es una joya la tapa del New York Times del día siguiente al lanzamiento. Por el asombro que se le ve, pero también por el lenguaje: los soviéticos “disparan” (no “lanzan”) un “satélite terrestre”. ¡Circunda el globo a 18.000 millas por hora! Y rastrean la “esfera” en cuatro pasadas sobre los EE.UU. Todo eso en el título a ocho columnas.

(Armé una imagen de la tapa completa a partir de varias capturas de pantalla. Es lo bastante grande como para que se pueda leer todo: click para curiosear mejor. Gracias al N.Y.T. que hizo esto disponible para conmemorar el lanzamiento.)

Hay otras cosas que vale la pena mirar en esa página. Por ejemplo, que la Argentina encontró lugar gracias a las medidas de la así llamada Revolución Libertadora: estado de sitio en la ciudad de Buenos Aires y en la provincia, tras arrestrar entre 100 y 300 sindicalistas.

En tanto, el sindicato de camioneros de EE.UU. eligió a Jimmy Hoffa (“James R. Hoffa”) como presidente. Según Wikipedia, Hoffa estaba vinculado al “crimen organizado”. Años después fue preso, hasta que renunció al sindicato en un acuerdo con el gobierno de Nixon. Desapareció en 1975, y lo dieron por muerto en 1982.

En el sur de los EE.UU, el gobernador de Arkansas se mantenía firme en su postura a favor de la segregación racial. El señor Faubus murió de cáncer de próstata en 1994.

Guy Mollet fue designado primer ministro de Francia, más o menos en la época de la guerra de Argelia y la creación de la Comunidad Económica Europea (temas de los que ni siquiera sé lo que no sé).

Pero el Sputnik andaba por allá arriba, a “560 millas de altura”, una región donde las cosas se ven de otra manera.

Número equivocado

Me pasa con el mail lo que hasta hace un tiempo era propio del teléfono: me llegan cosas que no están dirigidas a mí. Mucha gente (mucha) da mi vieja dirección egimenez@gmail.com por error, como si fuera propia. Supongo que es la combinación de un apellido común con una inicial también común, y para colmo con ese servicio que todo el mundo usa.

Guardo esos mensajes en una carpeta llamada “Número equivocado”. (Digo “carpeta” pero quiero decir “categoría”, “etiqueta”, lo que corresponda.) Al momento de escribir esto, la carpeta “Número equivocado” contiene 940 mails, el más reciente de hace tres horas, el más antiguo de octubre de 2013, cuando empecé a coleccionarlos.

(Tengo la dirección “egimenez” configurada para que redireccione a “eagimenez”, también en Gmail, que es la que uso desde hace unos cuantos años. En su momento dejé de usar “egimenez” porque se me acabó el espacio disponible. Poco después Google dio más lugar, pero para entonces la nueva dirección ya estaba diseminada por todas partes.)

“Número equivocado” es un bazar: hay propaganda, pero también mensajes personales, extractos bancarios, recordatorios de turnos en la peluquería. En casos extremos (de molestia, pero también de importancia para el remitente) me ocupo de avisar que no soy quien creen. Pero la mayoría de las veces dejo que las cosas sigan su curso. Cada día, como quien baja a la playa a ver qué abandonó el mar, abro mi mail sabiendo que encontraré cosas que no me estaban destinadas.

Acá van unas muestras recientes de lo que me viene deparando esta marea impensada (borro o tapo lo necesario para no identificar a personas específicas; agrego la fecha y algún comentario para completar el panorama).

(7/9/17) Millones de guaraníes para la empresa electrotécnica de Eduardo Gimenez. Que lamentablemente no soy yo.

 

(7/9/17) Hasta donde sé, como en el BBVA de Paraguay, tampoco tengo cuenta en el BBVA de Cataluña.

 

(25/8/17) Datos de terceros en PicPay. ¿Se referirán a mails de terceros?

 

(18/8/17) Debe ser hermoso que el dentista te salude para el cumpleaños.

 

(16/8/17) De empresa de electricidad francesa de la que no creo ser cliente. Además, la persona que dio mi mail ni siquiera tiene las mismas iniciales que yo.

 

(15/8/17) Al final, Enzo no puso el stand. Lo sé por otro mail, posterior a este.

 

(14/8/17) ¡También a Elsa la saluda el dentista para su cumple! Y encima le aprueba la torta que se va a comer. Otra vida es posible.

 

 

(7/8/17) Lo peor es que en ninguna parte dice qué era el “cuerpo extraño”.

 

(3/8/17) Transparentísimo. ¿Se habrá enterado Evangelina, que nunca recibió este mail?

 

(1/8/17) Inmuebles en Chile. No, tampoco tengo. Me estoy perdiendo demasiadas cosas, creo.

 

(1/8/17) Esto fue una serie de mails en rápida sucesión. Mareva me mandaba por error archivos con novelas pirateadas. Más allá del interés por leer, me preocupó no saber cuándo terminaría, así que en medio de la andanada le avisé del error.

 

(28/7/17) A ver, cuánto te puedo cobrar por dos grúas de 60 toneladas.

 

(27/7/17) Claro, Micaela, porque ahora sí que acertaste con el mail real.

La reina Tamara de Georgia

Estatua ecuestre de la reina Tamara, en Mestia, Georgia (foto por Marina Berri)

Tamara (o Tamar, o Thamar, 1160-1213) reinó en Georgia entre 1184 y 1213. Se casó, expulsó a su marido del reino, volvió a casarse, tuvo dos hijos (Jorge y Rusudan), conquistó territorios, consolidó la “Edad de Oro de Georgia”. Legó el reino a su hijo (número IV de los Jorges reyes del país), y Jorge a Rusudan. Es una heroína popular, que los georgianos ven cotidianamente en los billetes de 50 lari:

Hay un buen relato (serio) de su vida en el sitio Ancient Origins. Y otro todavía mejor (menos serio en el lenguaje, pero bien documentado) en el sitio Badass of the Week. Los dos en inglés, como tiende a ocurrir en la web. Ejemplo de por qué el segundo es más necesario que el primero: “She also spent a lot of time praying in an awesome fucking cave fortress so insanely cool you’ll wonder why they didn’t make a goddamn Indy movie about it.”)

El aeropuerto de Mestia se llama Reina Tamara.

 El aeropuerto Reina Tamara tiene este precioso edificio-gusano que mira al visitante con curiosidad (fragmento de una foto de TheFlyingDutchman, licencia CC BY 3.0 unported)

Mientras tanto, en algún otro rincón de Georgia…

Ovejas georgianas (foto por Marina Berri)

(Esto es pasear a través de ojos ajenos. Marina mandó las fotos, y me puse a investigar.)

O’Higgins

O’Higgins, provincia de Buenos Aires (foto por Melisa Fernández Csecs)
Partido: Chacabuco. Población en 2010: 1206 habitantes. Código postal: 6748.

 

O’Higgins en Google Maps

Delicioso fragmento autocontradictorio en Wikipedia: “El pueblo cuenta con la Estación O’Higgins, inaugurada en 1886, y que actualmente sigue en funcionamiento. Es una parada del Ferrocarril General San Martín, que une Retiro con Junín (sin servicio desde junio de 2016)”. (Parece que en realidad sigue habiendo trenes de carga; lo de “sin servicio” se refiere a trenes de pasajeros.)

La estación O’Higgins en julio de 2007 (foto por Gustavo9089, bajo licencia Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported; Wikipedia)
“Entre los pobladores que forman parte imborrable de la historia de la comunidad del pueblo, recordamos a personajes como don Roque Vázquez con su estancia; José Maggi, dedicado a la producción de lácteos y fundador de la fábrica de manteca, queso y caseína “La Universal”. También encontraremos a don Felipe Ghiggeri con su taller de herrería y carpintería, a don Jacobo Maidana con su almacén, la casa de ramos generales de Juan y Luis Astesiano, a “La Gama”, de don Carlos Cassini y un comercio de bebidas y chacinados frente a la estación que se convirtió en un comedor de campo con venta de bondiolas, salames y jamones”. (Del artículo “El Banco Provincia y los Pueblos. O´Higgins, una localidad con historia y encanto”, por Claudia Ortiz.)
Esto es pasear a través de ojos ajenos. Melisa mandó por Whatsapp la foto de arriba de todo; la foto me gustó, y me puse a buscar online.

En tren de Montreal a Nueva York (video, 1992)

En invierno, la vida de Montreal está hecha de nieve. Algo se siente en este video, aunque el frío quedó allá.

A principios de febrero de 1992 viajé en tren de Montreal a Nueva York, con la cámara Sony 8mm que tenía desde el año anterior. Desde la partida, a la mañana, hasta que se hizo de noche en el camino, grabé dos horas. Hay zonas urbanas, pero más campos nevados y bosques. Sobre todo bosques hermosos y oscuros, que según el momento pasan de a poco o con velocidad interestelar.

Acá va una edición de esas dos horas, reducidas a treinta y tres minutos. No es fácil verlo todo, me imagino, a menos que uno se deje hipnotizar por el movimiento. Me doy cuenta: video analógico, cámara en mano, no son indicadores de calidad. Así que apuesto por lo extraterrestre (no siempre, hay momentos humanos).

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=k3HLN-jZgMY]

Mientras subía el video a YouTube me di cuenta de que ya no estamos en 1992. Quiero decir: en aquella época era difícil conseguir información; los datos estaban fijos en un lugar y uno tenía que moverse para ir a buscarlos. Y además se escondían.

Ahora puedo buscar en Google y dejar que el resultado me abrume. Resumiendo, en media hora me enteré de lo que no supe sobre ese tren durante todos estos años.

Y más videos en YouTube:
Este parte de Montreal, como el mío. Grabado en otoño de 2012, se notan enseguida las dos diferencias: de estación y de época. (También se nota que la cámara está apoyada en un trípode, y el trípode en el piso del tren: cuando el tren va rápido la imagen vibra mucho; en mi video la imagen se mueve un montón, pero de otra manera.)
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=Vr3Bpz3wR2o]

Y este parte de Nueva York, así que muestra lo que yo no vi porque era de noche. Pero es invierno.

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=NxWCQvywEvw]

Hay más en YouTube. Y ni que hablar de lo que aparece buscando en Google Images. En comparación, siento que hace veinte años, sin Internet ni celulares, la vida estaba hecha de siglo diecinueve.

La vida en Tumblr

Ayer escribí acá que YouTube se expande como un gas. A su manera, Tumblr tambien tiende a ocupar todo el espacio disponible. Pero es un espacio de otra clase, imprevisto, imprevisible. La tendencia a que en Tumblr los blogs sean temáticos está creando una nueva clase de contenido, o mejor dicho de “agregación” de contenido, con posts que siguen criterios cada día más impensados, cómicos, delirantes, o todo a la vez. La velocidad de expansión de este gas impresiona: hace un año o algo así, hablar de esto era traer una novedad; ahora todo el mundo los sigue en Facebook.

Los últimos dos tumblelogs que vi:

Here’s that bad advice you were hoping for: “Telling advice column letter writers what they actually wanted to hear”.

Screenshots of dispair: Se explica solito.

La vida en YouTube

Con el tiempo, como un gas, YouTube va llenando todo el espacio disponible. Lo digo en buen y mal sentido. En bueno porque aparecen cosas valiosas, que me alegro de poder ver. En malo, porque contribuye a que no deje de hacer pavadas en la compu.

Por el lado bueno, comparto algunos videos que vi en los últimos días.

Video alucinado y “glitchy” sobre música electrónica alucinada y “glitchy” (vía kottke.org):

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=2jTg-q6Drt0]

Una canción de Andrew Bird, reciente, que no conocía (me la pasó mi hijo Gabriel):

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=3yzNN3Zukl8]

Guía para resolver el último nivel (difícil) del más reciente jueguito en Flash que me atrapó (la guía empieza con otros niveles, que ya había resuelto solo):

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=2-IkgHTgOTw]

Reencuentro, tras un cuarto de siglo sin escucharla, con una canción de Robin Williamson (ok, esto es audio con una imagen fija, no video; para video, más abajo va una versión en vivo, incompleta, por un Robin treinta años más viejo):

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=f8y7fxO2c-E]

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=6rIiz6k208w]

Y este muestreo es así nomás, espontáneo, de memoria, porque se me acaba de ocurrir, y cubre un par de días. Si hubiera tomado notas, pasado más tiempo acumulando, permitido que YouTube recordara qué vi, la lista de buenos momentos sería más grande y variada.

Aceituna

La blanquecina luz de la luna
que ilumina una pared de mi casa
torna de un color aceituna
a todo automóvil que pasa.

Así empieza una poesía con la que alcancé (digamos) la fama, a los nueve años, cuando gané el Primer Concurso de Poesía Infantil de Ramos Mejía.

El concurso se hizo un domingo, en la plaza principal, entre la estación y la iglesia. Había un Concurso de Pintura Infantil, que se venía haciendo cada año, y esa vez le agregaron el de Poesía.

La plaza era una fiesta de chicos con pinturitas y hojas canson, vistosos, creativos, llevados y vigilados por sus padres, que de a poco los convencían de abandonar esas manchas abstractas para hacer casitas, árboles, banderas, el retrato de la familia.

En medio del tumulto, los pequeños escritores, seguramente pocos, sin color y sin despliegue, éramos invisibles.

A los pocos días anunciaron la lista de premiados. Nueve en pintura, tres en poesía. La entrega de los premios se hizo en la sala del club que organizaba todo. Club o sociedad de fomento, no sé. Había mucha gente.

En el escenario, varios adultos y un micrófono. Empezaron llamando, uno por uno, a los ganadores del concurso de pintura. Cuando era una nena le daban una muñeca. Pero cuando era un chico le daban una pelota de fútbol. Una pelota de verdad, de cuero, número cinco.

Chico tras chico volvían a sus asientos cargados, bendecidos, con una de esas pelotas maravillosas.

En mi barrio nadie tenía una pelota así. Había una en la escuela, que yo no había tocado. Una pelota así cambiaba la vida.

Llegó el momento de los premios de poesía. Los tres premios de poesía. Yo, pequeño escritor, el primero. Subí al escenario pensando en cómo me presentaría después ante mis amigos, convertido por magia poética en dueño de la pelota. Me imaginaba las caras.

Un adulto me recibió. Otro me acercó el micrófono para que agradeciera. Y otro más se puso a mi lado con el premio en las manos. Abrí la boca. No supe qué decir.

El del premio extendió las manos hacia mí con el gesto pomposo de quien quiere hacer las cosas realmente bien.

Y así fue que me entregaron, con ese gesto un poco condescendiente, un poco asustado, ese gesto de quien va en auxilio de un alma perdida, ese gesto de vendedor de autos usados, con ese gesto me entregaron, decía, con ese gesto cruel, cruel, tan cruel, una lapicera.

[Leí este texto en público, ayer, en la librería Eterna Cadencia, dentro de las “Postales de Infancia” del Filbita. La actividad se anunció así: “Ocho escritores compartirán un breve texto inédito en el que la lectura o la literatura son protagonistas de su niñez”. Participamos Victoria Bayona, Pablo De Santis, Ruth Kaufman, Lucía Laragione, Clara Levin, Mario Méndez, Andres Sobico y yo. Lo organizó y moderó Larisa Chausovsky. Ahí tampoco me dieron una pelota, pero igual fue un encuentro feliz.]

El camino a la lectura en formatos digitales

Leí este texto en el 17° Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, Resistencia, Chaco, 2012, dentro de la mesa Medios, lectura y más literatura. Fue el pasado 18 de agosto, a la mañana. Pero primero la foto:

De izquierda a derecha: Alejandra Laurencich, Mempo Giardinelli, myself, Ivan Thays, Hernán Casciari. (Foto por María Susana Ríos, del Ministerio de Cultura y Educación de Formosa.)

Hace unos días estaba en la cola de un banco, cuando oí que una persona de seguridad, una mujer, le decía a alguien que estaba detrás de mí:

—Apagá eso.

Me di vuelta, pensando que iba a ver a un ladrón, celular en la oreja, tramando con sus cómplices el asalto a la sucursal. Pero no. Era una chica, joven, que tenía en la mano un aparato como este [muestro el Kindle desde el que estoy leyendo].

—Es un libro —dijo la chica.

La mujer de seguridad la miró con la boca abierta.

—No está conectado a Internet ni nada —dijo la chica, por las dudas.

La mujer de seguridad cerró la boca y, mirando de reojo el aparato, dio media vuelta para irse. La chica insistió:

—Es un libro.

Y siguió leyendo.

*

Sobre este tema, el libro que cabe aquí adentro [del Kindle], qué significa y a dónde nos lleva, les propongo hablar.

*

En junio de 1999, cuando empezamos con Imaginaria, había poca gente conectada a Internet. Para conectarnos, llamábamos a un número de teléfono. A paso de tortuga bajábamos el mail a la computadora y nos volvíamos a desconectar. Después leíamos y escribíamos desconectados. La web se usaba poquísimo.

Casi no había banda ancha.

Tampoco existían YouTube, la Wikipedia, Twitter, Facebook, Gmail, los mapas interactivos, los documentos compartidos. Asomaba la banca online. Aparecían los primeros blogs.

De esto hace trece años. En este momento, según Cablevisión, hay cinco millones y medio de conexiones de banda ancha en la Argentina. El acceso a Internet ya recorrió una buena parte del camino que va de ser un ideal a ser un derecho.

*

En estos trece años, algunas industrias culturales vivieron cambios drásticos. Primero fue la música. La música ya se había digitalizado con la aparición de los CDs, de manera que fue fácil pasarla a la computadora, y de la computadora a la red. En junio de 1999, el mismo mes que Imaginaria, abría Napster, el primer servicio para compartir música a través de Internet. Napster cerró por cuestiones legales, pero aparecieron nuevos servicios y nuevos métodos para seguir compartiendo música. Con el tiempo, además, la música digital empezó a venderse online.

Resultado: hoy el soporte por excelencia de la música es un archivo mp3, alojado en un reproductor especial o en un disco rígido, o en algún servidor lejano.

Después fue el turno de las películas, y más o menos al mismo tiempo las series de televisión. Hacía falta más ancho de banda, porque los archivos de video son grandes. La red creció, la transmisión de datos se fue haciendo más rápida, y en el último par de años muchos nos acostumbramos a ver nuestra serie favorita al día siguiente de estrenada en su país de origen, con subtítulos creados anónimamente por aficionados. Por supuesto, esta facilidad para compartir contenido generó un conflicto intenso entre los propietarios de derechos y los usuarios que comparten sus obras. Ese conflicto, que sigue sin resolverse, recorre tribunales y legislaturas del mundo, incluida la Argentina, y entidades internacionales como la OMPI, la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual.

*

En este mismo tiempo, la industria del libro no cambió tanto. El libro clásico, en papel, siguió siendo la norma. Es más, nos resistimos con uñas y dientes a abandonarlo.

Esta supervivencia del libro tiene varias razones, de las que dos saltan a la vista:

La primera: Leer en pantalla es molesto. La experiencia de escuchar música o ver video no cambió con el tránsito de un medio a otro. O, si cambió fue para mejorar. En cambio, la pantalla de una computadora, que sigue el modelo del televisor, no ofrece ni de lejos la experiencia de tener un libro entre las manos.

La segunda razón por la que el libro en papel se mantuvo firme: Reproducir música o cine siempre requirió de aparatos. El libro, en cambio, se autocontiene. No necesitamos nada más para leerlo. Hoy no tengo cómo escuchar mis viejos discos de vinilo, ni mi colección de cassettes, ni puedo ver mi pila de videos en VHS. Sin embargo, conservo los libros que leí en mi adolescencia, en mi infancia, y alcanza con sacar uno del estante para leerlo igual que entonces. Tengo tres veces mi colección de los Beatles: en vinilo, en CD y en mp3. Pero tengo un solo ejemplar de Sandokán, el mismo que tuve toda mi vida.

Ahora bien, la pregunta del millón es: ¿siguen siendo válidas estas razones? La calidad de la experiencia de lectura y la autosuficiencia del libro en papel, ¿siguen descalificando al libro digital?

La respuesta ya se asoma, y en los próximos años va a ser cada vez más nitida: no. Con el libro va a ocurrir lo mismo que ya ocurrió con la música y con el video.

Primero, la calidad de la experiencia. Las pantallas cambiaron. Ya no son todas grandes y luminosas, ni hay que sentarse frente a ellas. Existen pantallas del tamaño de un libro de bolsillo, sin luz propia, que se llevan donde uno va y no cansan la vista.

Mi propia sensación, con casi dos años de tener este lector de libros electrónicos [el Kindle], es que no vuelvo atrás. En mi carpeta de libros leídos hay 37 títulos. Sigo leyendo libros en papel, pero es más que nada porque me los prestan. O porque algo que me resulta imprescindible leer todavía no está en formato digital.

Además, las pantallas siguen mejorando. Las que responden al tacto hacen más fácil explorar un libro, tomar notas, subrayar. Y la evolución rápida de estos aparatos no se va a detener de un día para otro. Tenemos que pensar que en dos, tres, cinco años, la experiencia de lectura va a ser todavía mejor.

Lo que no tiene solución es la autosuficiencia del libro. Que sin baterías, sin pantallas, sin conexiones, sigue siendo accesible. Pero aquí la pregunta es cuánto cuesta esa autosuficiencia. Hablo del costo de impresión, del costo del papel (tanto económico como para el medio ambiente), del costo de distribución, y también del costo de mantenimiento. Aquel ejemplar de Sandokán que tengo hace medio siglo debió ser llevado y traído, limpiado, conservado, atesorado. Todo lo cual le suma encanto a nivel personal, pero acumula un costo prohibitivo a nivel social. El libro en formato digital no ahorra solamente el papel y la distribución física. También es más económico mantenerlo.

A medida que el libro electrónico sigue su camino hacia una mejor experiencia de lectura, a medida que los catálogos crecen y el acceso a la red se universaliza, el libro en papel se va convirtiendo, cada vez más, en un artículo de lujo.

Gutenberg no logró libros más bonitos. Logró que más gente accediera a leerlos. Logró que se publicara más y con más rapidez. La tecnología de Gutenberg fue una gran herramienta para promover la lectura. Hoy ese rol transformador lo tiene el libro digital.

*

Ahora bien, ¿qué hacemos con el conflicto, que ya nombré, entre autores y lectores que comparten libremente su obra?

La respuesta de la industria, primero la musical, luego la audiovisual y ahora la editorial, es primero retacear la oferta, y luego dificultar la copia.

Al retacear la oferta se supone que no habrá digitalización, y que el producto físico (CD, DVD, libro en papel) tendrá una vida más larga. Esto deja la digitalización en manos de los usuarios, de manera que la oferta gratuita, de archivos compartidos libremente, arranca con ventaja.

La copia se dificulta con sistemas de protección, y también con leyes y tratados comerciales más restrictivos. Hasta hoy, nada de esto ha conseguido detener el flujo de archivos compartidos libremente.

Muchos músicos, artistas, escritores, comparten la respuesta de la industria, convencidos de que, de otro modo, se quedarían sin ingresos.

Claro, es complicado instaurar otros métodos para que autores, editores y demás componentes de esta industria sigan teniendo de qué vivir. Pero esos métodos existen. Hay ideas, propuestas, modelos que ya están probando su viabilidad.

Por ejemplo, los sistemas de abono. Spotify es un servicio que, en muchos países, ofrece toda la música que uno quiera escuchar por una tarifa mensual baja. Netflix hace lo mismo con películas y series.

Otro modelo, compatible con el anterior, es el de las sociedades de gestión colectiva, que recaudan fondos compulsivamente. Ocurre con la música. SADAIC se presenta en los conciertos y cobra, para luego pagar a los autores y compositores que son socios. (Cierto, el sistema es imperfecto, o más que imperfecto. Habrá que mejorarlo.)

Si se asignara a los creadores y editores de toda clase de obras un porcentaje de lo que pagamos por conectarnos a Internet, quedaría resuelta una buena parte del problema.

Estas son solo algunas de las ideas que circulan. Sin duda van a aparecer otras.

En resumen, tenemos por delante dos opciones:

Una: aprovechar esta oportunidad, única en la historia, de que toda persona tenga acceso a toda obra creada y por crearse, a bajísimo costo, de manera inmediata.

Dos: desaprovecharla.

*

Hace unos años, conversando con la vicedirectora de la escuela de mi hijo, le propuse un símil.

Imaginemos, le dije, que de pronto los seres humanos podemos volar. Así nomás, sin límite, con poco esfuerzo, a la altura y por la distancia que queramos. Sería un sueño, ¿no?

Pues bien, los fabricantes de ascensores pondrían el grito en el cielo. Y las aerolíneas. Y se acabaría la seguridad, porque cualquiera podría volar por encima de cercos y vallas, aterrizar en balcones y terrazas. Atravesar fronteras. Sonará ridículo, pero habría una intensa presión, por parte de industrias y diversos grupos afectados, para limitar el vuelo a un metro de altura. Un metro, ni un poquito más. Es eso o el caos, se escucharía decir. Es eso o el final de la civilización. Cierto, el vuelo universal e indiscriminado traería muchos inconvenientes. Habría que ajustar muchas cosas, adaptarse a muchas cosas. Pero ¿podríamos aceptar que se nos impida volar?

Concedido: la comparación es exagerada, y solo se puede extender hasta cierto punto. Pero vale como visión, borrosa seguramente, de lo que significaría la libre circulación de los bienes culturales.

*

Volviendo al comienzo:

En 1999, Imaginaria empezó hablando sobre los libros en papel, entre otras cosas porque, en el campo de la literatura infantil y juvenil, había pocos libros en formatos digitales. Trece años más tarde, en 2012, Imaginaria sigue hablando sobre los libros en papel, entre otras cosas porque en nuestro campo sigue habiendo pocos libros digitales.

Estoy seguro de que dentro de trece años esto habrá cambiado.

Y estoy seguro de que, con ayuda de las nuevas tecnologías, estaremos leyendo más, los chicos estarán leyendo más. Y todos, no exclusivamente pero en buena medida, leeremos en una pantalla.