Categoría: Diario

Tanta primavera

[11/5/2002]

Dejo constancia de que llegó el fin de semana y el clima no se arruinó. Con tanta primavera deberíamos sentirnos compensados. ¿Alguien tendrá estadísticas sobre estos fenómenos?

[11/5/2012]

Diez años después es viernes. El clima se arruinó ayer. Hoy está mejor, más bien fresco. Pero estos días hubo otra vez mucha primavera. Sigo sin saber dónde habrá estadísticas al respecto.

Un vicio de escritura

[10/5/2002]

Empiezo a notar un vicio en la forma en que escribo. De pronto dejo que un comentario marginal interrumpa el tema en que estoy y se desarrolle de un modo exagerado, arrastrándose por varias líneas, como una ola gigantesca, un maremoto, un (¿una?) tsunami que se lleva por delante la mayor parte del texto, arrastrando consigo enumeraciones, listas, metáforas, incontables restos de naufragio de otros pensamientos, otras ideas, otros comentarios que tal vez nunca llegué a anotar, o que ni siquiera lo merecían, de manera que en de pronto cuesta seguir el hilo, cuesta rebobinar hasta el momento en que empecé y creía saber dónde iba, como si estuviera queriendo reescribir a Machado para afirmar que “caminante no hay laberinto, se hace laberinto al andar”, y al fin y al cabo así estamos, y aquí llegamos, y estoy buscando la manera de poner un punto.

Cambio

[9/5/2002]

—Cambio.

—Cambio.

—Cambio.

—Cambio.

El sonido cuadrafónico era producto del conjunto de arbolitos, un bosque en realidad, que se había reunido en la esquina. Como suelo ser tan metido, le dije a uno:

—Perdón, pero ¿por qué está todo el mundo haciendo cola en este lugar y allá a la vuelta no hay nadie?

Es que realmente estaba todo el mundo ahí, media cuadra de gente con la paciencia por el suelo pero todavía digna.

—Es que allá a la vuelta no tienen pesos —me contestó otro de ellos, el de pulóver rojo, de pie junto al primero.

—Por eso estamos acá —dijo el primero.

—Adentro venden, afuera compramos —pretendió aclarar el otro.

—Nadie tiene pesos —exageró apenas el primero.

Entonces debió haber una señal oculta, un acontecimiento paranormal, algo a mis espaldas o fuera de mi entendimiento, porque los dos se dieron vuelta, me enfocaron fríamente con sus nucas y se olvidaron de mí, o pretendieron olvidarse. Yo, sin dólares ni pesos y ya ni siquiera curioso, seguí caminando.

(…)

Entré a una librería que está por cerrar, sobre Cabildo. “Liquidación definitiva”, dicen sin piedad los letreros rojos. Como daba la casualidad de que llevaba dos libros nuevos en el bolsillo de la campera, lo primero que hice fue acercarme al mostrador, donde había un hombre y una mujer.

—Miren —dije, mientras abría el bolsillo—, acabo de entrar y quería…

No es que haya hecho una pausa: debo decir que mantuve el ritmo. Pero tengo que anotar las dos caras de sospecha que me enfrentaron. Hay tantos locos, hay tanta gente rara, tantos ladrones, tanta violencia, la crisis es tan grave, estamos tan mal, es tan peligroso. Muchos mensajes cruzados había en esas caras. Más que mantener el ritmo la verdad es que me apuré un poco:

—…avisar que tengo dos libros que no son de acá, por las dudas de que ustedes los tengan.

Saqué los libros, los puse sobre el mostrador. El hombre los miró durante varios segundos, mientras la sospecha se diluía muy lentamente. No eran libros que pudieran tener, pensé en ese momento: ambos fueron impresos afuera, uno es difícil de conseguir, el otro directamente no fue importado porque hay edición local. La mujer perdió interés en mí.

—Puede ser que estén —dijo el hombre con desgano—, pero no importa. No importa. —Y como no era suficiente, hizo un gesto con la mano que podía significar una despedida y repitió una vez más: —No importa.

Me desanimé. Aunque no tanto. Guardé mis dos ejemplares y fui camino al verdadero desánimo: el que me provocaron los libros en venta.

Hay de todo, pero el ejemplar típico es más o menos así. Tiene las puntas un poco torcidas, la tapa un poco rayada con un poco de polvo. La etiqueta blanca dice “Antes x pesos”, donde x es un valor ridículo, indignante; y “Ahora y pesos”, donde y es otro valor ridículo e indignante, aunque un poco menos, algo así como el doble de lo que pagaría por un volumen que de verdad me interesara.

Dejando de lado los libros-libros, me dediqué a los no-tan-libros. Guías Michelin, revistas de computación, historietas. Caramba. Encontré un par de Calvin & Hobbes que podía haber comprado. Pero se habían humedecido en algún sótano perverso, seguramente bajo un baño público abierto las 24 horas donde nadie entraba a limpiar ni siquiera los lunes a la mañana, con los caños podridos por la edad y la vergüenza, bajo esas baldosas grises con regueros amarronados por la insistencia del tiempo. Por su parte, los Lucky Luke ni siquiera eran de Goscinny.

Salí con los mismos libros con que había entrado. No muy lejos seguía el concierto:

—Cambio.

—Cambio.

—Cambio.

—Cambio.

(…)

En el camino de vuelta me vino una frase a la cabeza, una de esas frases estúpidas que se forman solas y no se quieren ir, tal vez porque combinan lo verdadero con ese dragón interno que todo lo quema. Tanto insistió que pensé en anotarla cuando llegara a casa:

“Hasta los bebés parecen más tristes.”

Pero no la anoté, no me atreví. Era demasiado. Ahora apenas si puedo escribirla entre comillas, acolchada, en sordina. El relato de la cosa, no la cosa en sí.

[9/5/2012]

El recurso de repetir “—Cambio” de esa manera viene directamente de un fragmento de Gelatina, el primer texto que publicó Mario Levrero:

“La calle de las prostitutas no estaba lejos.

“—Señor.

“—Señor.

“—Señor.

“—Señor.

“—Señor.

“—Señor.

“—Señor.”

Nuevo link para Lucky Luke (Wikipedia, claro).

El dragón

[9/5/2002]

Tengo mucho trabajo que hacer, con o sin ganas, día tras día. Tengo una familia de la que ocuparme, porque así lo elegí. Tengo amigos, pocos pero buenos, a quienes quiero atender. Tengo que dormir la siesta, como sea, interrumpiéndolo todo. Tengo trámites pendientes, de los que me obligan a salir de casa o llamar por teléfono. Tengo que leer, por gusto y porque hay que hacerlo, diarios, libros, websites, email, con la pantalla en progresiva sustitución del papel. Y además, como si nada fuera suficiente, tengo que darle de comer al dragón.

[9/5/2012]

Sigo teniendo que darle de comer al dragón. Es, al mismo tiempo, lo mejor que hay y un esfuerzo doloroso. Pero no puedo parar. Después de todo, no es que yo sostenga al dragón sino que el dragón me sostiene a mí.

Me duele la cabeza

[9/5/2002]

Me duele la cabeza. La molestia arranca en un lugar de la espalda, mejor dicho un arco que va de hombro a hombro pasando por una vértebra dorsal. Desde ahí, en ondas radiales, avanza y crece hacia un punto en la base del cuello, ese sitio podrido que odio tanto. El cuello en sí no está tan mal, pero arriba, en la nuca, hay problemas. Hamacar la cabeza de un lado a otro no ayuda, salvo a marearme. Las aspirinas todavía no hicieron efecto.

Es raro que me duela la cabeza. Me dolía muy seguido años atrás, pero dejé de fumar y los dolores casi terminaron. Hoy, sin embargo, el monstruo se despertó otra vez. Me pregunto qué habré hecho.

También es raro que pueda rastrear el momento exacto en que empezó el dolor. Primero sonó mi despertador, a las seis y media, como todos los días. Lo apagué y seguí durmiendo: no siempre consigo levantarme enseguida. A las siete menos diez sonó el despertador de mi mujer, con el que siempre acabo de despertarme. De algún modo me las ingenié para quebrar la rutina y, sólo por hoy, incorporarlo a mi sueño. Estaba soñando tan felizmente. No recuerdo qué, mi costumbre es borrar los sueños, pero era feliz. Mi mujer debió tocarme el brazo para que una parte de mí decidiera que ya era hora. Reaccioné rápido, me senté de golpe, y ahora me acuerdo de que en el sueño, abruptamente, algo me hacía enojar, algo estúpido, un impedimento que otros ponían inútilmente, sólo para molestar, algo que no puedo describir pero siento otra vez como si estuviera ocurriendo. Y ahí, en ese instante entre el segundo en que empecé a reaccionar y el segundo en que estuve del todo sentado, llegó el dolor.

Después, más o menos, me olvidé. Volvió hace un rato. No perdona, nunca perdona. Ahora tengo que hacer penitencia.

[9/5/2012]

Donde dice “aspirinas” ahora diría “ibuprofeno”. Pero hace diez años eran aspirinas nomás. Me sorprendí con eso.

0-3

[8/5/2002]

Fue al Policlínico Bancario a sacarse una radiografía, vacunarse contra la gripe y comprar unos remedios. Placas no había, con la vacuna aún no empezaron, medicamentos no quedaban. Mi viejo y su obra social de toda la vida.

[8/5/2012]

Así fue. Años después, con internaciones y otras penas, las experiencias serían más graves.

Clima extraño

[8/5/2002]

Hay algo extraño en el clima que estamos teniendo en Buenos Aires. Hace varios días que la temperatura pasa de veinte grados, hay un sol radiante, la humedad es razonable. Pero esto es mayo, hoy es ocho de mayo. No es primavera, es otoño, y bien avanzado.

La gente todavía no lo cree. Todos salen con abrigos, capuchas, miran al cielo sospechando trampas o sorpresas. Claro: cómo creer en algo, aquí en Buenos Aires, en esta época. Ni el clima, el auténtico clima, el meteorológico, es digno de confianza.

(Me acuerdo del chiste de Mafalda, que siempre me gustó repetir. Lo cuento de memoria. Llueve, y Guille, que está harto, dice algo como “¡Ezte gobiedno!” o “¿Ez pod el gobiedno?”. Mafalda comenta: “El pobre todavía no sabe repartir bien las culpas.”)

[8/5/2012]

Pasa algo parecido estos días. Clima cálido, sol radiante. Pero no parece tan raro como diez años atrás, como si nos estuviéramos acostumbrando.

El blog y la escritura

[8/5/2002]

La cantidad de visitas a esta página está creciendo bastante. El servidor me dice 585 en lo que va de mayo (siete días, diez horas, quince minutos). La cosa me halaga y me asusta a la vez. Bueno, me aterra. Es un hecho fuerte en mi vida: estar escribiendo de nuevo, luego de algunos años de teclas caídas, y hacerlo con este grado de exposición. Publicación inmediata, lectores instantáneos. Y, a veces, comentarios en el día.

Esta semana hablé del mismo tema con tres amigos: el weblog es el mejor formato que puedo encontrar. Gracias al weblog tengo un compromiso conmigo mismo de escribir algo cada día, o casi. Y esto de la publicación inmediata, el lector instantáneo, me obliga a pensarlo bien. No es como antes, cuando escribía para un cajón de escritorio: “lo puedo corregir después, terminar más adelante, olvidar para siempre”. Es decir, sigo escribiendo lo que quiero, pero luego, antes de apretar el botón maldito, viene el mejor de los filtros: ¿es realmente lo que quiero decir, y es realmente lo que quiero que se lea de mí? Además, ese filtro se va ajustando, se va haciendo más preciso, y a la vez más laxo: por eso creo que mi weblog cambia tanto de un mes a otro, de una semana a otra.

También está el miedo a que este sea el último día.

[8/5/2012]

No fue el último día. Seguí profundizando en el “estilo blog” de escritura, eso de publicación inmediata. Fue algo central en mi vida durante mucho tiempo. Y luego, medio imprevistamente, volví a pensar en términos de libros. Desde hace un par de años, otra vez escribo libros.

¿Qué hago con tanta irrelevancia?

[7/5/2002]

¿Qué hago con tanta irrelevancia? ¿Qué hago con la ansiedad? ¿Qué hago con el trabajo pendiente que no quiero hacer? ¿Qué hago con los recuerdos, los desacuerdos, los terremotos que no llegan a la superficie? ¿Qué hago con el ruido de martillazos? ¿Qué hago con las lamparitas quemadas? ¿Qué hago con el polvo de los libros? ¿Qué hago con la campera que perdió mi hijo en la escuela? ¿Qué hago con la necesidad de ir a la peluquería? ¿Qué hago con la vieja colección de Investigación y Ciencia? ¿Qué hago con la novela que quiero y no quiero publicar en la Web? ¿Qué hago con la pileta tapada? ¿Qué hago con las fotos que están en álbumes demasiado viejos? ¿Qué hago con las fotos? ¿Qué hago con los papeles que se amontonan en el escritorio hasta caer sobre el mouse como un alud de reproches? ¿Qué hago con este destornillador que está aquí desde hace una semana? ¿Qué hago con los anteojos de leer que se rompieron? ¿Qué hago con el reloj que se rompió? ¿Qué hago con el cargador de celular que no aparece? ¿Qué hago con el texto que me encargaron mis viejos compañeros de colegio? ¿Qué hago con las dudas? ¿Qué hago con la falta de energía? ¿Qué hago esperando? ¿Qué hago escribiendo? ¿Qué hago que no haya hecho antes?

[7/5/2012]

Unos días después, Jorge Varlotta se tomó el trabajo de responder todas las preguntas, una por una. Después llegó respuesta de Luisa Axpe. Y por último, Jorge le respondió a Luisa.

Lo que se ve en los techos

[7/5/2002]

Qué cosa lo que se ve en los techos. Desde mi ventana veo varios, y en ellos hay:

  • Una maceta vacía, caída.
  • Dos palomas que se ignoran mutuamente.
  • Cuatro caños blancos, acostados, entre restos metálicos que no llego a reconocer.
  • Una antena de televisión, enorme y torcida, fuera de uso.
  • Un inodoro (desconectado).
  • Dos chimeneas.
  • Una chimenea.
  • Tres chimeneas.
  • Ropa colgada, siete prendas, el arco iris del que escribí hace unos minutos.
  • Un perro con las orejas bien altas, atento a las emergencias que podrían producirse alguna vez en su vida.
  • Más ropa colgada.

Gente no hay, están todos adentro o en la calle. Ahora la paloma es una sola.

[7/5/2012]

Ventana al contrafrente, claro. Ahora que tengo ventana a la calle, la vida es mucho menos interesante, aunque más movida.

Lo del arco iris en MW+X está acá.