A los dos nos cuesta. Años más tarde, tras tanta aventura y experimento, yo empiezo a reconocer que no estoy para ciertos trotes. Ella, que la tecnología la convirtió en otro adorno en el estante.
Categoría: Máquinas domesticadas
Cuando la heredé de mi abuelo, solo pasaba música de 1940. Siempre la misma, además, porque no es que se pudiera acordar de muchas canciones. Le canté, le toqué otra música, le pasé mi colección de vinilos. Se fue acostumbrando. Un día me sorprendió con varios compases de When I’m Sixty Four. Con los años avanzó más de lo que creí posible. Claro que, si le toca reproducir algo de hip hop, acaba metiéndole un bandoneón.
Confieso que de entrada me asustó. Pensé que con esa púa iba a rasguñar, desgarrar, destruir, que la garra de tigre traería sangre a la casa. Nada que ver. La púa trajo arrullo, armonía, baile, festejo. Al revés de lo que me imaginaba, esta máquina me domesticó a mí. (Llamarla “tocadiscos” es una forma de resistencia; así se llamaba su antepasado, cuando yo era chico; “bandeja” se le dice desde hace un tiempo, pero sigo creyendo que “bandeja” es otra cosa.)
Megalómano, egocéntrico, llegó convencido de que lo suyo eran las grandes cosas. Sopló al cielo para crear huracanes. Atacó la lluvia para provocar sequía. Quisimos ponerlo en su lugar, pero no alcanzó ni con mostrarle el manual del usuario. Al final, los humos se le bajaron solos: descubrió que su furia dependía de ese cable de medio metro que lo ataba a la pared.
A la hora de centrifugar, los vecinos debían evacuar el edificio por peligro de derrumbe. Hubo alertas de terremoto, acá donde lo único que vibra es el vidrio de la ventana cada vez que pasa el colectivo. Lo encerré en un cuartito con poca luz. Lo apreté entre ladrillos de telgopor. Le dije que si no aprendía modales me ponía a lavar a mano. Costó. A veces tiene recaídas. Lo malo es que ahora se le dio por arrancar botones de las camisas.
Me enteré por denuncias de los vecinos. Cuando era nueva, salía de noche por el barrio a cazar bananas, tomates, cualquier cosa. La amenacé con limarle los dientes. Ahora espera su turno en la mesada. Por las dudas, cuando me voy a dormir la desenchufo.
Cuando llegó, se llevaba el tiempo por delante. Poco a poco, aprendió a atrasar unos minutos por día. Así, me deja dormir un ratito más.