[13/1/2003]
Clara separó los dedos y dejó caer la arena en tres cascadas áridas.
—No iré —dijo María, paseando los ojos más allá del horizonte.
Adela se tapó la nariz y la boca con la mano, sin poder ahogar la risa que le hacía cosquillas desde adentro.
Clara pisó con rabia la arena caída y deseó volver a tenerla en su poder.
Marta decidió cooperar, pero nadie se fijó en ella.
—Pueden dejar de insistir —dijo María, cruzando los brazos bien apretados contra el pecho.
Adela se sentó en una piedra, todavía sacudida por fenómenos internos.
Marta decidió no cooperar, pero nadie se fijó en ella.
Mientras tanto, Nora caminaba por el borde, con los puños apretados, a un centímetro de caer para siempre.