Mes: mayo 2002

El clima

[15/5/2002]

El clima no podría estar peor. Ayer llovió inmensamente, de un modo horrible, a distintas horas del día, de tal manera que era imposible no pensar en inundaciones, evacuados, escuelas pobres, mantas, angustia (“chicos despiertos toda la noche”, dijo mi mujer tan inspiradamente). Y al mismo tiempo la temperatura llegó casi a los treinta grados. Estábamos todos húmedos en los sitios más molestos, más inconvenientes. Por momentos casi había sol, o mejor dicho esa simulación patética de nubes que produce a nuestros pies una sombra que no lo es del todo, sino más bien un aura apenas más oscura que el resto. Y luego vuelta atrás, más nubes, más lluvia, nuevos matices de gris oscuro en el cielo que ni siquiera tenían formas graciosas.

Hoy está un poco más fresco, lo bastante para salir con pulóver a la mañana temprano pero caerse de calor un par de horas después. Es otra trampa, ya sé. La temperatura va a seguir subiendo, como la humedad, vamos a sudar, se nos va a pegotear el pelo, vamos a sentir las medias encoladas a los pies. La gente nunca mira tanto hacia arriba como en días así.

Todavía se molestan en declarar alerta meteorológico. Podrían hacer al revés: avisar en unos años, o siglos, cuando el alerta ya no sea necesario.

Me levanto

[15/5/2002]

Me levanto a eso de las siete menos cuarto. Voy al baño. Me lavo la cara. Me pongo los lentes de contacto. Me cepillo los dientes. Voy a mi oficina, que es la habitación que está justo frente al baño. Con la única luz del monitor, veo la temperatura en Clarín, donde siempre anda mal. Luego veo la temperatura en La Nación, donde siempre anda bien. Vuelvo al dormitorio. Le digo buenos días a mi mujer, cuyo despertador suena a las siete menos diez. Mi mujer hace algún gesto vago e intenta responder sin mucho éxito. Le aviso qué temperatura hay. Le pregunto si va a desayunar café y tostada. Me dice que sí. Voy al living a abrir las cortinas. Como todavía es de noche, prendo la luz. Una de las cuatro lamparitas está quemada. Entro a la cocina. Tomo mis pastillas de la mañana. Hago el desayuno. Leche con Nesquik para Gabriel, un minuto de microondas, pero la saco unos segundos antes para que no se caliente tanto. Tortilla dietética de manzana con clara de huevo para mí, dos minutos de microondas. Tostada de pan integral para mi mujer, con la tostadora entre el tres y el cuatro porque va con otra tostada, que tal vez algún día Gabriel se decida a comer. Dos cafés grandes, instantáneos, con edulcorante. Saco la mermelada y la manteca de la heladera. Pongo dos servilletas de papel, porque Gabriel no usa. Voy al dormitorio de mi hijo a despertarlo. Le hablo, le acaricio la espalda. Levanto la persiana, aunque en esta época del año es todavía de noche. Me siento en el borde de su cama. “Hola, Gabriel, buen día. La leche está lista. Hay que levantarse para ir temprano a la escuela.” Mi hijo responde apenas. Luego un poco más. Luego otro poco más. Para entonces mi mujer ya está en el baño. Ayudo a Gabriel a ponerse de pie y a enfilar hacia la puerta. Tambaleándose, va al baño chico. Me siento en la mesa del living. Revuelvo otra vez la leche con Nesquik. Viene Gabriel, la toma de una vez, sin parar, y se acuesta en el sofá. Tomo un trago de mi café. Como unos bocados de mi tortillita de manzana. Viene mi mujer, nos saluda a los dos y se sienta frente a mí. Nada de esto es feo ni aburrido; más bien, resulta tranquilizador. Mi rutina favorita. A partir de ahí no siempre es igual, ya es posible que haya variantes.

El rayo de sonido

[15/5/2002]

A las seis y media en punto de la madrugada suena mi radio-reloj despertador: hay un rayo de sonido que se interrumpe de inmediato cuando lo intercepta el rayo de mi brazo derecho para fulminarlo de un golpe. La radio está sintonizada en cualquier estación, eso no me importa: lo que importa es el ruido, cada día diferente, que debe lograr devolverme a esta tierra de lágrimas.

El sonido fugaz, el rayo que todo lo atraviesa, toma formas curiosas. “Ten de la”, se oye, o “co que los m”. O música: “Clin clin cl”, “tap ta-tap t”, “ove you mo”. A veces me queda la intriga de qué estaría pasando, pero es tarde: la palabra interrumpida, la frase musical, se fueron para siempre. Luego me olvido tan rápido como de un sueño.

Turnarse

[15/5/2002]

Para todo hay que turnarse con esa otra persona. Para lo bueno y lo malo. Así, uno se distancia poco a poco de las cosas, porque las buenas no están disponibles cuando uno las quiere, y las malas atacan cuando uno no las quiere. La vida se va de las manos.

Pasatiempos de insomnio

[15/5/2002]

Mi radio-reloj despertador, de día, es un aparato estúpido que permanece sentado en la mesa de luz, sin hacer nada excepto guiñar esos números rojos a los que nadie presta atención. De noche, en cambio, tiene entidad, es denso, se impone. En la oscuridad, sobre todo durante las noches de insomnio, los números rojos se hacen grandes y me invitan a incorporarlos a la imaginación. Así, siempre estoy inventando algún nuevo pasatiempo que los tiene de protagonistas.

Por ejemplo, suelo esperar a que cambie el minuto, y entonces cuento rítmicamente hasta sesenta, tratando de acertarle al próximo cambio. La primera vez es imposible, pero uno aprende: yo suelo ir demasiado lento, de manera que el salto me sorprende, digamos, por el cincuenta y dos. Entonces apuro un poquito, uno, dos, tres. Y llego a sesenta y cuatro antes de que pase nada. Nuevo ajuste: uno, dos, tres, cuatro. Cincuenta y ocho: me voy acercando. En algún momento el juego acaba solo; no es que me duerma, sino que me distraigo, alguna otra parte de mi consciencia toma el control y abandona los números por un rato.

Otro pasatiempo surge cuando encuentro que los números forman alguna simetría. No necesariamente un número capicúa, como 23:32. Más interesantes suelen ser las simetrías de las rayitas que forman los números. Por ejemplo, 22:55, que en mi reloj es un dibujo simétrico. Entonces me pregunto: ¿cuántas veces en las 24 horas se da un dibujo así? Trabajosamente pienso la respuesta, la encuentro, la compruebo en mi cabeza y siento una satisfacción efímera, algo triste.

(En esto es importante tener en cuenta que mi reloj no muestra un cero delante de la hora, cuando la hora es menor que diez. Así, después de las 23:59 se presenta una especie de catástrofe, un cambio de dimensiones geológicas, porque todo salta a 0:00.)

Se me han ocurrido otros trabajos para hacer mentalmente: ordenar los números por la cantidad de rayitas que los forman; emparentar aquellos que se convierten unos en otros con sólo cambiar una rayita, o dos, o tres; descubrir qué hora u horas del día requieren la mayor cantidad de rayitas, y qué hora u horas requieren la menor. Las soluciones son triviales, pero en esos momentos de la noche, cuando lo único visible son las figuras rojas, alargadas, terminadas en puntas como de lápiz, consigo un momento de calma en que el mundo parece simple y controlable.

[15/5/2012]

Sigo usando el mismo aparato, aunque con el tiempo los pasatiempos fueron variando. Por ejempĺo, a fines de 2006 me dedicaba a sacarle fotos.

Fantasmas

[14/5/2002]

Otra vez llueve. Van a ser las siete, es de noche, y hay fantasmas tras las cortinas cerradas en las ventanas con luz. Movimientos difusos, gente que lleva una vida importante ahí a escondidas, y yo sólo percibo el lado de atrás de una sombra.

Lamparitas y ganchitos

[14/5/2002]

Cambio las lamparitas y se queman otra vez. Las cambio. Se queman. Las cambio. Vuelven a quemarse. Esto ya pasaba, todo el tiempo, en donde vivía antes, pero el nuevo departamento me dio unos meses de tregua. Ahora ya me conoce lo suficiente.

Hoy compré lamparitas en una ferretería distinta. El ferretero reemplazó de un modo simple el proceso irritante de sacar cada lamparita de su caja, probarla en un portalámparas, volver a ponerla en su caja, etcétera. Primero abre las cajas sobre el mostrador, de manera que las lamparitas muestren lo que no puedo menos que llamar el culo. Luego acciona un interruptor, toma dos cables y se los apoya por turno a cada lamparita, haciéndole emitir un brevísimo destello de angustia.

Este ferretero es el mismo que el otro día me asesoró muy bien sobre tarugos y ganchitos para colgar cuadros. Me vendió los tarugos más chicos, aptos para pared de ladrillo hueco, y unos ganchitos en ele. Pregunté por qué en ele y no curvos, y me explicó de buena manera que los curvos mantienen los cuadros más alejados de la pared. Acepté la explicación, que luego resultó correcta. Los tarugos y ganchitos no alcanzaron (y de esto ya escribí antes), así que hoy fui a comprar más. Otros diez. “Como los del otro día”, dije. “¿Cuáles eran?”, preguntó el ferretero, que recordaba casi todo pero no fotográficamente. “Unos dorados, los más chicos, creo.” Sin dudarlo, trajo una caja y la abrió: estaba llena, repleta, rebosante de ganchitos curvos. Le recordé que me había recomendado unos en ele. “Ah, cierto”, dijo. Fue y trajo la otra caja, casi vacía. Me fui con los mejores ganchitos en el bolsillo, dejando al ferretero arrepentido con su caja llena de ganchitos malos, sin saber qué cuernos hacer con ellos.

Mail de Iván

[14/5/2002]

Me escribe Iván Skvarca: “Por cierto, de Morente te recomiendo también, y muy enfáticamente, Omega, el disco y en especial la canción. Son versiones de temas de Leonard Cohen y también poemas de Lorca. ‘Omega’ me hace acordar a ‘Ederlezi’, el tema de Goran Bregovic. Será lo gitano.”

Iván tiene, además de un gran gusto musical, un sitio sobre juegos de ingenio que se destaca por contenido y por diseño. Conjunción poco frecuente en estos tiempos.

[14/5/2012]

Juegos de Ingenio, el sitio de Iván, sigue en pie y creciendo. Ya no en Geocities, que Yahoo destruyó a la manera de los grandes imperios, sino en su propio dominio: juegosdeingenio.org.

Mudanza, hecha

[14/5/2002]

Entre el ítem anterior (el post, en la jerga) y este ocurrió el cambio. Ahora La Mágica Web está construido con Movable Type. Algo que todavía tengo que arreglar: los links permanentes, que cambiaron. En los casos en que un ítem (sí, sí, se dice post) señala a otro, ese link por ahora no funciona.

Mudanza, anunciada

[14/2/2002]

Estoy por sacar este weblog del abrigo protector pero caprichoso e inconstante de Blogger, para pasarlo a la promesa encendida y glamorosa de Movable Type. Si después de eso la vida continúa no será para creer en milagros, pero casi. (El lector no debería notar diferencias de peso, excepto tal vez la posibilidad de hacer comentarios públicos a cada ítem. Cosa que todavía no estoy seguro de agregar.)

[14/5/2012]

Agregué la posibilidad de hacer comentarios, por supuesto. Fue un cambio enorme: se ve porque inmediatamente vinieron a comentar los compinches “bloggers” que ya tenía (sus comentarios están abajo). Aunque todavía siguiera diciendo “ítem” en vez de “post”.

Con el tiempo, Movable Type cayó en desgracia, y surgió la estrella prodigiosa de WordPress.

Ahora, por supuesto, estoy volviendo al abrigo protector, ya no tan caprichoso ni inconstante, de Blogger.