Mes: abril 2002

Modular PC Downsizes the Computer

[18/4/2002]

Modular PC Downsizes the Computer (AP en Yahoo!): “A little-known San Francisco company called OQO Inc. announced on Tuesday a ‘modular’ computer that crams processor, memory, battery and storage into a package the size of a paperback novel.”

Cuando el dólar vuelva a estar barato (sí, ya sé, no me digan), por fin vamos a poder llevar la computadora al baño.

[18/4/2012]

El artículo ya no está en Yahoo, pero lo encontré en otro lado. OQO Inc., según Wikipedia, dejó de operar en 2009. El dominio oqo.com muestra una página en blanco, lo que es una pena porque ahora OQO, por supuesto, es una editorial española de libros para chicos.

Sobre el tema de llevar la computadora al baño, está claro que el futuro llegó en algún momento de estos últimos diez años. En mi caso, cuando el correo me trajo el Kindle. En otros, con el iPad.

(Mensaje para el próximo futuro que venga: “Kindle” es una marca de aparato especializado para leer libros digitales; “iPad” es una computadora portátil del tipo que ahora se llama “tablet”. Seguramente seguirá habiendo artículos al respecto en la Wikipedia, que por supuesto no hará falta recordar qué es.)

¿Amistoso?

[17/4/2002]

Las itálicas son mías:

Clarín: “El equipo de Bielsa consiguió la victoria en Stuttgart con un gol de Sorín. Aimar y Gallardo tuvieron que dejar la cancha lesionados. Seguramente será el último amistoso de Argentina antes del Mundial.” (sic) (o tal vez sick)

¿Cómo van a ser, de aquí en más, los partidos no amistosos?

El viajero del tiempo – Capítulo 1

[17/4/2002]

El viajero del tiempo llega al mundo del futuro
Hoy: Cristales y radios

El hombre del traje metálico sacó del bolsillo un cristal transparente, del tamaño de una pelota de ping-pong. Lo insertó en una depresión de la máquina y se sentó en la butaca derecha. Ante él se desplegó una consola con diales y botones. A mí me invitó a ocupar la butaca izquierda.

Las luces decrecieron hasta dejarnos casi a oscuras. Al mismo tiempo, la pared de enfrente empezó a brillar y se cubrió con un remolino de letras de colores.

—La biblioteca mundial —anunció el hombre del traje metálico, mientras las letras formaban títulos veloces, páginas en movimiento, párrafos en forma de río.

El hombre pulsó dos botones, giró un dial. Una escritura de aspecto antiguo llenó la pared.

—Shakespeare —dijo el hombre.

Rápidamente, partituras complejas ocuparon su lugar.

—Bach —dijo el hombre—. Piribí porobó, piribí porobó, piribí porobó lo ló —tarareó la melodía del primer movimiento del tercer Concierto Brandeburgués.

El hombre manipulaba el contenido de la pared moviendo los controles como un músico virtuoso ejecuta su instrumento. Las partituras dieron lugar a un reguero de fórmulas, que terminó en un radiante “e igual a emecé al cuadrado”.

—¡Einstein! —exclamó el hombre del traje métálico.

El río de información se ensanchó y la corriente se hizo más lenta, convertida en una lista de títulos, aparentemente infinita. El hombre del traje metálico me miró con una sonrisa de satisfacción.

—Toda la sabiduría que ha acumulado el ser humano está aquí -dijo, señalando el cristal que había sacado de su bolsillo—. Cada libro escrito por el hombre, cada descubrimiento científico, cada obra de arte.

Volvió a extraer el cristal de su nicho y lo elevó a la altura de su frente, con un gesto de veneración. De inmediato, la pared se apagó y las luces volvieron a la normalidad. La consola se replegó a un lado de la butaca.

—Toda persona -continuó- recibe un cristal como este cuando cumple los doce años. Y luego, cada lustro o cada década, le es permitido peregrinar al Centro Mundial para actualizar la información. Porque, ¿sabe? —hizo una pausa—. ¡En el cristal aún queda espacio libre!

El cristal y la pared luminosa no eran las únicas sorpresas que iba a recibir ese día. El hombre del traje metálico me señaló un mueble no muy diferente de una radio común y corriente. Lo encendió y empezó a mover el dial. Un sonido como el que haría un telegrafista inhumanamente rápido emergió del parlante.

—Habrá reconocido el código Morse, sólo que acelerado —dijo el hombre—. Pues bien, este aparato es nuestra radio-periódico. Vea lo que sucede ahora.

Pulsó un gran botón rojo, y de una ranura que antes no había visto empezó a salir una tira de papel, de unos diez centímetros de ancho. Estaba escrita por la parte superior:

“CAOS EN LA LUNA. La rebelión de los robots se extiende por las cúpulas.”

No alcancé a leer más. El hombre arrancó la tira de papel con rabia.

—¡Siempre malas noticias! —exclamó, mientras la arrojaba, arrugada, a un rincón de la habitación.

—Igual es una maravilla —traté de consolarlo.

(Continuará.)

(Con respeto, a los escritores de ciencia ficción que inventaron el futuro durante el siglo pasado.)

[17/4/2012]

Siempre me divirtió el “retrofuturo” (palabra que en el año 2002 yo no conocía, o tal vez no existía). La idea de este capítulo de una supuesta novela era, como queda claro, parodiar lo que se pudo haber predicho en otra época sobre este mundo de computadoras e Internet. En los días siguientes escribí dos capítulos más, y ahí quedó el tema.

Pero el título me siguió picando durante todo este tiempo. Hasta que el año pasado escribí una novela (auténtica esta vez) llamada El viajero del tiempo llega al mundo del futuro, que no incluye ninguno de estos capítulos de 2002, pero tiene como tema el retrofuturo. La acaba de publicar el Grupo Editorial Norma.

Más sinánimos

[17/4/2002]

Alberto Sejas aporta nuevos sinánimos. Entre otros:

  • El sinánimo de “dólar” es “peso”.
  • El sinánimo de “sinónimo” es “sinánimo”. (!)

Actualización: tras ver lo anterior, Luisa Axpe agrega:

  • El sinánimo de “homónimo” es “parónimo”.
  • ¿Y cuál es el sinánimo de “sinánimo”?
[17/4/2012]

Y días después, Jorge Varlotta dice del sinánimo de “sinánimo”: “Sinónimo (es muy sutil)”.

Aquí en MW+X, los sinánimos tienen su propia etiqueta.

El maletín de cuando yo iba a la escuela

[17/4/2002]

En cuanto vi la foto, el olor de aquel maletín me vino descontrolado a la memoria. Era tan intenso que casi dejó de ser virtual: pasé a sentir el maletín en la mano, a punto de poder abrirlo para poner adentro la cartuchera de madera y el cuaderno. Colecciones enteras de recuerdos (como fotos en tres dimensiones y para varios sentidos a la vez) volvieron a llenar espacios que estaban vacíos. Es una punta de ovillo, no sé qué vendrá detrás. Como diría Douglas Wright, me agarró un nostalgiazo bárbaro.

(Gracias a Andrea Zablotsky por mandarme la foto. Ella la recibió por email. Ignoro la fuente, así que no puedo dar el crédito correspondiente. Pero me gustaría mucho conocer su origen. Desde ya, si tengo que sacarla de aquí por cuestiones de copyright, lo voy a hacer.)

[17/4/2012]

Con el tiempo hubo dos comentarios a este post, de personas que reconocieron el maletín. Unos días después me escribió Jorge Varlotta (y lo puse en otro post, el 21 de abril): “¡Yo tuve uno igual! Era una porquería.”

Amazon, mercado de pulgas

[16/4/2002]

Los escritores contra el mercado de pulgas digital (Página/12): “Autores y editoriales de los Estados Unidos acusan al gigante de Internet, Amazon, de ‘convertir a los lectores en libreros’. Le cuestionan haber armado una línea de venta con libros usados.”

La preocupación es obvia: el aumento en la venta de libros usados equivale a una caída en los ingresos de autores y editoriales. Igual que con los CDs protegidos contra copia y otros temas ahora en boga, con los libros también empieza a darse el choque entre los “derechos de autor”, el copyright y el “fair use” que hasta ahora estaba permitido en todos los rubros. Sólo que los libros traen un nuevo ingrediente: no se trata aquí de copiar digitalmente algo, sino de la vieja y sana costumbre de reciclar. Supongo que el tema dará para mucho y jamás llegará a resolverse (a menos que Ray Bradbury llegue a tener razón por motivos equivocados).

[16/4/2012]

Aunque los links de Página/12 de aquella época se murieron, por suerte el diario mantiene el archivo completo. Acá está ahora el artículo.

Amazon sigue ofreciendo que uno venda sus libros usados. En el menú de opciones que aparece en la sección Books, la última de la derecha es “Sell Your Books”. (Esto es en Amazon de Estados Unidos, del Reino Unido y de Alemania, en cada caso para gente del país respectivo. En Amazon de España no encuentro la opción.)

De todos modos, en estos diez años pasaron muchas otras cosas, y el tema de los libros usados ya no preocupa a nadie. Finalmente, y por suerte, les llegó a los libros el equivalente a lo que es el mp3 para la música. La preocupación de las grandes editoriales y algunas asociaciones de autores es, por supuesto, lo que llaman “piratería”. Pero además, sin salirnos de Amazon, miran con lupa el sistema de préstamos entre usuarios de Kindle. Y tratan de limitar lo que pueden hacer las bibliotecas públicas en cuanto a préstamo de libros.

Así estamos ahora. Espero que dentro de diez años la situación se haya resuelto: todos felices intercambiando cuanto queramos, y los autores cobrando de diversas fuentes, incluyendo tarifas planas como la de Spotify para música, porcentajes (o un adicional optativo) sobre lo que cobran los proveedores de acceso a Internet, y una variedad de ideas mejores o peores que dan vueltas por ahí.

Lo que no funciona, y ojalá hubiera acuerdo sobre el tema, es tratar de reparar la pecera cuando se rompió en mil pedazos y los peces se fueron a nadar al mar.

La realidad

[15/4/2002]

Estoy en mi oficina, frente al monitor, a oscuras para no despertar a nadie (mi oficina es una de las habitaciones del departamento donde vivimos). La puerta está apenas entreabierta. Más allá, tras una curva del pasillo, hay una luz encendida que de noche tranquiliza a mi hijo. Afuera llueve: lo indica el ruido suave, amortiguado, de las gotas en la parte externa de los acondicionadores de aire del edificio.

Mientras leo un artículo en MSNBC, tengo la sensación intensa de que alguien se mueve al otro lado de la puerta. Mi mujer se habrá levantado, pienso (es medianoche). Miro, y no: no hay nadie. Es un perchero que está ahí, pasando la puerta. Del perchero cuelgan varias camperas, alguna de ellas con ánimo de engañarme.

Sigo leyendo. Unos segundos después, vuelvo a tener la misma sensación. Sólo que ahora que no hay nadie ahí. Miro otra vez, para comprobarlo, y es verdad.

Ahora me resisto a mirar por tercera vez, aunque la sensación no se va. Algo me observa, algo que se mueve en la misma medida que la capacidad limitada de mis ojos para ver en ese ángulo.

Esta es la realidad, se me ocurre, finalmente. Bastará con que me ponga de pie y camine hacia la puerta para que las ilusiones vuelvan y retomen el control.

Alberto Sejas y Camarjali

[15/4/2002]

Alberto Sejas tiene un punto de vista muy personal sobre mi novela Un paseo por Camarjali:

“Lo divertido de Camarjali es que en realidad describe al mundo real.

Cuando me encuentro en una ciudad, me quedan grabadas situaciones y detalles que resumen en mi memoria ese lugar. Cuando vuelvo a estar allí, me encuentro en otro lugar a pesar de que trato de encontrar aquellos elementos que para mí definían a la ciudad.

Me pasa también con Buenos Aires, aunque lo más extremo que viví fue Venecia. Uno pierde toda referencia conocida sólo dando la vuelta a la esquina. Allí temí no poder salir más.

‘No hay camino de vuelta’.”

Alberto, argentino residente en Munich, tiene un sitio experimental y trilingüe que hay que recorrer: www.up200.com. (No olvidar subir el volumen a los parlantes, que la música de Swen Fischer da un clima muy especial y evoluciona según cómo uno navegue.)

[15/4/2012]

Alberto ya no está en esa dirección (me refiero a la de la Web, ignoro la geográfica).

A diez años, me gusta mucho su visión de Camarjali.

De paso: hay edición reciente de la novela, en Grupo Editorial Norma.

When office supplies attack

[15/4/2002]

When office supplies attack (vía Good Morning Silicon Valley).

[15/4/2012]

¡Ah, Ze Frank! ¡La cantidad de cosas creativas que hizo en todo este tiempo! Sigue en zefrank.com. No se parece a nadie. Gran modelo de lo que solo es posible en este mundo digital.

La cucaracha y Dios

[15/4/2002]

Las fábulas de Gimenez.Hoy: La cucaracha y Dios

La cucaracha vio la mano del cocinero que caía sobre ella demasiado tarde para escapar corriendo. Sin embargo, para las cucharachas el tiempo transcurre con extrema lentitud, así que aún pudo examinar otras formas de salvarse.

Primero pensó en razonar con la mano. Pero la mano no actuaba por su cuenta. Encima de ella había un antebrazo, un codo, un brazo, un hombro, todos en la tarea de enviar la mano a aplastarla.

Entonces pensó en razonar con el cerebro que supervisaba la acción. Pero en el cerebro del cocinero sólo habría prejuicios (“toda cucharacha debe morir”). Y un cerebro humano sería demasiado lento para cambiar de actitud.

Finalmente pensó en un Dios que pudiera detener al cocinero. La cucaracha no estaba segura de que hubiera un Dios, pero en momentos tan críticos la sola posibilidad de Su existencia merecía ser explorada.

De modo que la cucaracha se dispuso a iniciar una oración. Pero antes de llegar a ese paso definitivo, al Paso Trascendental, había perdido demasiado tiempo en la tarea burocrática de detenerse en cada punto intermedio. El razonamiento limitado y estrictamente secuencial que la había llevado a comprender que la mano obedecía a otros músculos que obedecían a un cerebro que obedecía a algo superior le había quitado cada centésima de segundo disponible. Así, antes de que lograra siquiera encaminar sus pensamientos a ese Dios Eventual, ese Dios que de existir tal vez habría podido salvarla, ese Dios que, por otra parte, en caso de haber estado a priori dispuesto a salvarla quizá la hubiera dotado de otro estilo de pensamiento; antes, decía, de llegar a Él, la mano terminó su recorrido con un chasquido húmedo.

Moraleja: No vengo más a este restaurante.

[15/4/2012]

Como hace diez años, sigo pensando que el razonamiento limitado y estrictamente secuencial acaba siempre por llevarnos al chasquido húmedo. Me puse serio. Caramba.