Si quisiera conminar no me saldría.
La impresión que tengo es que cada palabra requiere un músculo. Y ejercitar el idioma es como llevar a cabo esas acciones complicadas en las que ni tenemos que pensar: reírnos de un sarcasmo, bajar una escalera caracol, lavar los platos con dolor de espalda. Montones de músculos en acción, y nosotros como si nada.
De vez en cuando tropezamos con algo que requiere un esfuerzo especial, y entonces, por ejemplo, se nos ocurre preestablecer, o conmiserarnos, y hasta contextualizar. Son músculos pequeños, indetectables, que se ponen en marcha tras varias protestas, pero al menos existen, están ahí a la espera de que una señal lo bastante intensa los despierte.
En cambio, conminar… No creo tener un músculo para eso.
Dibujo perteneciente a De humani corporis fabrica libri septem, de Andreas Vesalius, publicado en 1943. Wellcome Collection, bajo licencia CC BY 4.0.