Categoría: La última luz

Responsabilidad

—Tierra —grita el vigía después de tres meses de navegación.

Las dudas del capitán, que han ido creciendo durante las últimas semanas, llegan al punto más alto. Decidir es imposible. Antes que se haga demasiado tarde, ordena dar media vuelta y le deja la responsabilidad a algún otro.

Encuestas

Gerd maneja demasiado rápido, tocando la banquina en cada curva, llevado encuestas por el olor del viento que empuja el parabrisas hacia atrás. Pero la palabra encuestas sobra en la frase anterior, vino de otra parte, llevada por el mismo aire que Gerd tortura a su paso, arrastrada en dirección a este texto por las tensiones internas de otro texto, expulsada letra a letra a la banquina de un lado de la autopista sólo para que llegara al otro lado de la misma autopista, escupida, intrusa aquí y allá como un jarabe amargo en el sector de la farmacia donde sólo se vende a los niños.

Bicicleta

Para acceder a la verdad última debo olvidar que conozco la palabra bicicleta. Y sin embargo paso el tiempo pensando en bicicleta, bicicleta, bicicleta, bicicleta. Irresponsable de mí. Estoy condenado.

Azul

Azul cobalto. Liza acerca la copa a la nariz hasta tocar el borde, física de asteroides, asimetría íntima. Paul toma despacio y sin parar, lo que anuncia una catástrofe para esta misma noche. La luz se esconde tras el biombo. En la mesa quedan restos de un postre obligatorio, chocolate avergonzado, lirios de campo. Las encuestas no hablan de esto. La luna está en otra parte, pero igual es de noche. Liza se ríe con el lado izquierdo. Paul, en espejo, con el derecho. Están de acuerdo en algo que ni sospechan.

Azul cobalto es el color de la electricidad.

¿Te gustaría?

¿Te gustaría mover camino,
comer el fuego,
hacerte la canilla,
saltar golosinas,
cortar el charco,
abrir el tonto,
encender los pies?

Seguro que hay un idioma en que se puede.

Feria de Palabras

En la Feria de Palabras había un tipo que encontraba significados para todas las combinaciones de cuatro letras. Otro tenía un adjetivo esdrújulo para cada persona que pasaba. Dos mujeres se alternaban para decir palabras, la primera usando letras de la A a la K, la otra el resto.

Hubo que cerrar el Pabellón Rimado, por la cacofonía que se generaba.

El Director de Verbos terminó renunciando por la presión de la Sociedad Adverbial.

Hubo muchos días nublados, jamás se cumplieron los horarios, la mitad de los stands estaba a oscuras, los colectivos dejaron de pasar por la puerta. Se armó un revuelo publicitario a partir de algunas palabras esponsoreadas y otras que terminaban en anto.

Se habló más de la cuenta.

Yo fui el viernes, cuando el humo era más espeso y los gritos se oían desde la plaza. Las ambulancias no daban abasto. Un helicóptero sobrevolaba la entrada a baja altura. Alguien entregaba volantes escritos en francés. Me quedé apenas media hora, y al salir encontré que todo era un poco menos claro.

Entonces llamó Candia y dijo: “Azul drástico morder.” Me rendí.

El sendero de las torres se llenó de gente apurada. Semáforo impotente. Guarida esquizofrénica. Jauría íntima. Danza panza. Atril. Cigueña. Simulacro.

No hubo dioses en la iglesia que erigieron a propósito. No hubo fieles. No hubo un domingo para pasar en el parque, lejos de las frases hechas. Se cansó el silencio. Se hizo tarde. Se hizo añicos. Se hizo odiar.

Cambió la perspectiva de las cosas, poco a poco, hasta que nadie pudo entrar a la salida, ni salir por los costados. No hubo frentes ni dorsos. Fin de las designaciones, start all over again.

Para el año que viene se dice que habrá algo de prolijidad, pero los regueros de tinta serán difíciles de limpiar.

Cajones

Son setecientos treinta cajones. Algunos están con llave. Algunos están en otro edificio. Algunos son imaginarios, o apenas recordados. Seguramente hay cajones vacíos, y cajones tan llenos que no se los puede abrir. Unos cuantos están etiquetados, otros tuvieron etiquetas pero ya no, y me queda un montón de etiquetas en blanco, apiladas en alguno de los cajones sin etiquetar.

El plan es organizar el contenido de los cajones y ponerlo en carpetas, y con esas carpetas llenar estantes. No sé por dónde empezar, si por los cajones más próximos o por los más fáciles, o por los más tentadores, o por los obligatorios. Tal vez vaya a comprar unas carpetas, o unos estantes. Tal vez vaya a medir la pared para los estantes, o pregunte por el precio de las estanterías en el negocio nuevo de la otra cuadra. Tal vez haga unos garabatos en un papel y lo guarde en ese cajón de arriba a la izquierda, el nuevo, el que empecé ayer a la tarde.

La última luz

Hay que caminar hasta la última luz y ahí doblar a la izquierda. Se pone completamente oscuro. En adelante sólo hay una sucesión de piedras y agujeros que hay que atravesar tanteando el suelo paso a paso. No sé cuándo, pero en algún momento vas a tropezar con una pared más alta que lo más alto que puede llegar tu brazo. Ese es el final del recorrido. No intentes seguir por los costados porque no los hay.

Más tarde vas a sentir que te tocan las rodillas, los codos, los tobillos, los hombros. No hagas nada, aunque sí te estará permitido hablar. Podés decir lo que quieras, siempre que no los nombres. Se enojan mucho si alguien los nombra.

Terminado el reconocimiento, te van a invitar a volver atrás. Por más tentador que resulte, tenés que rechazar la invitación. Van a insistir. Vas a seguir negándote. Por último habrá un suspiro, y no sabrás si es tuyo o de ellos. La pared se abrirá en dos.

A partir de entonces vas a estar solo.

La dirección equivocada

En el último cuarto del siglo XX la población fue decreciendo a un tres por ciento mensual. Abundaban las casas con fantasmas reales o inventados. Los árboles se hicieron más delgados y altos. Un historiador se volvió loco. Cambiaron los nombres de las calles, a veces sin aviso. El río se puso gris, del color del puente. Un verano dejó de haber mosquitos. Cerraron las dos ferreterías, abrió un kiosco nuevo, robaron los cables de teléfono. Hubo un crimen que salió en los diarios de la capital. Los yuyos crecieron entre las baldosas. El viento empezó a soplar con tanta fuerza que ahora las sombras crecen en la dirección equivocada.

Mientras dobla las toallas

Mientras dobla las toallas esconde perlas falsas en los pliegues. Enciende una vela y deja caer cinco gotas de cera en la almohada. Abre el horno, mete tres medias diferentes y vuelve a cerrarlo. Hace un nudo con la cortina del baño. Mueve a un costado la mesa del living, da vuelta la alfombra que está abajo y pone la mesa otra vez en su lugar. Sale al balcón y, mientras se decide, piensa que si hubiera vida tras la muerte podría mirar la expresión de todos cuando tratan de resolver el enigma.