Categoría: La última luz

Cuerda 2

Darse cuerda: acordarse.

Cuerda 1

Dicen que hay que darle cuerda cada 21 de abril, pero se me pasa la fecha y cuando me acuerdo ya está bien entrado mayo. Y así pasa cada año, década tras década, mientras abriles y mayos envejecen y se hacen grises, y el tiempo se convierte en una mancha borrosa, como el engranaje de un reloj que marcara milésimas de segundo.

Falta un libro

Falta un libro en ese estante. Ahí, al lado del Dictionary of Quotations, a la izquierda de La tercera ola, justo encima de Marte rojo. No, no me refiero al espacio que dejó The story of writing cuando lo cambié de lugar. Más a la derecha, ahí donde se entevé la contratapa de Lingüística. Y cuando digo que falta no digo que lo hubo y desapareció, digo que es necesario, que nunca estuvo y no sé si estará, que la biblioteca sería otra cosa si en ese lugar, en ese hueco, hubiera un libro.

Ladridos

Cinco ladridos y un silencio. Tres ladridos y un silencio. Seis ladridos y un silencio. No, no me hables ahora. Cuatro ladridos y un silencio. Por favor, ¿no ves que estoy concentrado? Cinco ladridos y un silencio. Me vas a hacer perder. Dos ladridos.

Papel

Esta hoja de papel sobresale un poco de las otras, y no tengo explicación. Son todas iguales, están parejas, y sin embargo esta sobresale un poco, apenas, lo suficiente para volverme loco.

Taylor Browne

Taylor Browne sale de la oficina a medianoche, sin sospechar que estoy escribiendo sobre él. Lleva el portafolios bajo el brazo derecho, y parece contar los mosaicos del piso con la mirada mientras camina hasta el ascensor. No se da cuenta de las palabras que lo describen aquí. Ya en la calle, levanta la vista hacia el negro amarillento del cielo que la ciudad ofrece a esa hora, vuelve a bajarla y se encamina a la estación de tren. No ha oído hablar de mí, y es poco probable que en el futuro se entere de mi existencia. Camina rápido. En la calle desierta los pasos hacen el ruido de una vieja máquina de escribir. Mientras tanto esta página se va llenando de letras que lo representan malamente, que lo exponen sin explicarlo, que lo señalan sin redimirlo, y él sin darse cuenta.

Escarabajo

A la semana me di cuenta de que era siempre el mismo escarabajo, que se hacía el muerto cada día en un lugar distinto.

Flotar río abajo

Flotar río abajo dejándose llevar mientras los rayos del sol entibian las escamas.

El gurú de los yogures

Pasaba el gurú de los yogures y me dijo que me contaba un chiste. Que no, le contesté. Se quedó de pie frente a mi ventana, tarareando el comienzo de Déjá vu, la canción de David Crosby. No es que la haya reconocido: me lo dijo el gurú de los yogures, que hace como las radios y describe lo que hemos oído y lo que hemos de oír. Tal vez ese fuera el chiste.

Ombligo

Me miro el ombligo. Es perfecto, redondo, con altos, bajos, curvas. Embriaga, hipnotiza. Lo toco con la punta del dedo índice: cede apenas. Mido la profundidad, el ancho, el alto. Recorro los bordes, aprieto un poco aquí y allá. Parece más blando a los lados, más duro por arriba y por abajo. Puedo pasar horas así, días. Cautiva, mi ombligo. Quisiera mostrárselo ahora mismo a mi familia, a mis amigos más queridos, para compartir con ellos esta maravilla. Y a mis conocidos, y a los amigos de mis conocidos, y a los conocidos de todos ellos también. Una experiencia única. Y quisiera poder proyectar mi ombligo al universo, para que en África, en la China, vean asomarse mi ombligo en lugar del sol y entiendan el origen y destino de todas las cosas, su razón de ser.