Autor: Eduardo Abel Gimenez

Ray siente la cabeza llena

En mi lento pero seguro regreso a la música, estoy preparando una serie de “sonorizaciones” de textos cortos publicados aquí, en la Mágica Web. Esta es la primera, sobre un post del 13 de abril de 2004.

P.D.: Es mi voz, procesada.

(23 de marzo: nueva mezcla. Agrego la letra.)

Ray siente la cabeza llena.
De pie junto a la puerta de servicio, embutido en el traje negro, con la mano en la pistola y la pistola apenas oculta bajo el saco, los lentes oscuros para disimular la mirada de reojo, el labio superior apenas torcido hacia arriba, Ray se da cuenta de que tiene el cerebro colmado.
Ray siente la cabeza llena.
Ha visto demasiado, ha oído demasiado, los recuerdos verdaderos y los recuerdos falsos han ido llenando cada rincón de memoria hasta no dejar más sitio.
En los últimos días Ray ha experimentado la pérdida de algún momento de su vida, especialmente de la infancia, pero ahora viene algo peor, algo enorme, definitivo, un colapso.

Ray piensa si debería sacar el celular del bolsillo, marcar unos números y despedirse de alguien, pero desiste.
No vale la pena.
Y tal vez ni siquiera tenga tiempo, porque ahora que se acerca ese niño en bicicleta, ahora mismo Ray sabe que otro golpe de pedal ya no encontrará lugar y así vendrá la catástrofe.
No bastará esta vez con eliminar años enteros de la escuela, o las caras de sus amantes, o las estadísticas de béisbol aprendidas a lo largo de toda la vida.
Ray siente la cabeza llena.
Ray necesita una solución, ahora mismo, pero tampoco le queda sitio para pensar en soluciones.
El dedo índice se enrosca al gatillo, la pistola asoma del saco y parece que fuera a apuntar sola.
Ray siente la cabeza llena.
Entonces se oye el primer disparo, pero no viene del arma de Ray sino de adentro del edificio, allá donde la explosión hiere las paredes cubiertas de graffiti.
Con precisión de cirujano, la bala elimina en un instante cada fragmento de escuela, cada rasgo de amante, cada partido de béisbol, cada niño que ha pedaleado ante los ojos de Ray, y así Ray tiene un momento, un solo momento del que casi no llega a darse cuenta, un momento brevísimo pero suficiente, valioso, inapreciable, de alivio.

Tormenta en la feria

Este es el segundo de los cassettes con música de sintetizador que publiqué en 1989 a través del sello Circe. Esta es la tapa:

Y este el dorso del papel de la tapa:

El collage de la tapa es de Sonia Alé. Yo hice el diseño.

Hay un cambio fuerte con respecto al cassette anterior, Máquinas en tránsito. Para empezar, la mayoría de los temas están basados en improvisaciones, en dedos pasando por el teclado, y no en secuencias generadas nota por nota. Pero lo principal es que hay una línea argumental: el lado A, hasta “Construcción en la memoria”, es la feria, el parque de diversiones, el circo, todo lleno de campanitas, comida chatarra, entretenimiento y el toque obligado de melancolía. El lado B empieza con la desbandada general y la llegada de la tormenta, en el tema llamado como el cassette. Y lo que queda, esos cuatro temas desesperados y experimentales, son otra cosa, el resultado del desastre. (Pero no todo está perdido: hacia el final del último, “Buscando la tregua”, parece que volviera a salir el sol.)

Más abajo están los doce temas del cassette, en formato mp3, para escuchar desde el navegador o bajar.

En 1989 fui a grabar y mezclar esta música en el estudio que tenía Jorge Cumbo, y fue esa versión la que se publicó. Las versiones que ofrezco ahora son mezclas nuevas, hechas ahora en la compu, a partir de las secuencias y sonidos originales.

Las franjas de luz

Serquat atravesó las franjas de luz como si nadie la mirara. El silencio era abrumador. Otras personas caminaban en las regiones de sombra, algunas en grupos. La capacidad de decir adiós se incrementó en varios puntos de la escala Richter. Era útil ir contra la corriente. Era útil resistir. Serquat se secó el sudor de la frente con la camiseta del primer hombre que se le cruzó, y ni siquiera tuvo que perder el paso.

Por decir algo

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Insomnio a pedal

Esta es una grabación casera, que hice en un Portastudio a cassette de cuatro canales, en 1985. Además de un reloj despertador y flautas dulces, hay un montón de percusión: la mayor parte hecha en las piernas, la silla o con la boca. La idea (porque había una idea, caramba) era mostrar cómo, durante el insomnio, los ruidos más pequeños y las sensaciones más difusas terminan armando un todo enloquecedor.

Zapada con Roberto Núñez

Allá por 1987, el baterista y percusionista Roberto Núñez y yo trabajábamos en la misma oficina. Una sola vez nos juntamos para hacer música: vino a mi casa, con unos silbatos selváticos muy extraños, y grabamos esta improvisación en mi Portastudio a cassette de cuatro canales. Hicimos dos pasadas, tratando de simular que éramos cuatro personas (o algo así). Suenan diversos instrumentos de percusión, y en un momento, inesperadamente, la Commodore 64 con la que yo hacía música en esa época.

Qué lindo suena eso de “silbatos selváticos”, ¿no?

No es la tele

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Ya viene

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La luna se perdió de vista

La luna se perdió de vista. Veo una ventana iluminada muy cerca, otra ventana iluminada algo más lejos, muchas ventanas iluminadas en la distancia. Una canción de Ani DiFranco disimula el ruido de la habitación de mi hijo y el ventilador de techo. Pasó la medianoche de un día largo, casi tan largo como los días más largos.

La luz fuerte viene del monitor. También hay dos lucecitas rojas en el contestador telefónico, una luz azul intensa en el Fast Track Pro, dos luces rojas muy tenues en el amplificador. Se acabó la pizza. Se acabó el vino. La noche no, es lo que no se termina.

Tengo los lentes sucios. La capa de mugre genera un efecto de neblina que le da encanto al monitor y me hace difícil leer lo que escribo. Estos ojos no ven ni la cuarta parte de lo que debieran para entender el mundo. Estas manos no tipean ni un décimo de lo que debieran para describirlo.

Ahora que Ani DiFranco acaba de callarse no podía faltar una bocina, ni alguien llevándose puesta la cuneta de la esquina, ni una alarma en algún lugar del barrio: grillos estúpidos sin mensaje real. Ani otra vez, entonces, la misma canción: Your next bold move.

you want to track each trickle
back to its source
and then scream up the faucet
‘til your face is hoarse
cuz you’re surrounded by a world’s worth
of things you just can’t excuse

Quién pudiera salir volando entre los barrotes.