Categoría: Diario

Sueño

Soñé que quería ir a una exposición, una gran Feria como la del libro pero de otra cosa, no sé de qué. Subí a un taxi y le dije al conductor “A Toledo y Manila”, que era la esquina de esa Buenos Aires onírica en que estaba el centro de exposiciones.

Anduvimos un buen rato. Mientras tanto, yo pensaba en el nuevo disco triple que acababan de grabar los Beatles, del que tenía un ejemplar en casa pero que por algún motivo todavía no había oído. Entonces el primero de los discos empezaba a sonar en el taxi, una canción de Lennon. Por un momento pensé que le había dado el disco al taxista, e incluso que no me lo iba a devolver, pero nada de eso, era la radio, y por la mitad del tema un locutor estúpido se puso a hablar de algo.

El reloj del taxi marcaba siete pesos con cuarenta y nueve cuando el taxista paró en la esquina de dos avenidas empedradas, con mucho tránsito, sobre la mano izquierda. El lugar me resultaba desconocido.

—¿Es acá? —pregunté.

—¿Qué cosa?

—La exposición.

—No —dijo el taxista, que parecía un poco distraído—, la verdad es que no.

—Bueno, no importa. Puedo caminar un poco.

—Pero más bien tendrá que tomar un colectivo —dijo el taxista, mirando hacia una serie de paradas que se divisaban sobre la otra avenida, a nuestra derecha.

—¿Cómo un colectivo? —protesté—. ¿Tan lejos estamos?

—Qué barrio éste —dijo el taxista, o algo así—. ¿Sabe que acá la gente tiene pocos CDs o DVDs?

—No, no lo sé —respondí—. Por favor, dígame dónde es la exposición.

El taxista, que debía tener unos sesenta años y el bigote bien negro, siguió hablando de algo que ya no recuerdo, así que me bajé. El taxi no era negro y amarillo, sino negro y rojo.

—Qué loco está este tipo —dije, cuando ya no podía oírme.

Caminé unos metros hasta la otra avenida y paré un segundo taxi. Era una especie de Ford Falcon muy viejo, muy bajo, con una visera enorme sobre el parabrisas. Me senté como siempre en el asiento trasero, pero por algún motivo el taxista estaba sentado junto a mí, y en realidad era el asiento delantero, un lugar muy cómodo, muy agradable, tanto como la charla del propio taxista, de la que no me quedó nada.

Dimos vueltas durante un largo rato antes de que me diera cuenta de que no le había dicho dónde íbamos.

—A la avenida Toledo —dije.

—¿Toledo y qué? —preguntó el taxista, y entonces comprendí que me había olvidado completamente del nombre de la otra calle.

—No sé. Voy a una exposición que está sobre Toledo.

—¿Qué exposición?

Pero eso tampoco lo sabía. ¿Y ahora qué?

—¿Es muy larga la avenida Toledo? —le pregunté al taxista, pensando en ir a una punta y recorrerla cuadra por cuadra hasta encontrar la exposición.

Pero el taxista hizo un gesto desalentador.

—¿Me puede decir algunos cruces principales? —dije ahora, esperando poder reconocer la calle que había olvidado.

El taxista se puso a pensar. Pero entonces yo estaba hablando por teléfono con una amiga, a quien acababa de contarle el problema y me insistía en que al menos tenía que saber de qué exposición se trataba. El teléfono era en realidad unos auriculares. La cabeza me daba vueltas con ideas para descubrir a dónde tenía que ir, pero nada parecía efectivo. Además, me estaba quedando sin pilas.

En realidad, los Beatles no habían grabado ningún disco nuevo.

Así

[31/7/2003]

Y así, sin grandilocuencia, sin nada tan bueno o tan malo, como una muerte entre sueños, se acaba el mes.

Cuando tengo tos

[22/7/2003]

Cuando tengo tos, como ahora, me vuelven las ganas de fumar. Dejé hace ocho años, pero todavía recuerdo el efecto especial del cigarrillo mezclado con la tos. Una bocanada breve, tensa, un esfuerzo para que el humo se quedara adentro durante un par de segundos y, sobre todo, para poder exhalarlo antes de toser otra vez, porque toser con humo en los pulmones no era agradable. Después, o antes, un gusto a flema nicotínica, sobre todo a primera hora del día (y tal vez por eso el deseo de fumar vuelva en este momento, tan temprano por la mañana).

El fenómeno es igual a lo que ocurre con el olfato, cuando un olor repentino nos recuerda algo vivido años atrás. Hace unos minutos, ya frente a la computadora, tosí un poco, sentí ese dolorcito en el pecho, y me vino a la mente, como una foto superpuesta a la realidad, el acto de ponerme un cigarrillo en la boca, acercar el encendedor y prenderlo. Parecía que lo hubiera hecho ayer, y entonces ¿por qué no podía hacerlo también hoy?

Normalmente ya no pienso en fumar. Sólo en situaciones extremas.

Tres de las cosas que odio

[10/7/2003]

  1. Las canillas que tras lanzar un chorro saludable van languideciendo de a poco, hasta escupir un hilito de algo parecido a baba que jamás va a alcanzar para mantener el calefón encendido. Tengo una así en el baño. No era así cuando nos mudamos. No sé a quién reclamar por la estafa.
  2. El fierrito que está en el alféizar de la ventana del dormitorio, que impide a la persiana bajar normalmente. Para que cierre del todo tengo que bajarla casi hasta el final, abrir la ventana (con el frío que hace), y mientras con la mano izquierda empujo la persiana hacia afuera, maniobrar con la derecha en la cinta hasta que todo se oscurezca como corresponde.
  3. Haber olvidado la tercera. Eran tres, estoy seguro. Las tenía bien claras en la cabeza, porque las experimenté hace un rato. Así que ahora la tercera es mi memoria, estos agujeros que aparecen repentinamente y que dejan un gusto a remedio vencido.

Cruce

[3/7/2003]

Si no tuviera tanto sueño contaría en detalle cómo fue que anoche, por la avenida Crámer, venía una ambulancia a toda velocidad en un sentido y, en el otro, usando el mismo carril, un auto con hinchas de Boca que festejaban desaforadamente. El semáforo, exactamente a mitad de camino entre los dos vehículos, estaba en rojo. Me quedé petrificado en la vereda, seguro de que iba a ver una catástrofe. La ambulancia, con la autoridad que dan las sirenas, siguió de largo, haciendo una ese para cruzar la bocacalle. El auto de los hinchas se detuvo a último momento, de modo que las banderas ondearon un poco más fuerte, los brazos se agitaron un poco más tensos, los frenos imitaron la sirena de la ambulancia pero en un estilo menos altanero. Un momento más tarde todo había terminado. El semáforo se puso verde. El mundo siguió su curso como siempre, y yo también.

Desde la cama

[30/6/2003]

Desde la cama oigo el ruido inconfundible de una máquina de ascensor que arranca. Suena dos veces, con pocos segundos de intervalo, como si estuviera en el edificio de al lado o en la calle. Pero no hay ninguna máquina de ascensor a la que pueda oír de esa manera. Las de mi propio edificio están doce pisos más arriba. Las del edificio de al lado no sé dónde. Esto ocurre a las seis menos cuarto de la mañana, cuando ya llevo un rato despierto sin razón y sin remedio.

Todo esto

[30/6/2003]

Todo esto es como un arroyo a punto de secarse donde siempre aparece otro chorrito de agua proveniente de un glaciar oculto bajo el polvo del remoto desierto de allá arriba.

A las 6:01

[28/6/2003]

A las 6:01, esa hora tan Batallón de Inteligencia, se me ocurre despertarme. Abro los ojos y ahí están el seis, el cero y el uno, y los dos puntos, en el despertador. Pero es sábado, así que cierro los ojos otra vez.

A las 7:47, esa hora tan Boeing, todavía estoy despierto. Tuve tiempo de pensar en muchas cosas, pero no recuerdo ninguna. Quiero dormir, estoy cansado.

A las 8:12, esa hora tan Chaikovski, a pesar de mis pocas esperanzas, cae el telón para un pequeño entreacto, y me duermo otra vez.

A las 9:09, esa hora tan Beatle, viene Gabriel y me despierta con un grito, con un salto, de una vez y para siempre.

Dignidad

[27/6/2003]

Hace falta un esfuerzo para conservar algo de dignidad al salir del consultorio del dentista.

Melancolía

[23/6/2003]

Disfruto del disco en vivo de Portishead y de una exquisita pasta frola Águila. En horario de trabajo.

Ahora voy por la segunda pasta frola. Hay otras diez en la alacena, pero tendré que contenerme.

El sol está saliendo con mucha lentitud. Son casi las once, y todavía parece que acaba de amanecer. Será que más temprano estuvo tan nublado. Será otro efecto de lo mismo que destruye tantas cosas.

Hora melancólica.