Tiene un pote de pintura negra y un pincel muy fino. Empieza a trazar figuras sobre la pared blanca. Figuras delicadas, pequeñas, llenas de detalle. Después de varias horas la pared está cubierta por una filigrana de líneas y puntos, y sin embargo no queda satisfecho. Agrega detalles aquí y allá, rellena espacios, prolonga líneas, redondea vértices y pone puntas a los círculos. Cada vez es más difícil ver lo que hace, porque el negro va cubriendo la superficie entera. Pero sigue, porque lo tiene todo claro en la imaginación. Y así llega el momento en que la pared completa está negra. Entonces limpia el pincel como para empezar otra vez, y va a buscar un pote de pintura blanca.
Mes: diciembre 2003
Ak y Ok están a un par de pasos uno del otro, dentro de la cueva, aplicando pigmentos a la piedra con todo cuidado. Son amigos, hermanos, compañeros de clan. Pero algo los separa: cada uno tiene un estilo diferente. Son estilos que aún no tienen nombre, porque ellos mismos los han inventado.
Ak mira lo que hace Ok y gruñe. Luego vuelve a atender su propio trabajo. Así ocurre varias veces, hasta que Ok se vuelve hacia Ak, molesto.
—¿Qué pasa? —pregunta.
—Lo que estás haciendo —dice Ak.
—¿Qué tiene de malo? —pregunta Ok.
Ak echa otro vistazo a la piedra de Ok y sacude la cabeza con asco.
—Eso no es arte.
Estoy en una burbuja, flotando sobre la ciudad, recostado como en una hamaca paraguaya. Tengo los dedos de los pies a la altura de los ojos, los brazos cruzados sobre el pecho, y miro hacia la izquierda, al horizonte que queda justo por encima de la azotea del edificio más alto.
Dicen que los chinos inventaron las burbujas, como tantas otras cosas. Pero estaban reservadas al Emperador y a los miembros más elevados de su corte. Cuando el Emperador salía a flotar en una burbuja, a quienes vivían cerca de la Ciudad Prohibida les estaba vedado mirar al cielo.
Hay que estar quieto, porque si no resulta peligroso. Sobre todo si uno tiene las uñas largas y se le ocurre hacer presión en la membrana delgada. O si no se ha quitado los zapatos y mueve los pies con brusquedad. O si ha quedado un mosquito aquí encerrado y uno lo persigue sin mirar dónde pega. En cualquiera de esos casos es probable que la burbuja, y uno mismo, se convierta en apenas un sueño.