¿Por dónde caminaba esta mujer cuando la encontró la cámara de Google Street View?

Vamos a alejarnos para ver un poco mejor.

Ah. La avenida se llama Lenin. Una pista. Ahora giremos 90° hacia la derecha.

Para quienes leen caracteres cirílicos, el enigma está resuelto. Para la mayoría de la humanidad, todavía no. Nos damos una vuelta por el lado izquierdo, andando media cuadra por la avenida. Sobre el mismo edificio aparece esto:

Bueno, no es que sirva de mucho. Pero es lindo. Voy a resolver el misterio:

Se trata de Vorkutá, una ciudad fundada en 1936, con el fin de explotar los yacimientos de carbón de los alrededores. Por ejemplo:

También había campos de trabajos forzados, en la era soviética. Estamos en la región ártica de Rusia, exactamente donde se ve el pequeño chirimbolo gris:

Buena parte de Vorkutá está abandonada, a partir del cierre de varias minas en los años 90.
En YouTube hay un documental de media hora, excelente, sobre la ciudad, del español Ricardo Marquina Montañana. Vale la pena ver aunque sea un rato:
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=-INsdUzqF8I&w=560&h=315]
El dato tragicómico es que hay un episodio del juego Call of Duty llamado “Vorkuta”. Como suele pasar con los first-person shooters (los juegos de disparar y matar y disparar y matar y seguir disparando para seguir matando), es una maravilla en cuanto al arte y la tecnología, y horrible en cuanto a lo que narra.
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=Jcd9xV25W6U&w=560&h=315]
Claro que en nada de Call of Duty hay espanto comparable al Gulag soviético. Según Wikipedia, así era el perímetro del campo de Vorkuta:

Ya lejos de la época de los trabajos forzados, acá está el lugar del comienzo en Google Street View, para quien quiera explorar por su cuenta:
[googlemaps https://www.google.com/maps/embed?pb=!4v1580157573979!6m8!1m7!1sx0Vr8LG0-spqKHWI_u1XoQ!2m2!1d67.50032531484035!2d64.06178864750595!3f89.43659059388699!4f-2.8446883046665192!5f0.7820865974627469&w=600&h=450]







“Nosotros no percibimos temperaturas, sino diferencias de temperaturas. Si uno pone una mano en agua tibia y otra en agua con hielo y, al cabo de un rato, las dos manos en un recipiente con agua a temperatura ambiente, va a ser raro porque la mano que venía del frío va a sentir el agua tibia y la que venía del calor, fría. Algo parecido ocurre cuando una persona está muy cerca de morir congelada: los vasos sanguíneos de las extremidades se dilatan y accede repentinamente más sangre (a 37°C) a una zona del cuerpo que está casi congelada, lo que genera una diferencia de temperatura tremenda que hace sentir un calor extremo. En algunos casos, la persona puede llegar a desvestirse antes de morir congelada”.
“‘Llegó entonces la estación capital, el verano’, escribió Juan José Saer en un poema que le dedica a una amiga. Siempre recuerdo este verso cuando la canícula empieza a encender la calefacción a full y los aires acondicionados boquean agua hacia las veredas. El verano es la famosa tapa de la revista Gente diciendo, tautológicamente, “Estalló el verano”, con modelos y actores del momento; es el olor del bronceador en la playa y es el mes de enero con Buenos Aires calcinada y semivacía por el éxodo de la gente hacia los destinos turísticos”.
“Los niños, para ver, se escondían detrás de los sillones, donde padres y madres —a veces tomados de la mano, a veces almohadón mediante— estaban durante una hora firmes frente a la TV. Los hombres enloquecían de deseo cuando aparecía Ámbar en la pantalla; casi siempre cuando terminaba el programa tomaban a sus esposas y les hacían el amor recreando en sus mentes las escenas que había protagonizado la diosa. En un castillo abandonado, una laguna pútrida, un cuarto fantasmal, una catacumba, las esposas llegaban al éxtasis cerrando los ojos, pensando que sus maridos eran en realidad Osvaldo Villazán. La gente mayor miraba sola el programa, tapándose los ojos en los momentos de máximo horror, aplaudiendo infantilmente cuando Villazán lograba expulsar al demonio o conjurar al fantasma. Los abuelos y abuelas después representaban para sus nietos al monstruo de turno, arrancando risas y grititos agudos de las gargantas exaltadas de los niños. Los adolescentes, a escondidas o autorizados por sus padres, miraban las historias fingiendo desinterés, y al día siguiente durante las clases de matemática o francés dibujaban en los márgenes de las hojas de sus cuadernos los escenarios y monstruos que habían excitado su imaginación. A veces creaban nuevos”.