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La memoria del mozo

—Vamos a tomar una Fanta, una cerveza tres cuartos y un agua sin gas —le dije al mozo—. Y vamos a comer una pechuga de pollo a la parrilla, deshuesada, con papas fritas; costillas de cerdo con puré de manzana; y costillas de cerdo a la riojana.

El mozo asintió apenas con la cabeza y empezó a irse. Nos quedamos, como siempre, asombrados con esa memoria prodigiosa que permite a algunos humanos recordar tantas cosas dichas rápidamente y una sola vez. Entonces, a dos metros de la mesa, el mozo se dio vuelta.

—¿Era una Coca? —preguntó.

—No, una Fanta —contesté.

Bueno, un desliz cualquiera lo tiene. A los dos minutos el mozo trajo la Fanta y la cerveza.

—El agua era con gas, ¿no?

—No, sin.

—Ah, bueno.

Fue. Volvió con el agua sin gas.

—Una pechuga… —dijo, y se quedó esperando, como para que yo terminara la frase.

—Deshuesada, a la parrilla, con papas fritas —completé, obediente.

—No, eso ya lo sé —dijo el mozo—. Los otros platos se me fueron de la cabeza.

Así es como caen los mitos. Sin avisar.

*

En el mismo restaurante tienen el menú en castellano y, en una columna a la derecha de cada página, en inglés. Eso sí, nadie garantiza que si uno pide algo en inglés reciba lo mismo que si lo pide en castellano. La sección “Pastas”, por ejemplo, poblada de spaghetti, ñoquis, ravioles y sorrentinos, está encabezada en la columna derecha con la palabra “Pastry”. (Trampas de los diccionarios, se llaman esas cosas.)

Planeta y satélite

[6/1/2003]

Bichos verdes

[6/1/2003]

Anoche hubo un ataque de esos bichos chiquitos de color verde, que buscan la luz, de los que no sé el nombre. Eran cientos sólo en la ventana del living, todos luchando para entrar cuando la abrí para sacar al balcón las zapatillas de Gabriel (era noche de Reyes): los sentí en la cara como una telaraña espesa. Antes de verlos mi mujer creyó que llovía, pero era el ruido de ellos chocando con cada vidrio de cada ventana.

No sé qué combinación de humedades, temperaturas, composición del aire, rayos ultravioletas, ausencia de predadores habrá hecho posible esa proliferación. Recuerdo que hubo muchos de estos bichos cuando yo era chico, pero mi memoria recorre décadas sin volver a encontrar tantos juntos.

Esta mañana, los que lograron meterse en el departamento para tomar un contacto directo con el Dios Luz estaban desparramados por el suelo. Los barrí antes que mi familia se levantara: junté media palita, como granos de arroz tostados, ya sin el color brillante de la vida. Debió haber muchos millones en el barrio.

Me pregunto a qué se habrán dedicado estos bichos antes de que los humanos descubriéramos el fuego y, con él, la luz nocturna.

Outlets

[6/1/2003]

Con la cantidad de outlets que están apareciendo en Buenos Aires uno debería sentirse satisfecho. Pero creo que no todas las necesidades están cubiertas, que hay sitio para otros outlets extremadamente útiles. Así que estemos atentos a las novedades que sin duda se irán produciendo. Desde aquí sugiero los siguientes:

  • Un outlet de psicoterapias.
  • Un outlet de trasplantes de órganos.
  • Un outlet de alfajores Havanna.
  • Un outlet de servicios fúnebres.
  • Un outlet de dólares.
  • Un outlet de servicios de seguridad.
  • Un outlet de ombligos con espejito.

Ah, no

[6/1/2003]

Estoy bajando en un ascensor, parado en las puntas de los pies y apoyándome precariamente en una pared para evitar un charco de pis que hay en el piso. Voy con Jorge Varlotta y con una chica rellenita, vestida de verde, que dice llamarse Moisés pero no se cambia el nombre porque es artista. El lugar, una especie de hotel donde se aloja alguien que ahora quedó fuera de cuadro y ya no sé quién es. Llegamos a una planta baja de shopping. Quiero tomar una cerveza pero nadie me querrá acompañar. Y entonces… Ah, no, era un sueño.

Aire libre

[5/1/2003]

Esta tarde vamos a ir al aire libre, a una pileta, y es algo tan inusual que por eso el clima no sabe cómo tratarnos: se nubla pero el sol asoma a investigar la situación; hace un calor de locos pero el viento sacude las ventanas. ¿Y ahora qué hacemos?, se preguntan los elementos, allá donde sea que juntan sus cabezas desorientadas para llegar a alguna conclusión.

Miedo

[5/1/2003]

Este médico que trata con pacientes terminales desde hace años tiene, en cierto momento, de una forma irracional, un espantoso miedo a la muerte.

Mañana de domingo

[5/1/2003]

Mañana de domingo, las nueve menos cuarto. Soy el único despierto en mi casa. Es que empiezo temprano a dar vueltas en la cama, a sentirme incómodo, y muchas veces termino levantándome cuando todavía no hace falta. El resultado es que las cosas tardan en acomodarse, todo funciona a medias: la cortina de mi ventana está a medio correr, la puerta de mi habitación a medio abrir, el fragmento de ciudad que queda ahí afuera a media máquina. Hay un cielo medio despejado. Y estoy a medias convencido de que esto que pongo aquí no significa nada.

Entonces (nueve menos siete minutos) aparece mi hijo. Abre un poco más la puerta, tapándose los ojos por la luz. Me dice:

—Voy al baño y después te saludo.

Se va. Escribo estas tres o cuatro últimas líneas, y ahora, en este instante, Gabriel vuelve, se mete entre mis brazos, se rasca la cabeza entre mis ojos y el teclado, y me abraza. Dos minutos después, ahora, iré a prepararle la leche, con lo cual el día se pondrá finalmente a andar.

Cierra la puerta

[4/1/2003]

Cierra la puerta de su casa con llaves, cerrojos, candados, para que nada salga.

[4/1/2013]

El sexto de los textos que se abrieron paso hasta El hilo, el libro que hicimos Claudia Degliuomini y yo.

Los anteriores están acá.

Estas son las páginas correspondientes al de hoy (click para ver la imagen más grande).

Espectáculo

[3/1/2003]

Se levanta el telón. El escenario está a oscuras, mientras la platea sigue iluminada. Todos esperan. No pasa nada. A los pocos minutos arrancan las protestas. A la media hora la gente se empieza a ir. Hay gritos, insultos, silbidos. Piden que les devuelvan la plata de la entrada, pero no hay nadie del teatro. Desaparecieron los acomodadores, los boleteros, el personal de seguridad. Llaman a la policía y viene un par de patrulleros para sumar algo de ruido. Intervienen un juez, que termina clausurando la sala, y varios periodistas, que hacen preguntas y toman fotos. Más tarde quedan algunos curiosos, pero ya no hay nada que hacer en el lugar. Cuando los últimos se van, los verdaderos espectadores aplauden sin entusiasmo.