Categoría: Diario

Deuda

Suena el teléfono. Atiendo. Una grabación me recuerda la deuda de siete pesos que hace dos o tres años dejó sin pagar el ocupante anterior de este departamento. Amenazas, advertencias, arrebatos. Así es como mi teléfono no permite hacer llamadas de larga distancia. Hace un año que vengo oyendo la misma grabación un par de veces por semana, a distintas horas. Traté de pagar la deuda, que con los intereses debe andar ya por los ocho pesos con cincuenta. Pero quedé vencido por la burocracia de los mismos acreedores: nunca me mandaron la factura prometida. Así es como se acerca la vejez.

Tiempo

Empezó agosto, y yo todavía luchando con abril.

(Abril es una palabra hermosa. Suena como atril, pero es mucho más linda.)

(Ahora que dije atril, me acordé de una pareja que conocí de campamento en Valeria del Mar, hace muchos años. Se llamaban mutuamente Trilo y Trila. Porque un día tendrían un hijo, y entonces serían una trilogía. Cosas que vuelven a la memoria por asociación libre, en la primera media hora de un nuevo mes, cuando uno todavía está con meses de atraso en la vida.)

Taekwondo

El domingo pasado, a la mañana, mi hijo dio su primer examen de taekwondo, en un club de Villa Adelina. Así consiguió su cinturón blanco punta amarilla.

No fue aburrido como parecen indicar estas fotos del público.

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Sin entrar en pormenores, la cosa se veía más o menos así:

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Foto por Eduardo Abel Gimenez

Nieve

Ahora que está nevando en Buenos Aires, los diarios piden a los lectores que les manden fotos y videos. Pero ¿qué mejor demostración que este detalle de pantalla del Servicio Meteorológico Nacional?

nieve.jpg

Más tarde:

Este es el aspecto de mi auto, estacionado en la esquina de casa, a las once y media de la noche.

nieve2.jpg

Fondo de pantalla

Hoy puse esta foto como fondo de pantalla en mi compu. (Click para verla grande, en el tamaño original.)

<img id="image2889" src="http://magicaweb.files.wordpress.com/2018/02/fondo-de-pantallap.jpg" alt="fondo-de-pantallap.jpg" />

La saqué el 25 de julio de 2004, desde el Eladia Isabel, saliendo de Buenos Aires hacia Colonia. No tiene retoques, era la realidad del momento tal como la vio la cámara (si es que algo se puede llamar realidad, con o sin cámaras de por medio).

Generaciones

Cuando quiero información sobre lo que sea, busco en Google. A veces, cada tanto, pregunto en algún foro.

Mi hijo Gabriel (once años ya), busca en YouTube.

La luna se perdió de vista

La luna se perdió de vista. Veo una ventana iluminada muy cerca, otra ventana iluminada algo más lejos, muchas ventanas iluminadas en la distancia. Una canción de Ani DiFranco disimula el ruido de la habitación de mi hijo y el ventilador de techo. Pasó la medianoche de un día largo, casi tan largo como los días más largos.

La luz fuerte viene del monitor. También hay dos lucecitas rojas en el contestador telefónico, una luz azul intensa en el Fast Track Pro, dos luces rojas muy tenues en el amplificador. Se acabó la pizza. Se acabó el vino. La noche no, es lo que no se termina.

Tengo los lentes sucios. La capa de mugre genera un efecto de neblina que le da encanto al monitor y me hace difícil leer lo que escribo. Estos ojos no ven ni la cuarta parte de lo que debieran para entender el mundo. Estas manos no tipean ni un décimo de lo que debieran para describirlo.

Ahora que Ani DiFranco acaba de callarse no podía faltar una bocina, ni alguien llevándose puesta la cuneta de la esquina, ni una alarma en algún lugar del barrio: grillos estúpidos sin mensaje real. Ani otra vez, entonces, la misma canción: Your next bold move.

you want to track each trickle
back to its source
and then scream up the faucet
‘til your face is hoarse
cuz you’re surrounded by a world’s worth
of things you just can’t excuse

Quién pudiera salir volando entre los barrotes.

Lo que va del año

  • Me levanté a las doce y media.
  • Le preparé leche con Nesquik a mi hijo.
  • Tomé un yogur.
  • Empecé a escribir un cuento, y se me quedó en el camino.
  • Hablé por teléfono con mi madre.
  • Tomé un café.
  • Le preparé cereales con leche a mi hijo.
  • Subí una foto a este grupo de Flickr.
  • Le ofrecí helado a mi hijo. No lo quiso. Me lo comí. (Mi hijo no tiene interés en almorzar. Yo tampoco.)
  • Traté de publicar los posts de hoy de TamTam, pero en este momento el servidor no funciona.
  • Escribí tres emails.
  • Apenas son las tres y diez de la tarde. Tengo calor.

Y esto recién empieza.

Antes de las seis

Por un momento entendí cómo sería salir a la calle y quedarme a vivir ahí. Creo que era un sueño. Fue esta madrugada, un poco antes de las seis, despierto pero queriendo dormir, mientras miraba las rayas rojas del despertador que dibujaban números globalmente comprensibles para mi cabeza globalmente incomprensora. Pero antes de que la idea se acomodara cambió el minuto y quedó un vacío. Entonces pensé en escribir un soneto, dibujar un árbol, fotografiar el Snoopy escritor, y no hice nada de eso. Comienzo confuso del día, comienzo del día confuso, puntos en el horizonte que no terminan de hacerse barcos.

Auto limpio

Llevo el auto a lavar, después de mucho tiempo. Cuando lo traigo de vuelta sube Gabriel al asiento de atrás, como siempre (Gabriel es mi hijo, tiene diez años), y enseguida me dice:

—El auto huele igual a cuando fui a Verónica.

Lo miro sorprendido, por el espejo retrovisor. La ida a Verónica fue hace como seis meses. Entonces agrega:

—¿Viste qué bien ando de la olidez?

Me río:

—De la olerancia, querrás decir.

Se ríe:

—No, de la olfatitud.

Nos reímos los dos. Y nos ponemos de acuerdo en que cualquiera de esas palabras debería existir.

Pero Gabriel no está contento.

—El auto me gustaba más cuando estaba sucio.

—¿De veras? —mientras arranco pienso un poco—. Claro, lo que pasa es que ahí atrás tenías restos de cada caramelo, cada galletita, cada chocolatín que te comiste en los últimos meses. ¡Al lavar el auto se llevaron tu memoria!

Gabriel se mueve, hace algo que al principio no entiendo. Escarba, digamos.

—¡No se llevaron todo! —dice después, y me muestra el celofán que envolvía un sorbete de caja de Gatorade.

—Ah, no, es trampa —contesto.

—También hay un papelito de caramelo de miel.

—¡Pero qué vergüenza! —protesto—. Voy a pedir que me devuelvan la plata proporcional. Si había ciento veintitrés papelitos y dejaron dos, eso significa que me deben…

—Como tres centavos.

—Y sí, voy a reclamarlos.

—Pero no tenés en cuenta que también lavaron por afuera.

—Cierto. Un centavo y medio entonces.

—¿Vas a reclamar por un centavo y medio?

—Sí, claro.

Hay una cuadra de silencio, mientras sigo manejando, y entonces Gabriel remata:

—No te olvides de mi comisión por haber encontrado los papelitos.

Así andan las cosas por aquí.